Leila Slimani: «¿Me comparan con Houellebecq? Yo tengo el pelo más bonito»
«En el jardín del ogro» es la primera novela de Leila Slimani que ahora se publica en España. Una historia de una mujer adicta al sexo que le abrió las puertas del éxito, y de la polémica
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Su madre es franco-argelina (médico) y su padre marroquí (banquero). Ella nació en Rabat en 1981, donde estudió en el Liceo francés hasta 1999 que marcha a París para matricularse en el Instituto de Estudios Políticos. Decir el nombre de Leila Slimani implica todo este cruce de culturas y realidades y mucho más porque en 2016 gana el Premio Goncourt con su segunda novela Canción dulce. Un año más tarde se suma al movimiento civil que apoya en las elecciones presidenciales a Emmanuel Macron. La voz de Leila Slimani no rehúye el compromiso.
¿En qué le cambió el Goncourt?
En primer lugar, me ha hecho feliz porque las personas a las que quiero y que siempre me han apoyado -mi madre, mi marido, mis hermanas y mi editor- estaban felices y me parecía que así les devolvía un poco lo que me han dado. El Goncourt también me ha dado cierta libertad. Puedo tomarme mi tiempo para escribir mi próxima novela, puedo probar cosas y arriesgarme en otras tantas.
Sus raíces resultan de lo más mezcladas: tiene ancestros judíos, una abuela católica y usted nace en Marruecos. Supongo que el discurso de la convivencia intercultural, interracial, para usted es algo natural.
No, en absoluto. Creo que ninguna convivencia es natural, pero eso no tiene nada que ver con la nacionalidad o la religión. Vivir con los demás siempre es duro, siempre es complicado y puede que hasta imposible. Y es el tema de todas mis novelas.
Ha afirmado que su pluma es su arma. ¿No cree que a estas alturas de la Historia la palabra tiene todas las de perder?
Es mi arma porque me permite sobrevivir, defender mi libertad y expresar verdades que, en la vida diaria, me parecen inaudibles. Poder hablar es poder defenderse, pedir ayuda, y es útil en todas las épocas.
¿Seremos capaces de superar esta etapa de extremismos y populismos?
No lo sé. Un escritor, por desgracia, no tiene la capacidad de predecir este tipo de cosas. La Historia demuestra que la bondad y la monstruosidad cohabitan en el hombre, y que somos lo peor, en todas y cada una de las épocas.
También ha defendido que la obligación de un escritor es entender. ¿Como autora qué es lo que más le cuesta entender en estos momentos, en esta realidad tan cambiante y extrema que vivimos?
Creo que lo que me parece más difícil de entender es la indiferencia ante el destino de los demás, los inmigrantes, los extranjeros, los pobres. El hecho de que hayamos construido unas sociedades tan ricas y tan evolucionadas, pero en las que solo nos preocupamos de nosotros mismos.
¿A qué responde la historia de una mujer adicta al sexo que protagoniza su último libro publicado en España?
A nada. Es la historia de una mujer sola, de una mujer al borde del abismo. No creo que una novela tenga que transmitir un mensaje o que decir algo. Solo quería contar la historia de este personaje, que me gusta y con el que he vivido durante muchos meses. El lector es quien encuentra un sentido en los libros. No creo que le corresponda al escritor decidir lo que quiere decir su libro.
¿Qué piensa de movimientos como el #Metoo o el 8M en España que ha reunido a miles de mujeres en la calle para reivindicar la igualdad?
Me entusiasman. Ya era hora de que las mujeres se rebelasen contra las desigualdades que sufren, contra el acoso, la violencia, la desconsideración. Me alegro por mis hijos, tanto por mi hija como por mi hijo, porque me atrevo a pensar que vivirán en una sociedad más justa en la que las mujeres tendrán derecho a tener los mismos sueños que los hombres y en la que los hombres no estarán obligados a desempeñar el papel de la virilidad.
¿Qué tiene que decir cuando se la compara con Houellebecq?
Que tengo un pelo más bonito.
Antes de dedicarse a la literatura, usted trabajó como periodista (de hecho la protagonista de esta novela es periodista). ¿Cómo ve ahora la profesión desde fuera?
Me parece que es una profesión apasionante, e incluso extraordinaria, porque permite enfrentarse al presente, conocer a gente muy diversa, abrirle los ojos al lector sobre la realidad. Leo mucho la prensa y no podría dejar de hacerlo. Pero es una profesión muy difícil en la que los medios económicos son cada vez más limitados y donde ya no se puede ir a hacer reportajes como antes.
¿Y la dictadura de las «fake news»?
La información falsa como tal no es un fenómeno nuevo. En todas las épocas se ha hecho que corrieran rumores falsos, ha habido casos inventados... La diferencia es que hoy, con las redes sociales, se llega en unos segundos a varios millones o miles de millones de personas. Nunca hemos estado tan informados, pero el control de esta información no está a la altura de lo que está en juego. O más bien, los políticos y los Gobiernos utilizan con mucho cinismo estos nuevos medios de comunicación para mentir. Lo que me indigna es el hecho de que tantas personas crean en tesis totalmente falsas y se dejen engañar por teorías de la conspiración.
¿Cómo se maneja con las redes sociales después de los insultos que ha recibido a través de ellas?
No estoy en las redes sociales.
¿Qué piensa de los chalecos amarillos?
Los chalecos amarillos expresan lo que los magrebíes llaman hogra, la indignidad, la mala vida, la imposibilidad de vivir dignamente de tu trabajo. Toda una parte de la sociedad en Francia, como en otros lugares, se siente totalmente al margen de la globalización. Son los nuevos esclavos del capitalismo, los invisibles a los que el sistema engulle después de haberlos utilizado. En Francia, como en Marruecos por cierto, hay que garantizar la libertad de manifestarse, que todo el mundo pueda expresar su descontento como ciudadano y le escuchen.
¿Cuál cree que es el mayor problema que afecta a Europa en estos momentos?
El atrincheramiento, el miedo, la retractación. Para ser fiel a sus valores, Europa debería ser un continente abierto, con la mirada puesta en el futuro, la juventud y el progreso. Un continente que, avalado por su historia, es decir el recuerdo de las guerras y de las atrocidades cometidas en su suelo, fuese solidario con los que viven estas situaciones hoy en día. Un continente que rechazase la esclavitud en sus puertas y al que le avergonzase abandonar barcos a la deriva y dejar que mueran niños en un mar, el Mediterráneo, que es la mismísima matriz de su identidad.
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