Entre nats, vendedores y monos en el Monte Popa
A tan sólo hora y media de Bagan, en una excursión a la que se le puede dedicar una mañana, se encuentra el famoso Monte Popa. Un volcán extinto que se alza 1.518 metros sobre el nivel del mar y conocido, sobre todo, por el monasterio que se encuentra en su parte más alta: el Popa Taung Kalat.
Ya lo avisan las guías, los vecinos de Nyaung U y todos los artículos que sobre el monasterio hay escritos en internet: para llegar hasta lo más alto y visitar las estupas y el templo budista dorado que forman parte del complejo, hay que subir 777 escaleras. Así que desde que se divisa a lo lejos el Monte Popa lo mejor es ir haciéndose a la idea y empezar a coger fuerzas.
Los primeros que nos saludan al bajarnos del coche y toparnos con el comienzo de las escaleras son decenas de monos de todos los tamaños. Sin ningún tipo de vergüenza saltan, corren, brincan y agarran todo lo que pillen. Primer aviso para los que tengáis intención de visitar el monasterio: no llevad nada de comida con vosotros. Porque son simpáticos, sí, pero os aseguro que los monos no tendrán ninguna piedad a la hora de asaltaros y hacerse con lo que llevéis de alimentos. ¡El que avisa no es traidor!
Junto a los monos, también varias decenas de vendedores se acercan o llaman la atención de los visitantespara mostrar todo tipo de objetos y alimentos que venden en sus puestos. Eso sí, he de decir que no son nada insistentes. Es una de las mejores cosas del pueblo birmano. Ellos ofrecen, pero si les dices que no, saben entenderlo a la primera. Algo que en muchos otros lugares del mundo se echa de menos.
¿Así que qué os parece si empezamos a subir escaleras? Mientras, y como nos queda un buen trecho por delante, aprovecho para contaros un poquito más acerca de este singular lugar. El Monte Popa es conocido, sobre todo, por ser el centro de culto y hogar de los famosos 37 nats de Myanmar.
Con el nombre de nats se conoce a una serie de espíritus birmanos que se cree son capaces de dominar un lugar, una persona o un campo de conocimiento. Esa misma creencia dice que si se les ayuda convenientemente, los nats devuelven el favor protegiendo los hogares o haciendo que los fieles tengan éxito en tareas importantes.
El culto a los nats se lleva a cabo en los rincones menos pensados. No es raro encontrar pequeños templos o altares a los pies de árboles centenarios en cualquier calle o puerta de una casa. Tampoco se hace extraño ver pañuelos rojos y blancos atados a los espejos retrovisores de los coches. O encontrar pequeñas figuras hechas de coco en las casas de los birmanos. Todas estas son algunas de las maneras de venerar a los nats. De hacerles ofrendas para lograr su protección en diferentes aspectos de la vida.
Así, conociendo la historia y sin darnos apenas cuenta, hemos llegado hasta una primera explanada tras varios tramos de escaleras. Hasta ahora hemos estado flanqueados por los puestos de souvenirs y por algún que otro vendedor de refrescos y agua. Ahora toca descalzarse: nos impiden continuar con los zapatos puestos. Por varios kyats nos guardan las zapatillas durante la visita. El resto de escaleras habrá que subirlas descalzos. Eso sí, no os preocupéis porque cada dos escalones os encontraréis a un muchacho que, escoba en mano, se pone a barrer como loco en cuanto os ve llegar. Algo que se agradece muchísimo teniendo en cuenta que los monos nos rodean por todas partes. Ellos, y sus excrementos, claro. Pisarlos no sería una experiencia muy agradable. Seguramente los chicos os pidan una propina cuando os crucéis con ellos.
Contemplar cómo se desenvuelven los monos es un auténtico espectáculo. Y cada vez van siendo más. Madres con crías que corren y saltan sobre el techo de uralita que cubre las escaleras y nos protege del sol. Monos jovencillos que se pelean, gritan y juegan a nuestro paso sin ningún miedo. Algunas de las crías que intentan imitar a los más mayores y comienzan a tratar de independizarse de sus madres. No ocurre nada, la convivencia entre ellos y nosotros se desarrolla en la paz más absoluta.
Entre las paradas para disfrutar de las vistas (¡recordad que cada vez estamos más alto!), las que realizamos para hacer algunas fotos y las que llevamos a cabo para contemplar a nuestros amigos los monos, la subida se hace de lo más amena. Aunque no hay que negar que cuando llegamos a los últimos diez peldaños, una enorme felicidad nos invade. Por fin nos encontramos en la cima.
Las vistas que se obtienen desde este punto son impresionantes. Incluso puede distinguirse Bagan a lo lejos. El río Ayeyarwady discurre tranquilo por entre los valles. Ahora somos conscientes de la cantidad de frondosos árboles que pueblan el monte en el que nos encontramos. El color verde lo invade todo. Al menos, del paisaje. Porque en el templo, para variar, el color predominante es el dorado. Estupas, figuras y capillas, todos coinciden en el mismo color.
Según una superstición birmana, todo aquel que visite el Monte Popa no puede llevar consigo nada rojo o negro. Tampoco puede hablar mal de otra persona o llevar carne (si es de cerdo, mucho peor). Hacer alguna de estas tres cosas podría enfurecer mucho a los nats. Y nadie quiere saber qué ocurriría si eso pasara…
Ahora sólo queda disfrutar de la visita. Probablemente para nosotros el lugar sólo signifique un curioso rincón desde el que comprender un poco más la cultura y religión birmanas. Para ellos os puedo asegurar que es mucho más. Y eso se nota en el goteo continuo de fieles que llega hasta la parte más alta del Monte Popa. Es un sitio de veneración en el que llevar a cabo rezos por los nats y hacer donaciones.
Si pensáis a estar varios días en Bagan os recomiendo esta visita. Sólo os llevará una mañana y podréis contratarla desde cualquiera de las oficinas que organizan excursiones en Nyaung U o incluso desde vuestro propio hotel. Nosotros pagamos 10.000 kyats por persona en un coche privado por llegar hasta allí. Compartimos el viaje con Chris, un pianista francés con el que ya habíamos coincidido en algunos templos de Bagan y con el que hicimos muy buenas migas. Si podéis, aprovechad y compartir el coche. Siempre os saldrá más barato.