miércoles, 11 de septiembre de 2019

amazigh joyas

Los bereberes de ayer y hoy

Los amazighs («hombres libres», «hombres nobles») son un grupo étnico originario del norte de África al que la historiografía se ha referido con frecuencia como bereberes. Su territorio se extendía desde Egipto hasta el Atlántico (incluyendo las Islas Canarias) y desde el Mediterráneo hasta las fronteras del África subsahariana. Esta ubicación propició el establecimiento de relaciones con las sucesivas oleadas migratorias llegadas desde Oriente Próximo (fenicios, griegos, cartagineses, romanos y bizantinos). Con la conquista árabe de mediados del siglo vii, los árabes se convirtieron en el grupo mayoritario de la orilla sur del Mediterráneo.
Actualmente, los grupos amazighs más numerosos se hallan en Marruecos y Argelia. En Marruecos hay un censo próximo a los 12 millones de personas (Rif, Atlas Medio, Alto Atlas, Antiatlas y Sous), mientras que en Argelia son más de 6 millones (sobre todo en la Cabilia, el Aurés y el Mzab).
Un segundo gran grupo bereber lo constituyen los tuaregs, cerca de un millón de personas que habitan en diversos países de la zona saharosaheliana (Níger, Mali, Argelia, Libia, Burkina Faso y Nigeria). El resto de la población amazigh, unos cuantos miles de personas, se ubica en Túnez (Djerba, Matmata y Krumiria), en Libia (Tripolitania, Djebel Nefussa y Zaouara), en Egipto (Siwa) y en el sur de Mauritania.
Tres son los aspectos más relevantes del mundo amazigh: la lengua, el derecho consuetudinario y el parentesco.
La diversidad lingüística de los amazighs es notable, lo que dificulta la normalización de la lengua. El tamazigh es una lengua de origen camítico-semítico, que nunca se ha escrito de manera sistemática, sino que se ha transmitido de manera oral. Aun así, tenemos constancia escrita, en grafía tifinagh, desde hace aproximadamente 6.000 años.
Actualmente se hablan diferentes dialectos en el área amazigh: el tarifit, el tashilhit, el cabil, el chauia, el mozabí y el tuareg, entre otros. Las fíbulas, además de su valor estético, tienen una función concreta: cerrar los trajes sin costuras que visten las mujeres.

Las fíbulas son unos broches con hebilla con una aguja en un extremo, de un estilo similar al que utilizaban los griegos y los romanos, y siempre de medidas y formas muy variadas. Han recibido diferentes nombres que dependen de la lengua bereber en que se pronuncien, del tipo de fíbula (articulada, redonda, etc.) y del grupo femenino que la utilice (niñas, solteras, casadas, etc.).
La fíbula del Rif es una de las piezas más emblemáticas de esta región marroquí. Es de plata, tiene forma de almendra y simboliza el ojo que permite rechazar al mal. La pieza central se denomina «tortuga» y se caracteriza por los numerosos orificios que presenta en su superficie. Representa un importante símbolo de fertilidad y felicidad para la pareja y sirve para contener especias aromáticas (por ejemplo, el clavo, muy extendido también en Argelia). Otras veces, el elemento central es una pequeña caja para guardar amuletos, versículos coránicos, etc. Con frecuencia estas fíbulas no son dobles, sino aisladas, ya que se precisan para abrochar los vestidos de diario.


La riqueza de las mujeres

El derecho consuetudinario amazigh, transmitido oralmente de generación en generación y perpetuado en gran parte de las tribus, es un tipo de justicia impartida por la jama’a, o asamblea tribal, representada por un colectivo de hombres con frecuencia ancianos. Este corpus legislativo autóctono, muy diferente entre los grupos bereberes de un mismo país, convive con el fiqh o derecho islámico en el sistema social bereber hasta la homogeneización jurídica que llevaron a cabo los estados independientes a mediados del siglo xx. Una de las diferencias más notables entre ambos derechos se refiere a la herencia. Mientras que el derecho islámico otorga a las mujeres la mitad de lo que reciben los hombres, el derecho amazigh reparte generalmente los bienes de la herencia entre los varones. Las joyas son siempre propiedad de las mujeres y representan su independencia económica en caso de problemas o desacuerdo con el cónyuge. Normalmente pasan en herencia de madres a hijas, aunque las mujeres amazighs también las reciben de manos de sus maridos o de los padres de éstos cuando se casan, ya que constituyen su dote. La cantidad y calidad de las joyas que reciben al contraer matrimonio varía según el pacto familiar y, sobre todo, según el estatus familiar de los dos contrayentes. Así, un hombre que quiera casarse con una mujer de una familia con muchos recursos tendrá que dar una dote muy alta expresada en joyas y, si es necesario, también en dinero o especies.
Las joyas, al igual que los vestidos, identifican a los miembros de una misma tribu, de manera que sus formas, materiales y decoraciones nos informan tanto del origen tribal como geográfico de las mujeres que las llevan.
Durante mucho tiempo, la dote se ha considerado una mercantilización de las mujeres. Ciertos investigadores franceses del siglo xix y de principios del xx creían que la dote era la prueba de que, en las sociedades magrebíes, el contrato matrimonial escondía una compraventa de la esposa. Para la mayoría, la dote señalaba los derechos adquiridos del marido respecto a la mujer mientras durara el enlace. Actualmente la dote se considera desde una perspectiva muy diferente: constituye la parte que le corresponde a la futura esposa por su participación en la creación y consolidación del nuevo vínculo familiar. La dote, además de representar un reconocimiento social de la mujer, permite garantizar su autonomía económica ante cualquier situación adversa.


Parentesco y rituales. Días de alegría

Los amazighs, dejando a un lado la excepción de los tuaregs matrilineales, en los que la filiación pasa por la línea femenina, son patrilineales de filiación masculina; patrilocales, ya que los nuevos enlaces se establecen en la comunidad del marido; de endogamia preferencial, con un matrimonio entre primos hermanos paternos, y de familia extensa, con una fuerte cohesión de parientes afines y consanguíneos.
En este contexto social, el parentesco y los rituales familiares tienen una importancia capital, y en él podemos ver una estrecha vinculación con las joyas. De especial importancia es el día de la boda, ya que la futura esposa debe lucir las joyas que le ha regalado el marido o la familia de éste, mientras que las mujeres que asisten a la fiesta han de llevar las de su grupo familiar. La fiesta del matrimonio es el ritual más celebrado entre los amazighs, tanto porque refuerza los vínculos de consanguinidad o alianza como porque garantiza el encuentro de un grupo familiar que puede estar diseminado por el territorio.
Otras ceremonias destacadas son la circuncisión y los entierros. También son importantes las fiestas que coinciden con el calendario agrícola o pastoril, y con el calendario musulmán.

Todo el mundo conoce el estatus del grupo cuando las mujeres lucen las joyas en alguno de los rituales familiares. El interés por mostrar una mejoría en la situación económica hace que, de vez en cuando, se aproveche alguna fiesta familiar o local para adquirir otras nuevas.
Una de las joyas más características del oasis de Siwa es este collar elaborado en plata maciza. Está formado por un anillo que se coloca alrededor del cuello, de entre 2 y 3 cm de grosor, que se denomina aghraw. Lo utilizan las mujeres más ricas del oasis. Las solteras cuelgan en él un gran disco decorado con el motivo de la cruz acompañado de otros elementos florales y geométricos grabados; se denomina adrim y ya no volverán a llevarlo una vez se hayan casado. Los otros adornos de plata típicos del oasis de Siwa son los brazaletes, los anillos, los pendientes de aro, algunos también con colgantes, y diferentes tipos de collares.


Islam y creencias. Protección y bendición

En el norte de África, el islam se expresa de dos maneras diferentes: coexiste un islam oficial o escriturario, centrado en el Corán y las mezquitas, con un islam informal o popular, expresado con la peregrinación a la tumba de un santo (moussem) y el culto de los santos. Ambos se articulan tanto en los ámbitos urbanos como en los rurales. Con frecuencia se afirma, erróneamente, que el islam informal es mayoritariamente bereber.

Mientras el islam se abría camino en la vida cotidiana de los bereberes, algunas prácticas iban más allá de esta expresión monoteísta para adentrarse en el mundo de las creencias. Numerosas mujeres utilizan amuletos para protegerse, tanto a ellas como a sus familias y a sus hijos; esta práctica muestra la simbiosis que se produce en la vida diaria de muchos amazighs.
La expresión del sentimiento religioso y de la fe se aprecia en la existencia de numerosos pequeños portacoranes, que forman parte de fíbulas y collares, y que nos hablan de la fe musulmana, mientras que las joyas están llenas de amuletos de todas clases y de formas y representaciones de todo tipo con las que se presenta una fe de creencias muy mezcladas.
La mano de Fátima (también denominada khamsa, luha y afus) es un amuleto que utilizan tanto los árabes como los bereberes, cuyo origen es bastante controvertido. Se señala que se identifica como «mano», entendida como un símbolo de protección que materializa las ideas con su actividad y que representa la autoridad y la dominación, y como el número «cinco», ya que tiene siempre la particularidad de estar formada por los cinco dedos de la mano.
El «cinco» es una representación simbólica del cuerpo humano, un símbolo del universo con dos ejes que pasan por el mismo centro, y un símbolo de orden y perfección que, en definitiva, reúne los cinco sentidos, las cinco formas sensibles de la materia.


Jardines secretos. La naturaleza imaginada


El mundo amazigh es complejo y rico. La representación natural y simbólica se expresa con la cerámica, los diseños de las alfombras y los tapices, el tatuaje de la henna y, también, en la joyería. Buena parte de las decoraciones florales, vegetales, geométricas o animales tienen una función protectora. Este conocimiento es compartido por ambos sexos y es tan importante la función del objeto como su valor estético y simbólico.

Las poblaciones amazighs ocupan territorios muy diferentes y distantes entre sí. Esta diversidad geográfica se evidencia porque pueblan litorales, montañas, llanuras, desiertos y oasis, lo que permite desmitificar una imagen que históricamente se ha vinculado sólo al desierto y al nomadismo. Sin embargo, buena parte de las formas y los motivos decorativos que se han utilizado en joyería presentan muchas similitudes a pesar de la distancia geográfica. En primer lugar, porque algunos motivos vegetales y geométricos que utilizan son pervivencias de su entorno real o utópico, y forman parte de su naturaleza imaginada. Pero también porque algunas de las decoraciones son recreaciones de la escritura líbicobereber, del tifinagh: las líneas franqueadas de trazos perpendiculares, los puntos y también los triángulos.
La joyería amazigh reproduce diversos símbolos y representaciones animales, geométricos o florales con diferentes significados. Entre los motivos animales, destacan los pájaros, las tortugas, las serpientes, los lagartos y los peces. El pájaro recuerda la naturaleza, es el mensajero de las buenas noticias y aporta fecundidad y riqueza. Las tortugas alejan la mala suerte y son símbolos de fecundidad. La serpiente protege los cereales y salvaguarda las fuentes de agua. El lagarto protege de las enfermedades y conjura el mal de ojo. Los peces garantizan la fertilidad femenina.
También tienen un simbolismo importante la lámpara de aceite, la cruz, la daga y el fusil, y el disco, el círculo y la rueda. Se trata de motivos cargados de poder mágico y guerrero. Por ejemplo, las cruces rechazan las miradas envidiosas y las dispersan a los cuatro vientos. La daga y el fusil apelan a la defensa contra los enemigos. El disco, el círculo y la rueda apelan a los antiguos ritos solares y lunares de los amazighs. El círculo inacabado de los pendientes de aro tuaregs simboliza el recorrido cíclico de los nómadas y el período intermedio que anuncia la nueva partida.


Venderse las joyas

Las joyas son de exclusiva propiedad de las mujeres y pueden intercambiarse por toda clase de bienes en momentos de necesidad. Este hecho es importante en unas sociedades en las que con frecuencia se desarrolla una economía familiar de autosubsistencia, y en las que la producción femenina de alfombras y cerámicas para vender en los mercados no es suficiente para compensar una mala cosecha o la muerte del ganado. La necesidad de ayudar económicamente al grupo familiar explica que muchas joyas combinen el coral o el ámbar con el plástico o los cristales de colores. En algún momento se intercambió el material noble por dinero con el objetivo de mejorar la situación familiar. Ante estas eventualidades, la mujer puede decidir vender a algún comerciante las piedras semipreciosas que formaban parte de una joya o desprenderse de toda la joya.
La venta de las joyas nos permite observarlas desde una perspectiva que va más allá de lo estético, lo simbólico, lo religioso o lo familiar. Las joyas están sujetas a un intercambio económico protagonizado por las mujeres.

Las razones que pueden incitar a su venta son diversas:
— permiten la subsistencia del grupo;
— garantizan el establecimiento de nuevas alianzas familiares: los matrimonios son caros y requieren una inversión que cubra los gastos de la boda y la dote;
— pueden venderse para financiar luchas armadas, como pasó durante la defensa del Rif por Abd-el-Krim contra los colonizadores españoles en la década de 1920 o en el curso de la guerra por la independencia de Argelia de finales de los cincuenta;
— facilitan la emigración de algunos de sus miembros fuera de la comunidad, especialmente hacia el extranjero, donde se esperan más garantías de éxito.


¿Entre la tradición y la modernidad?

La joyería bereber utiliza la plata, el coral y el ámbar, y repite toda una serie de motivos vegetales, florales y geométricos en sus decoraciones.
Durante las últimas décadas han empezado a mostrarse algunos cambios, fruto de la dificultad de acceder a estos materiales y también a la pérdida de valor simbólico que ha sufrido la plata en favor del oro debido a un proceso de arabización e islamización. En los años setenta se detectó que algunas zonas del Magreb pedían joyas en oro y no en plata, en un cambio de la demanda que no se inscribía sólo en el campo de los materiales, sino también en el de las formas y decoraciones. Algunas familias ricas establecidas en ámbitos urbanos han empezado a añadir monedas de oro a collares y fíbulas. E incluso se ha fundido la plata de las joyas antiguas para realizar nuevas piezas o añadidos de tipo más innovador a las joyas tradicionales.
En general, también se comenzaron a sustituir las piedras semipreciosas por vidrios de colores y por plástico, al tiempo que la plata se veía reemplazada por la aleación de otros metales de bajo coste. Esta producción se dirigía a familias empobrecidas que no podían costearse joyas de mayor calidad.
Buena parte de los joyeros fueron judíos descendientes de los expulsados de España en 1492, que se establecieron en el norte de África en convivencia pacífica con bereberes y árabes. Estos judíos empezaron a añadir sus propios motivos decorativos, como la característica estrella de David –de seis puntas– combinada con otros motivos religiosos, como el candelabro.
Hoy en día, las técnicas de los artesanos judíos han pasado de generación en generación y ahora son también conocidas por los bereberes que se quedaron con sus negocios, tal como sucedió, por ejemplo, entre los tuaregs, los cabileños y los amazighs del Alto Atlas central. Algunos joyeros han cogido las monedas de plata y, en lugar de añadirlas a fíbulas o collares como se había hecho en otros tiempos, las han fundido y, sin cambiar las decoraciones tradicionales, han convertido el metal en hilo de plata para elaborar joyas en filigrana con formas geométricas (espirales) o animales (pájaros, tortugas, etc.). Esta circunstancia probaría que las transformaciones en la joyería no llegan forzosamente a todas partes y que, probablemente, siempre quedarán lugares en los que se seguirán elaborando las joyas con los materiales, las formas, las técnicas y las decoraciones características de los amazighs.


Créditos

ORGANIZACIÓN: IEMed

CON LA COLABORACIÓN DE: Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament y Museu Diocesà

DIRECCIÓN Josep Giralt i Balagueró

COMISARIA Yolanda Aixelà

SECRETARIA TÉCNICA Carina Soriano
CON EL APOYO DE Muntsa Ciurana

PROYECTO GRÁFICO Y DE ESPACIOS Magma

CONSERVACIÓN PREVENTIVA Agnès Gall Ortlik

TRANSPORTE Y PRODUCCIÓN Manterola

SEGUROS Axa Nordstern Art

PRENSA Y COMUNICACIÓN Jordi Bertran


AGRADECIMIENTOS Luciana Angelini, Fatima Azzoug, Ahmed Boukouss, Eduardo Calvo, Hélène Claudot-Haward, Lakhar Drias, Carme Fauria, Pere Jordi Figuerola, Francis Christopher Gilles, Nassima Haddad, Eloy Martín Corrales, Andrea Mazzini, Blanca Montobbio, Ferran Morillas, Ourdia Sylvia Oussedik, Elena Schenone, Eudald Serra, Mª Dolors Soriano, Úrsula Viñolas, Zehira Yahi, Said Zitoun.

Instituto Cervantes (Algèria), Institut Royal de la Culture Amazighe (IRCAM), Ministère de la Culture (Algèria), Musée National des Antiquités (Algèria), Musée National du Bardo (Algèria), Museu Etnològic de Barcelona, Qadar Art i Viatges, Società Geografica Italiana/picturnet.com

y a todos aquellos que, de un modo u otro, han contribuido a la realización de este proyecto.

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