De la primavera árabe al Islam que da miedo
Tahar
Ben Jelloun, un escritor marroquí, muy leído y con una producción
literaria muy extensa, publicó el año 2011 un libro titulado “La primavera árabe”
donde detallaba, con pluma ágil y buena información, lo que estaba
sucediendo en el mundo árabe del norte de África y del Oriente Medio. En
la anteúltima pagina se podía leer que “los
jóvenes protagonistas de la primavera árabe han visto que tienen la
posibilidad de vivir mejor, de acabar con las dictaduras, de recuperar
algo de dignidad?. ¿Cómo?. ¿Con qué instrumentos?. Mediante el simple
hecho de comunicarse, de intercambiar ideas, proyectos. El mundo es
inmenso pero ahora está al alcance de la mano, de un simple clic. El
tiempo ha cambiado de ritmo desde que la información se difunde casi en
tiempo real”. (Ed. Alianza. Madrid, 2011, páginas 145-146).
El declive de la primavera árabe.
Pero un año después, Amnistía Internacional publicó un Dossier, bajo el
título de “Año de rebelión. El estado de los derechos humanos en
Oriente Medio y en el norte de África”. En la carta introductoria al
Dossier se podía leer que “desde finales de 2010 las demandas de cambio
han resonado en todo Oriente Medio y el Norte de África, para
preocupación y desconcierto de regímenes autocráticos que llevan
decenios gobernando con mano de hierro. Prácticamente en todos los
países ha surgido una valentía nueva, un lenguaje nuevo de protesta
pacífica, un calendario lleno de “días de la ira” y una generación nueva
de activistas de Facebook y Twitter, todo lo cual está cambiando el
panorama de los derechos humanos en la región. (….) En sólo unos meses
se ha iniciado una nueva era, caracterizada por el poder sin precedente
de la gente y su sed de cambio, reforma y respeto de los derechos
humanos”.
En el cuerpo del Dossier de Amnistía ya se hacía un llamamiento a una acción bajo el eslogan de “No se puede reprimir la primavera árabe” pues diversas fuerzas históricas amenazaban
lo que comenzó, un año antes, con el alzamiento de Túnez donde cayó el
dictador Ben Alí que llevaba 23 años en poder, le siguió Egipto con la
detención de Mubarak, 30 años en el poder, (sustituido tras elecciones
ganadas por los “hermanos musulmanes, por Morsi, hoy condenado a muerte
en un golpe de estado y, de nuevo, otro militar egipcio en el poder).
Después, tras 42 años de dictadura, Gadafi acabó asesinado, pero Libia,
en la actualidad, está divida en dos grupos incontrolables. Podríamos
seguir con los fallidos intentos en Siria, Bahréin, Yemen etc., etc.
¡Qué
esperanza la del año 2011, y qué desilusión, qué frustración, qué
cambio de perspectiva en la actualidad sin que falten, incluso, los que
añoren los años de las dictaduras!. ¡Qué horror!. Así los coptos que
llevan años martirizados, de forma aún más virulenta mientras los
Hermanos Musulmanes tuvieron el poder legal y, todavía el real, en
Egipto. Lean el impresionante relato de Fernando de Haro “Coptos: Viaje al encuentro de los mártires de Egipto” en Ediciones Encuentro. Madrid 2015.
El Islam que da miedo. Volvamos
a Tahar Ben Jelloun. En mayo del presente año 2015, vuelve al tema de
la situación en el mundo árabe, con un enfoque radicalmente distinto. Ha
desaparecido la primavera árabe y en su lugar, el escritor marroquí,
bajo la ficción de una carta a su hija, modelo de escritura que ya
utilizara en 2002 con el libro El Islam explicado a nuestros hijos (RBA Eds.) publica, ahora, el impresionante “El Islam que da miedo” (Alianza, Madrid 2015) libro de 120 páginas que se lee en un par de (breves) sentadas.
Nos
dice que de los jóvenes que iban a derrocar dictaduras de 2011 pasamos a
“15.000 jóvenes europeos, bien convertidos al Islam, bien musulmanes de
nacimiento, que lucharían en las filas del llamado Estado Islámico.
Unos retornarán a Europa, otros continuarán combatiendo a las órdenes de
antiguos generales iraquíes que habían servido con Sadam Husein. El
plan de establecer un califato islámico en una parte del mundo no es una
broma. El Estado Islámico, el Daesh, se ha beneficiado de ayudas
múltiples. Algunos países lo han financiado y armado” (al inicio del
libro, lo leo en Ebook y no puedo paginarlo). ¿Qué ha pasado para vivir
un vuelco semejante en apenas tres años, o menos, en realidad a lo largo
de 2014?. Porque vuelco hay. Verán.
Lo que piensan los jóvenes árabes.
En el Boletín de julio de 2015 del Centro Reina Sofía sobre
Adolescencia y Juventud, sito en la FAD, en Madrid, que recibo
regularmente, encuentro unos datos que ilustran el cambio habido.
Recientemente, la consultora de relaciones públicas Burson-Marsteller ASDA´A ha publicado los datos de la encuesta anual
que viene realizando desde 2008, y con la que se pretende conocer la
perspectiva que los jóvenes árabes tienen sobre el presente y el futuro
de Oriente Medio. La encuesta ha sido realizada en 16 países de Oriente
Medio y África Norte, a 3.500 jóvenes, de ambos sexos, en edades comprendidas entre los 18 y los 24 años.
Una
de las conclusiones más importantes del estudio es el desplome de la
confianza en la democracia, ya que tan sólo el 36% considera que los
regímenes democráticos pueden prevalecer sobre el autoritarismo
en Oriente Medio, un 39% considera que la democracia nunca funcionará en
la región y solamente el 38% opina que la región se encuentra en una
mejor situación tras la Primavera Árabe. El derrumbe de
legitimación de la democracia es espectacular y continuado. El año del
surgimiento de las protestas, el 2011, el 92% de los jóvenes árabes de
ambos sexos manifestaban que “vivir en democracia” era su deseo más
importante. En los dos años siguientes, el porcentaje de jóvenes que
consideraban que las protestas sociales a favor de la democracia eran
beneficiosas para Oriente Medio, ya se situaba en torno al 70%.
En
la actualidad los jóvenes árabes de ambos sexos perciben a Daesh como
el principal obstáculo al que debe hacer frente la región (por delante
del terrorismo y el desempleo), de manera que tres de cada cuatro
jóvenes manifiestan estar preocupados por su expansión, y tan sólo un
47% cree que el Gobierno de su país puede hacer frente a la situación.
¿Cómo hemos llegado a esta situación
según Tahar Ben Jelloun?. Creo que cabe resumir su razonamiento en
cuatro argumentos: la actitud de EEUU, la voluntad de una minoría
islamista radicalizada, la situación de la segunda y tercera generación
de emigrantes en Occidente y, todo ello, bajo un conflicto cultural
imposible de superar entre el individualismo occidental y la comunidad
islámica. Lo presento parafraseando al propio Tahar Ben Jelloun.
1. EEUU busca un nuevo enemigo
.Comienza el autor marroquí criticando a los EEUU pues afirma que
“desde la revolución iraní de 1978 y, especialmente, los atentados del
11-S de Nueva York, todo ha sido dispuesto y planificado por Estados
Unidos para hacer del Islam el nuevo enemigo de Occidente. Antes,
durante la guerra fría, tenían claramente uno: la Unión Soviética y el
comunismo. Desde la caída del muro de Berlín, parecía como si Washington
buscara un nuevo enemigo. Ya lo tienen, gracias a las acciones
espectaculares de Al-Qaeda, gracias a los talibanes a los que no han
conseguido vencer. El Islam se ha convertido en sinónimo de crueldad, de
atraso, de barbarie”.
Es
difícil apartar el Islam de esas imágenes de matanzas, de esos vídeos
que muestran a esos salvajes decapitando a un rehén. Eso es lo que
contamina el Islam y sus valores. Hoy, más que nunca, los países
musulmanes deben movilizarse para denunciar esos actos de barbarie.
2. Del derrocamiento del Sha al terrorismo.
Desde la revolución iraní de 1979, el Islam radical chií pasó a ser una
ideología política que se opone de manera directa a Occidente. Pero
cuando surge el saudí Osama Ben Laden, el Islam radical suní toma el
relevo en la lucha a través del terrorismo contra Europa y Estados
Unidos. El Islam, para esos radicales, ha dejado de estar en los
corazones de cada cual, como religión, para convertirse en una ideología
de combate, forjada en las montañas de Afganistán, en algunas aldeas de
Pakistán, enarbolada por bandas de asesinos y traficantes de opio, los
talibanes. Pero no todos los musulmanes son terroristas ni sus enemigos.
Este matiz desaparece cada vez que se comete un atentado y lo
reivindica una célula terrorista del tipo de Al-Qaeda o Daesh.
¿Por
qué, entonces, los líderes musulmanes no se manifiestan y condenan a
esos asesinos? Porque en el Islam suní no hay una jerarquía, ni
sacerdotes, ni obispos, ni papa. El creyente es responsable directamente
ante Dios. Nadie habla en nombre de todos los musulmanes. Los chiíes
(los partidarios de Ali, como digno imán y califa sucesor de Mahoma), la
otra rama del islam, sí los tienen: mulás, ayatolás o muftíes. Dicho
esto, tras los atentados del 7 de enero de 2015 en Charlie Hebdo, la
mayoría de los musulmanes están horrorizados, no admiten que se asesine
en nombre del islam.
3. Las nuevas generaciones de emigrantes se rebelan contra Occidente. El
problema surge con lo que se ha denominado «las segundas generaciones»,
es decir, la de los hijos de los inmigrantes. Han nacido en Europa y
tienen un documento de identidad europeo, pero han crecido en medio de
un vacío cultural. Los padres a menudo se sentían sobrepasados y daban
toda la libertad a sus hijos. El hábitat en esos suburbios malsanos,
tóxicos, no va a arreglar las cosas. Por ejemplo algunos no se sienten
plenamente franceses, se han alejado de Francia y han hallado en el
Islam, más que un consuelo, más que una respuesta a su angustia, una
identidad. A partir de ahí, ingresan en un laberinto que empieza con
pequeños delitos y desemboca en la cárcel, donde tiene lugar el
adoctrinamiento por los reclutadores que los harán soñar con un futuro
radiante luchando contra ese Occidente que los desprecia y relega. De
allí, al salir de la cárcel, ya están listos para ir a combatir a los
«infieles».
¿Qué
es necesario para que alguien se vuelva adepto de esa yihad guerrera?
Basta con que un joven esté disponible: que sea un parado o que haga un
trabajo que no le satisface, que tenga escasa cultura, escasa formación,
una familia desestructurada y que, en ese momento, un reclutador lo
capte. A veces, esos chicos que no son ni creyentes ni militantes eligen
la yihad por deseo de aventura y por dinero. Entre los yihadistas de
Siria y de Irak hay mercenarios. ¿Por qué el yihadismo atrae y fascina
tanto a los jóvenes europeos, ya sean hijos de inmigrantes musulmanes o
convertidos al islam? Porque ha venido a llenar un vacío. Tras la caída
de la Unión Soviética, el fracaso de los sistemas socialistas en el
mundo árabe y musulmán, el fracaso también de los nacionalismos, tal
como fueron adoptados por Nasser y por la revolución iraní, que sostiene
que una revolución islámica es posible, el yihadismo emergió como
«ideal» y nuevo «destino» de los musulmanes cuyo papel es honrar el
Islam y establecerlo por todo el mundo. Unos cuantos versículos
coránicos extraídos de su contexto pueden suscitar entusiasmo entre los
combatientes.
4. Conflicto de culturas. El individualismo versus la comunidad (o comunitarismo). El
musulmán en general no acepta un sistema laico. Pues el Islam es todo
para él: una religión, una moral, una visión del mundo, una práctica
cotidiana. El creyente no se imagina un país musulmán que separe la
mezquita del Estado. No es que sea imposible, pero, exceptuando Turquía
(y cada vez menos), ningún Estado cuya religión sea el Islam se ha
atrevido a la laicidad.
“Cuando
el diario danés publicó en 2005 las viñetas de Mahoma, ni me sorprendí
ni me escandalicé. La blasfemia forma parte de esa libertad de expresión
de la que estamos hablando, que, como se ha visto, no es propia de la
cultura ni de las costumbres del mundo árabe y musulmán”. Entonces me di
cuenta, continúa Tahar Ben Jelloun, de que “los países nórdicos y los
países musulmanes jamás podrán entenderse. Dos mundos, dos visiones del
mundo, dos actitudes culturales, dos antagonismos candentes. La libertad
absoluta de los países nórdicos es innegociable. Son sociedades en las
que al individuo se lo reconoce como entidad única y singular. Pero en
el mundo árabe y musulmán, el individuo como tal no existe. Lo que
cuenta es la umma, la comunidad (islámica), el clan, la tribu y la
familia. Forma una sola entidad que abarca a todos. De ahí la
imposibilidad de la laicidad, de separar religión y espacio público,
religión y política.
¿La solución reside en la educación de los niños?.
Es la única salida que Tahar Ben Jelloun propone a la situación actual.
Razona así su postura: el hombre no cambia en esencia. Evoluciona o
acentúa sus defectos, pero en el fondo sigue siendo el mismo. Por eso,
desde que publiqué en 1998 “Papá, qué es el racismo”, que sigo
actualizando, pues un libro no basta para acabar con ese mal, voy a los
colegios a hablar de ello. En los adultos, en cambio, suele ser un caso
perdido. Intenta convencer a un antisemita de que ese racismo es
intolerable, de que fue la causa de la tragedia más terrible del siglo
pasado. Será inútil. Se aferrará a sus certidumbres y negará la
existencia de las cámaras de gas y de los millones de judíos, gitanos,
discapacitados, homosexuales exterminados por el sistema nazi. En los
adultos, hay que imponer la ley y la justicia. Pero si educamos a
nuestros hijos con esa vigilancia siempre presente, en principio, una
vez que sean adultos no caerán en la trampa del racismo y la
intolerancia del tipo que sea, que aprovecha la libertad de expresión
para sembrar el odio y el desprecio”
Es
más que llamativo que una misma persona, que lleva años reflexionando y
escribiendo sobre el Islam y Occidente, hable un año de la primavera
árabe (cuando ya, entre otros atentados, ya se habían destruido las
Torres Gemelas, colocado bombas en el metro de Londres y provocado la
matanza de Atocha), y cuatro después, ante el afianzamiento de un
terrorismo planetario, no vea otra salida que la educación de los niños,
lo que supone, en el mejor de los casos, que la solución tendrá que
esperar un par de generaciones. Y, ¿entre tanto?. ¿Nos limitamos en
Occidente a acoger a los que escapan de la barbarie del Daesh e integrar
a los que deseen integrarse?. No basta. No. Habrá que volver al tema,
ciertamente. Baste hoy con saludar un par de libros importantes pero,
como sucede muy frecuentemente, muy lúcidos en responder al “por qué” de
un problema y decepcionantes ante el “cómo” resolverlo.