jueves, 18 de julio de 2013

Cuando el emperador era Dios

Tenía muchas ganas de leer esta novela, la verdad. Desde que leí Buda en el ático estaba deseando volver a enfrascarme en otro libro de Julie Otsuka y la oportunidad ha llegado con Cuando el emperador era Dios, su primera novela publicada. Ya había leído sobre ella y estaba segura de que me iba a gustar muchísimo y, en efecto, no me ha defraudado. Qué alegría cuando eso ocurre, ¿verdad?
‘Cuando el emperador era Dios’ nos cuenta la historia de una familia japonesa en la California de 1942. Con la II Guerra Mundial de fondo, una mujer japonesa lee un cartel, toma unos apuntes y se marcha a casa corriendo para hacer las maletas. Ella y sus dos hijos, un niño y una niña, deberán estar listos para marcharse en la próximas horas. ¿Su destino? Uno de los campos de concentración japoneses que se levantaron en Estados Unidos durante la guerra.
De esta manera, y siguiendo los diferentes puntos de vista de los miembros de la familia hacemos un repaso a esa historia oculta de la guerra, la historia de miles de ciudadanos que fueron arrestados, encerrados en campos de concentración sólo por ser japoneses. Conocemos el miedo, saboreamos la incertidumbre, nos ahogamos en la arena salada del desierto en el que tienen que vivir. Es una historia dura, es una historia triste, y es inevitable no querer rastrear los sentimientos que nos unen y nos hacen tan parecidos.
Es triste, sí, y es amarga. No podemos evitar sentir un nudo en la garganta ante la injusticia, ante la desesperación de los niños, de los adultos, de los ancianos que sólo desean volver a sus casas y continuar con sus vidas. No será posible, claro, no al menos para los miles de hombres y mujeres doblegados y humillados que verán como su vida anterior queda reducida a nada. Otros olvidarán, especialmente los niños, pero la marca de estas vivencias permanecerá en ellos durante el resto de sus vidas.
La madre, la hija, el hijo, el padre. Julie Otsuka toma la voz de cada uno de ellos y nos hace sentir pequeños e indefensos. Con total maestría nos cuenta la historia de su familia, de esos japoneses americanos que se vieron obligados a renegar de un país a favor de otro que ni siquiera los quería. Su prosa es sencilla y directa, a veces tierna y en ocasiones cruel, pero siempre conmovedora.
Julie Otsuka nació en 1962 en la soleada California. Aunque alcanzó el éxito con su segunda novela, ‘Buda en el ático’, en realidad se dio a conocer con ‘Cuando el emperador era Dios’ donde indaga en el pasado de su propia familia. A través de recuerdos dolorosos y de palabras veladas, Otsuka es capaz de regalarnos unos personajes únicos y fascinantes. Un libro para recordar, para pensar.
A pesar de lo controvertido del tema, la voz que Otsuka la da a su familia es excepcionalmente delicada. Asombra que, a pesar de la dureza del tema, seamos capaces de sonreír en alguna ocasión, de sentir como nuestros sus problemas y sus dudas, sus indecisiones y sus esperanzas. Una novela mágica para recordar uno de los capítulos menos conocidos del pasado siglo. Una lectura imprescindible.
El cartel había hecho su aparición de la noche a la mañana. Estaba en las vallas publicitarias y los árboles y en los respaldos de los bancos de las paradas de autobuses. Colgaba de la ventana de Woolworth’s. Colgaba en la puerta de entrada del YMCA. Lo habían grapado en la puerta del juzgado municipal y lo habían sujetado con chinchetas, a la altura de los ojos, en cada poste telefónico de University Avenue. La mujer se disponía a devolver un libro de la biblioteca cuando vio el cartel en la ventana de una oficina de correos. Era un día soleado de Berkeley en la primavera de 1942 y como estrenaba gafas nuevas podía verlo todo con nitidez por primera vez desde hacía semanas. ya no tenía que entornar la mirada. Leyó el cartel de arriba abajo, y sin entrecerrar los ojos sacó un bolígrafo y volvió a leer el cartel de arriba abajo. Estaba impreso con letra pequeña y oscura. Algunas letras eran diminutas. Anotó un puñado de palabras en el reverso de un recibo del banco, luego dio media vuelta, regresó a casa y empezó a hacer el equipaje.
Duomo Ediciones
Traducción: Carme Font
ISBN: 9788415355625
180 páginas
14 euros

Buda en el ático

El interés de la novela es doble:
por un lado el tema, nos habla del éxodo de japonesas hacia Estados Unidos -esclavas sexuales, mano de obra barata…- del “maltrato” ancestral de sus hogares marchan a encontrarse con su nuevos “maridos” y una supuesta mejor vida en San Francisco.
En segundo lugar cómo nos lo cuenta: no es una lacrimógena novela en primera persona donde nos narra las barbaridades (que las hubo, y demasiadas) que les hicieron a estas niñas, como salen de ellas, encuentran un buen chico y son felices llenando de japonesitos California… no.
La narradora es el grupo: “pasamos nuestros primeros días en el barco”, “todas esperábamos en secreto ser rescatadas”… utilizando la repetición para dar más fuerza : “Dábamos a luz 5 niñas y 5 niños a intervalos regulares de 18 meses”, “dábamos a luz , pero no nos bajaba la leche y el bebé murió al cabo de una semana”, “dábamos a luz pero la niña nació muerta y la enterrábamos, desnuda, en los campos (…) pero nos mudamos tantas veces que ya no podemos recordar donde está”.
La autora consigue con ello un ritmo hipnótico en la narración y uno no puede parar, porque pasa a formar parte de esta especie de coro griego, donde lo individual se diluye en lo grupal.
Ello no quita que, al avanzar la narración, y sobre todo con el nacimiento de sus hijos, aparezcan los nombres propios… aunque siguen llamando a sus “consortes concertados” nuestros maridos.
Ese ritmo hipnótico se apoya en frases cortas, punzantes, mínimas..que logran condensar su terrible realidad en solo 150 páginas
Habíamos oído hablar (documentales, películas..) de cómo durante la segunda guerra mundial los americanos reunieron a los japoneses que habían llegado a trabajar al ferrocarril y a sus descendientes en una especie de campos de concentración, por considerarlos espías y saboteadores del Eje.
Pues bien, la novela nos relata muy bien la “desaparición” de estos individuos cuyo único delito es ser “japos” y haberse relacionado únicamente entre ellos, ya que desde el principio se les trata como si fueran negros. Esto unido al rumor, al miedo y, en ocasiones la envidia hacia los florecientes negocios de los inmigrantes asiáticos, facilita la “desaparición” total de los mismos.
En esta “limpieza” también serán las mujeres las principales víctimas, ya que siempre estuvieron solas: trabajando de sol a sol incluso embarazadas, acostándose con el capataz para que su “marido” conservara el empleo, y en otros casos trabajando en un burdel.
Si unimos la temática y el estilo narrativo nos hallamos ante una novela fácil de leer, pero que, a la vez, exige toda nuestra atención, ya que nada de lo que aparece lo hace al azar.
Ganadora del Premio Pen/Faulkner, tiene un contenido terrible pero que nos muestra la capacidad de lucha y sufrimiento de unas mujeres que sólo querían una vida mejor. Unas mujeres que eran “invisibles” pero que forjaron la historia de una manera anónima, que es cómo, por desgracia, sigue sucediendo.

lunes, 1 de julio de 2013

Hijos de la medianoche

Salman Rushdie, guionista de cine

'Hijos de la medianoche’, la novela más aclamada del escritor, aterriza en las salas

El autor adaptó su obra para un proyecto que la diplomacia iraní trató de abortar

Fotograma de la película 'Hijos de la medianoche', basada en la novela de Salman Rushdie. /DUSTY MANCINELLI
La directora india Deepa Mehta compró por un dólar (algo menos de un euro) los derechos cinematográficos de Hijos de la medianoche, la novela del escritor Salman Rushdie ganadora del Best of the Booker (el mejor de los premios Booker) en 2003. La transacción económica sucedió la noche del 9 de junio de 2008 en Toronto. La realidad mágica en forma de película llega el 5 de julio a los cines españoles. “Durante dos años desarrollamos el guion, elegimos a los actores y conseguimos el dinero. He aprendido que cuando unos patrocinadores potenciales te dicen que les encanta tu libro, que les gusta tu guion, que adoran a Deepa y que se comprometen plenamente a contribuir a que se haga realidad, lo que quieren decir es: ‘Bienvenidos”, explica el autor a través de correo electrónico, la única vía que ofrece para conceder entrevistas.
Rushdie acompañó a la autora de la trilogía Tierra, Fuego y Agua, por la que fue nominada a un Oscar, durante todo el proceso de adaptación y reducción a guion de los 60 años de historia de la India que aparecen en la novela. Hijos de la medianoche comienza a las doce en punto de la noche del 15 de agosto de 1947. En el preciso instante en que el país se independiza de Gran Bretaña nacen dos bebés en una clínica de Bombay que son intercambiados por una comadrona. Saleem Sinai, hijo ilegítimo de una mujer pobre, y Shiva, retoño de un matrimonio rico. Sus destinos quedarán vinculados indisolublemente a la tumultuosa historia del país hasta el catastrófico final del Gobierno de Indira Gandhi. “Comencé por recrear una serie de imágenes en mi mente”, relata el escritor. “El cineasta Nicolas Roeg una vez me dijo que si eres capaz de resumir una película en seis fotogramas mentales, estarás delante de un buen filme”.
Rushdie vendió por un dólar los derechos cinematográficos a la cineasta Deepa Mehta
A Mehta la tarea le resultó mucho más cotidiana. En las 533 páginas del autor de Los versos satánicos además de palabras, encontró una epopeya de su tierra natal en fotogramas. Cerrado el guion en diversas conversaciones, la labor de Rushdie se concretó en aportar material gráfico de su infancia y cerrar el reparto: “Nos reunimos con varios titanes de Bollywood, a los que tuve que narrar la película en sus casas, e incluso en sus grandes limusinas; pero al final decidimos evitar dar papeles a esas megaestrellas de Bombay que no estaban acostumbradas a trabajar como parte de un reparto coral”. Optaron por actores aclamados en la India que “dejaron sus egos en casa y entregaron todo su ser”. El casting final alcanzó la cifra de 127 papeles con diálogos y miles de extras, con oficios tan opuestos como el de mago callejero y el de general del ejército. “La elección de unos personajes mágicos me ayudó a retratar las esperanzas y los peligros de la independencia de India”.
Entonces sí, Rushdie se retiró y dejó que la cineasta y el productor David Hamilton hicieran su labor. Ubicaron el rodaje en Sri Lanka y crearon 64 localizaciones donde pasarían casi seis meses de rodaje. El realismo mágico y asiático de Salman Rushdie además requirió 300 fondos de imágenes digitales para concebir y manipular lugares y situaciones fantásticas. “No fue sencillo trasladar mi estilo narrativo a la pantalla, por suerte vivimos en una época de fantasía en la que el público acepta este tipo de licencias”, dice Rushdie.
Para descargar los tintes mágicos, Dilip Mehta, hermano de la cineasta y responsable de vestuario y escenografía, recurrió a su habilidad negociadora y a unas cuantas tazas de té para conseguir prestados objetos domésticos y equipos militares —incluidos tanques, aviones y artillería—. Aunque lo que quedará subrayado en la bitácora del rodaje fue el momento en que se escaparon dos cobras venenosas o cuando un elefante se perdió en mitad de un desfile.
Obstáculos insignificantes en comparación con la brecha que les esperaba a mitad del camino. Tras cuatro semanas de rodaje, el embajador de Sri Lanka en Irán recibe un comunicado del Gobierno de Ahmadineyad mostrando su rechazo al proyecto y su firmante. Durante 92 horas, Hamilton intentó amortiguar el golpe al tiempo que preparó un plan de contingencia. Gracias a la intervención de la embajada de Canadá en el país y el apoyo del presidente de Sri Lanka, terminaron el rodaje en dependencias diplomáticas. “No tengo nada más que decir del Gobierno iraní”, zanja Rushdie, “hicimos la película, es lo único que importa”. Lo cierto es que el parón impidió que el autor visitara el rodaje y el equipo celebró el 30º aniversario de la publicación de la novela con un pastel y el escritor al otro lado de la pantalla del ordenador.
El escritor Salman Rushdie y la cineasta Deepa Mehta.
Con más de 40 preventas internacionales conseguidas, Hijos de la medianoche no pudo sortear considerables pérdidas económicas para un filme que, en palabras del escritor, tiene la categoría de indie por falta de apoyo financiero de una granmajor de la industria. La película finalmente llegará a unos 50 países, según estimaciones del propio Rushdie, entre los que no aparece Pakistán. Aún así, el escritor se siente satisfecho por haber concluido un proyecto tantas veces interrumpido y por haber ofrecido su particular “carta de amor” a sus conciudadanos. “Cuando la película se estrenó en la India fue muy interesante comprobar cómo la gente joven se identificaba con una historia que podría considerarse ya como antigua”, asegura. “Después de todo, los grandes temas son los que prevalecen: los conflictos familiares y los abusos de poder”