martes, 29 de junio de 2010

A Miguel Hernández












NANAS DE LA CEBOLLA






La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.
En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto

que en el alma al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores y

las alondras.

Rival del sol.

Porvenir de mis huesos

y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.
Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.

No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.


Fotos: Carmen Pareja Sánchez


No hay comentarios:

Publicar un comentario