Para combatir la mutilación genital hay que tener en cuenta los comportamientos de las comunidades de origen”
Un día, una niña le contó a Adriana Kaplan que la abuela había cogido a su hermana pequeña y se la había llevado al bosque, junto con otras niñas de la casa. Allí, habían celebrado su ritual de paso a la edad adulta, que incluía el corte del clítoris. “¡Nunca, nunca se lo haré a mis hijas!”. Ese grito de la niña le dio fuerzas a la antropóloga feminista para proponer a la vicepresidenta de Gambia un ritual alternativo y respetuoso con las tradiciones, pero en el que la mutilación genital de las niñas no tuviera cabida.
Adriana Kaplan nació en Argentina en 1956 y ha dedicado gran parte de su vida a investigar sobre las migraciones senegambianas en España y a prevenir la mutilación genital femenina. Coordina el Grupo Interdisciplinar para la Prevención y el Estudio de las Prácticas Tradicionales Perjudiciales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Dentro de él impulsó un observatorio que arroja una información privilegiada para abordar las estrategias de prevención de la ablación.
Afincada en Gambia la mayor parte del año, Kaplan se ha ganado el respeto de la gente de los poblados en los que vivió dieciséis años. A pesar de ser “extracategorial y diferente”, como ella misma dice, fue adoptada por una familia africana y bautizada con el nombre de Mariama Sibo Janke, en honor a la rectitud de su moral.
Entre 100 y 140 millones de mujeres y niñas sufren las consecuencias de la mutilación genital: sangrado severo, problemas urinarios y, más adelante, complicaciones en el parto e incluso la muerte del bebé. ¿Cuáles son, pues, los motivos que hacen que esta práctica se mantenga tan viva en algunos lugares?
Otorga identidad étnica y de género y favorece la cohesión social. Además, responde a la creencia de que los genitales femeninos son sucios y antiestéticos y facilita el control de la sexualidad femenina. Otro motivo es la convicción de que la mutilación aumenta la fertilidad y la seguridad durante el parto.
¿No entran en juego causas religiosas?
También; la mutilación se interpreta como una obligación religiosa. Sin embargo, el Corán no indica eso en ninguna parte y no todos los musulmanes la practican.
¿Está relacionada con el índice de desarrollo del país en el que se practica?
No; tiene que ver con la identidad étnica. Hay etnias que la practican y etnias que no, como la Wólof, mayoritaria en Senegal. Además, tiene que ver con la identidad de género. Los hombres también tienen su ritual y su circuncisión. Lo que hay que entender es que no es lo mismo la circuncisión de los varones que la de las mujeres.
Te muestras muy crítica con el trabajo de las ONG para el desarrollo y con el de las Naciones Unidas…
No es mi intención, pero es que es muy duro comprobar que 25 años de trabajo y millones de dólares empleados han tenido un impacto casi nulo. En Egipto, por ejemplo, sólo se ha logrado reducir la prevalencia de la práctica de la mutilación genital femenina de un 97% a un 96%. Y Egipto es uno de los países más desarrollados de África. Es como si vendiéramos humo; algo estamos haciendo mal.
¿Mirar con ojos occidentales?
Y empeñarnos en eliminar el rito en el que se da la mutilación, sin tener en cuenta la significación psicológica que ese rito conlleva en las etnias que la realizan.
Eliminar, prohibir, perseguir… ¡Nunca funciona!
Nunca; así conseguimos justo lo contrario. Con esa agresividad no podemos entrar en un poblado. No hay que olvidar, además, que también los gobiernos se posicionan a favor de la mutilación.
Por el contrario, la propuesta de tu equipo, consciente de que el fin de la mutilación es un proceso, busca resultados pequeños pero incesantes.
Nuestro proyecto va poco a poco. Primero, diseñamos un currículo académico para transversalizarlo en Anatomía, Fisiología, Ginecología, Obstetricia, Medicina Comunitaria y Psicología. Después, el profesorado, consciente de que no tiene la información suficiente, nos demanda formación. De ahí sugiere también una nueva capacitación para las comadronas que van a entrar en los poblados y, mientras, aprovechamos para comprobar que las y los profesionales están incorporando debidamente la información que recibieron. Es investigación aplicada a la transmisión de conocimiento, lo que supone resultados en cascada que la gente hace suyos porque ve en primera persona la necesidad de conseguirlos.
El observatorio para la prevención de las mutilaciones genitales femeninas tiene una base en Gambia y la otra en Cataluña, una de las comunidades con más presencia de población subsahariana. ¿Qué medidas preventivas está tomando el gobierno autonómico?
Medidas judiciales y policiales. La prevención la hacen los policías, pasando por alto que yo no quiero interlocutar con un policía, sino con la maestra de mis hijas, la enfermera, mi pediatra, mi ginecóloga. Detrás de esta estrategia hay toda una instrumentalización política: nuestros policías salvan vidas de niñas. Este discurso paternalista de uniforme es el que cala en la sociedad.
Y el que criminaliza y estigmatiza. ¿Qué consecuencias tienen estas medidas?
Que las madres y los padres, en cuanto pueden, sacan a las niñas del país por temor a que una Mossa D’Esquadra toque el timbre de su puerta, les lleve al juzgado y les retenga los pasaportes. Se llevan a las niñas a África, donde las mutilan y las casan al tener la primera regla. Así, le has truncado la vida y la oportunidad que podían haber tenido aquí.
Mutilación genial, también en occidente
Fatema Mernissi decía que el harem de Occidente es la talla 38. ¿Cuál es la mutilación genital de Occidente?
El piercing, el dry sex [penetración vaginal sin lubricación, dolorosa por tanto para la mujer] o la cirugía vaginal para reducir los labios menores. Son prácticas que se realizan en Occidente y que están catalogadas por la OMS como formas de mutilación genital femenina, concepto que “comprende todos los procedimientos que, de forma intencional y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos”. Algunas de esas formas se llevan a cabo por voluntad propia de las mujeres, para embellecer el cuerpo o siguiendo modas importadas de otras culturas. Este hecho es una diferencia importante respecto a los otros tipos de mutilación, donde las niñas son sometidas a la intervención sin capacidad de decisión sobre sus cuerpos y su integridad.
De manera que en Occidente también se practican mutilaciones genitales. Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno…
Sí, y más cuando tenemos construidos ciertos estereotipos sobre lo bárbaros y lo salvajes que son en África. La mutilación hace que se refuercen esos estereotipos y que, en consecuencia, construyamos una relación entre víctima y torturador que criminaliza y que no va a ninguna parte.
Una vida en Gambia
Blanca, rubia, occidental, feminista… ¿Una más en el poblado?
Soy extracategorial y diferente. Nunca voy a ser una más en el poblado, por muchos años que viva allí y a pesar de haber establecido vínculos afectivos. Dentro del grupo de las mujeres madres, sin embargo, la relación es muy paritaria. Mis dos hijos se criaron en Gambia.
Y, además, no circuncidada…
¡Sucia! Cuando me adoptó mi familia africana, tras varios años de vivir en el poblado, mi madre africana me dijo que estaba a tiempo de purificarme, de cortarme el clítoris, aunque yo ya tenía la regla e incluso a mis dos hijos. Jamás han cogido un jarro de agua mío o han tocado mi comida porque soy una mujer que a través de mi impureza contamina los alimentos.
No obstante, te otorgaron un lugar en su sociedad cuando tu familia te adoptó a través de un ritual.
En ese momento, la relación con el poblado cambió. Me bautizaron con el nombre de Mariama Sibo Janke; Mariama, porque es parecido a Adriana y porque significa María, como la virgen que es blanca y Sibo Janke, porque así se llaman esas palmeras altas y rectas. Aunque extracategorial y diferente, dicen que soy una mujer de rectitud moral. Gracias a la adopción me sentí muy protegida y muy querida. También sentí que había adquirido una gran responsabilidad para mantener el respeto que me habían demostrado y para seguir las normas que conllevaba ese ritual.
¿Cómo recuerdas tu primer contacto con la mutilación genital?
Fue en 1992, cuando en el poblado en el que vivía se produjo un ritual de iniciación. Fue un golpe muy duro, durísimo, ver la vitalidad que tenía y la fuerza con la que las mujeres se encargaban de mantener esa tradición. No era un tema que había estudiando durante la carrera y se había quedado ahí, sino algo que estaba muy vivo.
Algún momento decisivo de tu vida en Gambia…
Cuando me adoptó mi familia africana, yo tenía dos hijos varones. Una de mis hermanas adoptivas tenía una niña, Rogi, y estaba embarazada de otra. “Se llamará como tú y las dos serán hijas tuyas -me dijo mi hermana-, así tendrás dos varones y dos mujeres”. A Rogi la conocí cuando gateaba y desde el principio estuvimos muy apegadas. Asistí a su ritual de iniciación, pero escondida detrás de una cámara por la dureza de aquel momento. Pedí que no tocaran a la niña más pequeña, Mariama, si realmente la consideraban mi hija. Unos años más tarde, después de volver de un viaje, Rogi me dijo que tenía que contarme un secreto muy grande y me llevó a la playa, donde nadie pudiera oírnos: la abuela había cogido a Mariama y a otras niñas de la casa y se las había llevado al bosque. Rogi extendió su dedito índice y me dijo: “¡Nunca, nunca se lo haré a mis hijas!” Eso fue muy potente y me dio fuerza para proponerle a la vicepresidenta un rito de iniciación respetuoso y alternativo, en el que la mutilación no tuviera cabida.
¿Qué significa Gambia para ti?
Uh… Yo he renacido en Gambia. Gambia significa una nueva vida, me ha removido las entrañas como persona, como mujer y como profesional.
En pocas palabras
Lo sugerente: Los sonidos del silencio
Lo deserotizante: La política
Lo pendiente: La sensatez
Un éxito: Que el gobierno haya asumido como propio el Programa de Prevención de las Mutilaciones Genitales Femeninas en Gambia.
Algo como para tirar la toalla: La impunidad
Una feminista: Dolores Juliano
Una época: Hoy
Un lugar en el mundo: Gambia
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