Los bereberes de ayer y hoy
Los
amazighs («hombres libres», «hombres nobles») son un grupo étnico
originario del norte de África al que la historiografía se ha referido
con frecuencia como bereberes. Su territorio se extendía desde Egipto
hasta el Atlántico (incluyendo las Islas Canarias) y desde el
Mediterráneo hasta las fronteras del África subsahariana. Esta ubicación
propició el establecimiento de relaciones con las sucesivas oleadas
migratorias llegadas desde Oriente Próximo (fenicios, griegos,
cartagineses, romanos y bizantinos). Con la conquista árabe de mediados
del siglo vii, los árabes se convirtieron en el grupo mayoritario de la
orilla sur del Mediterráneo.
Actualmente, los grupos
amazighs más numerosos se hallan en Marruecos y Argelia. En Marruecos
hay un censo próximo a los 12 millones de personas (Rif, Atlas Medio,
Alto Atlas, Antiatlas y Sous), mientras que en Argelia son más de 6
millones (sobre todo en la Cabilia, el Aurés y el Mzab).
Un
segundo gran grupo bereber lo constituyen los tuaregs, cerca de un
millón de personas que habitan en diversos países de la zona
saharosaheliana (Níger, Mali, Argelia, Libia, Burkina Faso y Nigeria).
El resto de la población amazigh, unos cuantos miles de personas, se
ubica en Túnez (Djerba, Matmata y Krumiria), en Libia (Tripolitania,
Djebel Nefussa y Zaouara), en Egipto (Siwa) y en el sur de Mauritania.
Tres son los aspectos más relevantes del mundo amazigh: la lengua, el derecho consuetudinario y el parentesco.
La
diversidad lingüística de los amazighs es notable, lo que dificulta la
normalización de la lengua. El tamazigh es una lengua de origen
camítico-semítico, que nunca se ha escrito de manera sistemática, sino
que se ha transmitido de manera oral. Aun así, tenemos constancia
escrita, en grafía tifinagh, desde hace aproximadamente 6.000 años.
Actualmente
se hablan diferentes dialectos en el área amazigh: el tarifit, el
tashilhit, el cabil, el chauia, el mozabí y el tuareg, entre otros. Las
fíbulas, además de su valor estético, tienen una función concreta:
cerrar los trajes sin costuras que visten las mujeres.
Las fíbulas son unos broches con hebilla con una aguja en
un extremo, de un estilo similar al que utilizaban los griegos y los
romanos, y siempre de medidas y formas muy variadas. Han recibido
diferentes nombres que dependen de la lengua bereber en que se
pronuncien, del tipo de fíbula (articulada, redonda, etc.) y del grupo
femenino que la utilice (niñas, solteras, casadas, etc.).
La
fíbula del Rif es una de las piezas más emblemáticas de esta región
marroquí. Es de plata, tiene forma de almendra y simboliza el ojo que
permite rechazar al mal. La pieza central se denomina «tortuga» y se
caracteriza por los numerosos orificios que presenta en su superficie.
Representa un importante símbolo de fertilidad y felicidad para la
pareja y sirve para contener especias aromáticas (por ejemplo, el clavo,
muy extendido también en Argelia). Otras veces, el elemento central es
una pequeña caja para guardar amuletos, versículos coránicos, etc. Con
frecuencia estas fíbulas no son dobles, sino aisladas, ya que se
precisan para abrochar los vestidos de diario.
La riqueza de las mujeres
El
derecho consuetudinario amazigh, transmitido oralmente de generación en
generación y perpetuado en gran parte de las tribus, es un tipo de
justicia impartida por la jama’a, o asamblea tribal, representada por un
colectivo de hombres con frecuencia ancianos. Este corpus legislativo
autóctono, muy diferente entre los grupos bereberes de un mismo país,
convive con el fiqh o derecho islámico en el sistema social bereber
hasta la homogeneización jurídica que llevaron a cabo los estados
independientes a mediados del siglo xx. Una de las diferencias más
notables entre ambos derechos se refiere a la herencia. Mientras que el
derecho islámico otorga a las mujeres la mitad de lo que reciben los
hombres, el derecho amazigh reparte generalmente los bienes de la
herencia entre los varones. Las joyas son siempre propiedad de las
mujeres y representan su independencia económica en caso de problemas o
desacuerdo con el cónyuge. Normalmente pasan en herencia de madres a
hijas, aunque las mujeres amazighs también las reciben de manos de sus
maridos o de los padres de éstos cuando se casan, ya que constituyen su
dote. La cantidad y calidad de las joyas que reciben al contraer
matrimonio varía según el pacto familiar y, sobre todo, según el estatus
familiar de los dos contrayentes. Así, un hombre que quiera casarse con
una mujer de una familia con muchos recursos tendrá que dar una dote
muy alta expresada en joyas y, si es necesario, también en dinero o
especies.
Las joyas, al igual que los vestidos,
identifican a los miembros de una misma tribu, de manera que sus formas,
materiales y decoraciones nos informan tanto del origen tribal como
geográfico de las mujeres que las llevan.
Durante
mucho tiempo, la dote se ha considerado una mercantilización de las
mujeres. Ciertos investigadores franceses del siglo xix y de principios
del xx creían que la dote era la prueba de que, en las sociedades
magrebíes, el contrato matrimonial escondía una compraventa de la
esposa. Para la mayoría, la dote señalaba los derechos adquiridos del
marido respecto a la mujer mientras durara el enlace. Actualmente la
dote se considera desde una perspectiva muy diferente: constituye la
parte que le corresponde a la futura esposa por su participación en la
creación y consolidación del nuevo vínculo familiar. La dote, además de
representar un reconocimiento social de la mujer, permite garantizar su
autonomía económica ante cualquier situación adversa.
Parentesco y rituales. Días de alegría
Los
amazighs, dejando a un lado la excepción de los tuaregs matrilineales,
en los que la filiación pasa por la línea femenina, son patrilineales de
filiación masculina; patrilocales, ya que los nuevos enlaces se
establecen en la comunidad del marido; de endogamia preferencial, con un
matrimonio entre primos hermanos paternos, y de familia extensa, con
una fuerte cohesión de parientes afines y consanguíneos.
En
este contexto social, el parentesco y los rituales familiares tienen
una importancia capital, y en él podemos ver una estrecha vinculación
con las joyas. De especial importancia es el día de la boda, ya que la
futura esposa debe lucir las joyas que le ha regalado el marido o la
familia de éste, mientras que las mujeres que asisten a la fiesta han de
llevar las de su grupo familiar. La fiesta del matrimonio es el ritual
más celebrado entre los amazighs, tanto porque refuerza los vínculos de
consanguinidad o alianza como porque garantiza el encuentro de un grupo
familiar que puede estar diseminado por el territorio.
Otras
ceremonias destacadas son la circuncisión y los entierros. También son
importantes las fiestas que coinciden con el calendario agrícola o
pastoril, y con el calendario musulmán.
Todo el mundo conoce el estatus del grupo cuando las mujeres lucen las
joyas en alguno de los rituales familiares. El interés por mostrar una
mejoría en la situación económica hace que, de vez en cuando, se
aproveche alguna fiesta familiar o local para adquirir otras nuevas.
Una
de las joyas más características del oasis de Siwa es este collar
elaborado en plata maciza. Está formado por un anillo que se coloca
alrededor del cuello, de entre 2 y 3 cm de grosor, que se denomina
aghraw. Lo utilizan las mujeres más ricas del oasis. Las solteras
cuelgan en él un gran disco decorado con el motivo de la cruz acompañado
de otros elementos florales y geométricos grabados; se denomina adrim y
ya no volverán a llevarlo una vez se hayan casado. Los otros adornos de
plata típicos del oasis de Siwa son los brazaletes, los anillos, los
pendientes de aro, algunos también con colgantes, y diferentes tipos de
collares.
Islam y creencias. Protección y bendición
En
el norte de África, el islam se expresa de dos maneras diferentes:
coexiste un islam oficial o escriturario, centrado en el Corán y las
mezquitas, con un islam informal o popular, expresado con la
peregrinación a la tumba de un santo (moussem) y el culto de los santos.
Ambos se articulan tanto en los ámbitos urbanos como en los rurales.
Con frecuencia se afirma, erróneamente, que el islam informal es
mayoritariamente bereber.
Mientras el
islam se abría camino en la vida cotidiana de los bereberes, algunas
prácticas iban más allá de esta expresión monoteísta para adentrarse en
el mundo de las creencias. Numerosas mujeres utilizan amuletos para
protegerse, tanto a ellas como a sus familias y a sus hijos; esta
práctica muestra la simbiosis que se produce en la vida diaria de muchos
amazighs.
La expresión del sentimiento religioso y
de la fe se aprecia en la existencia de numerosos pequeños portacoranes,
que forman parte de fíbulas y collares, y que nos hablan de la fe
musulmana, mientras que las joyas están llenas de amuletos de todas
clases y de formas y representaciones de todo tipo con las que se
presenta una fe de creencias muy mezcladas.
La mano
de Fátima (también denominada khamsa, luha y afus) es un amuleto que
utilizan tanto los árabes como los bereberes, cuyo origen es bastante
controvertido. Se señala que se identifica como «mano», entendida como
un símbolo de protección que materializa las ideas con su actividad y
que representa la autoridad y la dominación, y como el número «cinco»,
ya que tiene siempre la particularidad de estar formada por los cinco
dedos de la mano.
El «cinco» es una representación
simbólica del cuerpo humano, un símbolo del universo con dos ejes que
pasan por el mismo centro, y un símbolo de orden y perfección que, en
definitiva, reúne los cinco sentidos, las cinco formas sensibles de la
materia.
Jardines secretos. La naturaleza imaginada
El
mundo amazigh es complejo y rico. La representación natural y simbólica
se expresa con la cerámica, los diseños de las alfombras y los tapices,
el tatuaje de la henna y, también, en la joyería. Buena parte de las
decoraciones florales, vegetales, geométricas o animales tienen una
función protectora. Este conocimiento es compartido por ambos sexos y es
tan importante la función del objeto como su valor estético y
simbólico.
Las poblaciones amazighs
ocupan territorios muy diferentes y distantes entre sí. Esta diversidad
geográfica se evidencia porque pueblan litorales, montañas, llanuras,
desiertos y oasis, lo que permite desmitificar una imagen que
históricamente se ha vinculado sólo al desierto y al nomadismo. Sin
embargo, buena parte de las formas y los motivos decorativos que se han
utilizado en joyería presentan muchas similitudes a pesar de la
distancia geográfica. En primer lugar, porque algunos motivos vegetales y
geométricos que utilizan son pervivencias de su entorno real o utópico,
y forman parte de su naturaleza imaginada. Pero también porque algunas
de las decoraciones son recreaciones de la escritura líbicobereber, del
tifinagh: las líneas franqueadas de trazos perpendiculares, los puntos y
también los triángulos.
La joyería amazigh reproduce
diversos símbolos y representaciones animales, geométricos o florales
con diferentes significados. Entre los motivos animales, destacan los
pájaros, las tortugas, las serpientes, los lagartos y los peces. El
pájaro recuerda la naturaleza, es el mensajero de las buenas noticias y
aporta fecundidad y riqueza. Las tortugas alejan la mala suerte y son
símbolos de fecundidad. La serpiente protege los cereales y salvaguarda
las fuentes de agua. El lagarto protege de las enfermedades y conjura el
mal de ojo. Los peces garantizan la fertilidad femenina.
También
tienen un simbolismo importante la lámpara de aceite, la cruz, la daga y
el fusil, y el disco, el círculo y la rueda. Se trata de motivos
cargados de poder mágico y guerrero. Por ejemplo, las cruces rechazan
las miradas envidiosas y las dispersan a los cuatro vientos. La daga y
el fusil apelan a la defensa contra los enemigos. El disco, el círculo y
la rueda apelan a los antiguos ritos solares y lunares de los amazighs.
El círculo inacabado de los pendientes de aro tuaregs simboliza el
recorrido cíclico de los nómadas y el período intermedio que anuncia la
nueva partida.
Venderse las joyas
Las
joyas son de exclusiva propiedad de las mujeres y pueden intercambiarse
por toda clase de bienes en momentos de necesidad. Este hecho es
importante en unas sociedades en las que con frecuencia se desarrolla
una economía familiar de autosubsistencia, y en las que la producción
femenina de alfombras y cerámicas para vender en los mercados no es
suficiente para compensar una mala cosecha o la muerte del ganado. La
necesidad de ayudar económicamente al grupo familiar explica que muchas
joyas combinen el coral o el ámbar con el plástico o los cristales de
colores. En algún momento se intercambió el material noble por dinero
con el objetivo de mejorar la situación familiar. Ante estas
eventualidades, la mujer puede decidir vender a algún comerciante las
piedras semipreciosas que formaban parte de una joya o desprenderse de
toda la joya.
La venta de las joyas nos permite
observarlas desde una perspectiva que va más allá de lo estético, lo
simbólico, lo religioso o lo familiar. Las joyas están sujetas a un
intercambio económico protagonizado por las mujeres.
Las razones que pueden incitar a su venta son diversas:
— permiten la subsistencia del grupo;
— garantizan el establecimiento de nuevas alianzas
familiares: los matrimonios son caros y requieren una inversión que
cubra los gastos de la boda y la dote;
— pueden
venderse para financiar luchas armadas, como pasó durante la defensa del
Rif por Abd-el-Krim contra los colonizadores españoles en la década de
1920 o en el curso de la guerra por la independencia de Argelia de
finales de los cincuenta;
— facilitan la emigración de
algunos de sus miembros fuera de la comunidad, especialmente hacia el
extranjero, donde se esperan más garantías de éxito.
¿Entre la tradición y la modernidad?
La
joyería bereber utiliza la plata, el coral y el ámbar, y repite toda
una serie de motivos vegetales, florales y geométricos en sus
decoraciones.
Durante las últimas décadas han
empezado a mostrarse algunos cambios, fruto de la dificultad de acceder a
estos materiales y también a la pérdida de valor simbólico que ha
sufrido la plata en favor del oro debido a un proceso de arabización e
islamización. En los años setenta se detectó que algunas zonas del
Magreb pedían joyas en oro y no en plata, en un cambio de la demanda que
no se inscribía sólo en el campo de los materiales, sino también en el
de las formas y decoraciones. Algunas familias ricas establecidas en
ámbitos urbanos han empezado a añadir monedas de oro a collares y
fíbulas. E incluso se ha fundido la plata de las joyas antiguas para
realizar nuevas piezas o añadidos de tipo más innovador a las joyas
tradicionales.
En general, también se comenzaron a
sustituir las piedras semipreciosas por vidrios de colores y por
plástico, al tiempo que la plata se veía reemplazada por la aleación de
otros metales de bajo coste. Esta producción se dirigía a familias
empobrecidas que no podían costearse joyas de mayor calidad.
Buena
parte de los joyeros fueron judíos descendientes de los expulsados de
España en 1492, que se establecieron en el norte de África en
convivencia pacífica con bereberes y árabes. Estos judíos empezaron a
añadir sus propios motivos decorativos, como la característica estrella
de David –de seis puntas– combinada con otros motivos religiosos, como
el candelabro.
Hoy en día, las técnicas de los
artesanos judíos han pasado de generación en generación y ahora son
también conocidas por los bereberes que se quedaron con sus negocios,
tal como sucedió, por ejemplo, entre los tuaregs, los cabileños y los
amazighs del Alto Atlas central. Algunos joyeros han cogido las monedas
de plata y, en lugar de añadirlas a fíbulas o collares como se había
hecho en otros tiempos, las han fundido y, sin cambiar las decoraciones
tradicionales, han convertido el metal en hilo de plata para elaborar
joyas en filigrana con formas geométricas (espirales) o animales
(pájaros, tortugas, etc.). Esta circunstancia probaría que las
transformaciones en la joyería no llegan forzosamente a todas partes y
que, probablemente, siempre quedarán lugares en los que se seguirán
elaborando las joyas con los materiales, las formas, las técnicas y las
decoraciones características de los amazighs.
Créditos
ORGANIZACIÓN: IEMed
CON LA COLABORACIÓN DE: Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament y Museu Diocesà
DIRECCIÓN Josep Giralt i Balagueró
COMISARIA Yolanda Aixelà
SECRETARIA TÉCNICA Carina Soriano
CON EL APOYO DE Muntsa Ciurana
PROYECTO GRÁFICO Y DE ESPACIOS Magma
CONSERVACIÓN PREVENTIVA Agnès Gall Ortlik
TRANSPORTE Y PRODUCCIÓN Manterola
SEGUROS Axa Nordstern Art
PRENSA Y COMUNICACIÓN Jordi Bertran
AGRADECIMIENTOS Luciana Angelini, Fatima Azzoug, Ahmed
Boukouss, Eduardo Calvo, Hélène Claudot-Haward, Lakhar Drias, Carme
Fauria, Pere Jordi Figuerola, Francis Christopher Gilles, Nassima
Haddad, Eloy Martín Corrales, Andrea Mazzini, Blanca Montobbio, Ferran
Morillas, Ourdia Sylvia Oussedik, Elena Schenone, Eudald Serra, Mª
Dolors Soriano, Úrsula Viñolas, Zehira Yahi, Said Zitoun.
Instituto Cervantes (Algèria), Institut Royal de la
Culture Amazighe (IRCAM), Ministère de la Culture (Algèria), Musée
National des Antiquités (Algèria), Musée National du Bardo (Algèria),
Museu Etnològic de Barcelona, Qadar Art i Viatges, Società Geografica
Italiana/picturnet.com
y a todos aquellos que, de un modo u otro, han contribuido a la realización de este proyecto.
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