Grandes yoguis naturales: los gatos
«Muchas de las cosas que los seres humanos tenemos que trabajarnos incansablemente para conseguirlas, ya de manera natural las gozan los gatos. Es uno de los animales más misteriosos que existen, con una psicología muy peculiar». Escribe Ramiro Calle.
Su cerebro es mucho más similar al del hombre que el del perro, pero sus reacciones son por un lado siempre previsibles (les gustan los rituales, como si de la más sagrada liturgia se tratase) y a la par imprevisibles.
Tienen una asombrosa inteligencia y son capaces de reaccionar en fugaces momentos cuando las circunstancias lo requieren. Su oído tiene un poder de escucha 16 veces superior al del hombre, y pueden ver casi en la oscuridad total. Saben combinar los movimientos muy rápidos y sagaces con lo que se llama en la tradición del Yoga «la detención consciente». Son flexibles y pueden ejecutar las asanas más diversas y sofisticadas.
Saben absorber los impactos y se considera, ya desde la más remota antigüedad en Egipto, que tienen la capacidad de filtrar las energías conflictivas o negativas. Son sumamente perceptivos, y no es de extrañar que mi buen amigo el doctor Antonio Tallón, mi neurólogo durante mi gravísima enfermedad (como reseño en mi obra En el límite) me dijera a propósito de mi gato Emile: «Es como usted, pero percibe más que usted».
Los felinos pueden estar sumamente atentos, como el yogui más entrenado, con la concentración unificada y muy intensa, siendo capaces de alcanzar planos mentales que parecen de éxtasis o samadhi. Su capacidad para estar vigilantes y a la vez sueltos y relajados es admirable. Eso es Dyana, meditación en el Radja-Yoga: atento y ecuánime, hiperalerta y sereno.
Estírate como tu gato
No es menor esa capacidad para realizar el Savasana o relajación profunda, que pueden llevar a cabo con facilidad sorprendente en las superficies más arriesgadas. En cuanto a estirarse, lo hacen como nadie, con fluidez, elegancia y espontaneidad. Llevan muy a rajatabla la limpieza corporal, como recomiendan los antiguos textos de Yoga; saben comer lo justo y conveniente, duermen con profundidad altamente reparadora y no pierden ocasión para investigar en la realidad que les rodea, con viva curiosidad.
Siempre nos están enseñando y uno no se cansa de observarles. Son grandes maestros y tienen la ventaja, sobre muchos gurús, de no tener infatuación, ego desmesurado, afán de poder y altivez. Son dignos desde la humildad. Tienen algo de la verdadera naturaleza búdica, pues no se alteran sin necesidad y viven conectados con el momento presente. A la vez son amorosos e independientes, o sea que como se dice en el Yoga: «Ser de todos pero de nadie en demasía».
Tienen un desarrollado sentido lúdico, como los yoguis (era el caso de Sibananda), que valoran mucho el sentido del humor y aprender a desdramatizar y ver las cosas como son. Sí, les gusta jugar y así viven distendidos el Samsara (el universo fenoménico). Sus movimientos son armónicos, su mirada es limpia y cristalina, su respiración es calma y su corazón es cálido y amistoso.
Saben reaccionar en la urgencia del momento, pero sin agresividad; no acarrean resentimiento ni rencor. Y saben seguir la instrucción de mi admirado y estrecho amigo Baba Sibananda de que «No haya pensamiento sin acción». Desde luego, lo que parece bien cierto es que no se pierden en elucubraciones inútiles y siguen la instrucción zen: cuando tienen hambre, comen, y cuando tienen sueño, duermen. No les gusta ser atosigados ni presionados, y por eso no atosigan ni presionan; como quieren ser respetados, respetan.
Gracias, Emile
Estoy profundamente agradecido a que el yogui Emile llegara a mi vida con motivo de mi enfermedad. Cuando yo estaba debatiéndome entre la vida y la muerte, Luisa lo recogió para llevarlo a casa. Mientras estuve enfermo, como si se tratara de un experto terapeuta, permaneció incansable a mi lado. Creemos errónea y egocéntricamente que las mascotas nos deben algo por nuestra atención, pero en realidad deberíamos estar profundamente agradecidos a ellas por ayudarnos a limpiar y abrir nuestros corazones a los sentimientos más puros y otorgarnos tanto amor incondicionalmente.
Los animales (con los que el ser humano tan cruel e injustamente se comporta a menudo) no han venido para servirnos ni para cubrir nuestras necesidades, sino que son compañeros en el viaje de la vida. El día que el homoanimal (que es lo que somos) evolucione y se convierta en un verdadero ser humano, se llevará las manos a la cabeza, espantado, al ver lo que ha sido capaz de hacer con los animales.
Todas las mañanas despierto con ilusión porque encuentro al yogui Emile a los pies de mi cama y enseguida ambos nos ponemos en marcha. Un nuevo día que abordar. Ojalá yo pueda llegar a hacerlo con la atención y la ecuanimidad que el yogui Emile, uno de mis maestros más elocuentes.
Ramiro Calle
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