Cómo irse y volver a casa
Entrevista. En “Americanah”, premiada y traducida a 25 idiomas, Chimamanda Ngozi Adichie recrea la experiencia de los africanos en los Estados Unidos.
Por Ana Prieto
Americanah , tercera novela de la escritora nigeriana
Chimamanda Ngozi Adichie, cuenta la historia de Ifemelu: una joven de
clase media que deja su Lagos natal para estudiar en Filadelfia, a un
universo étnico, cultural y político de distancia. Después de algún
tiempo de esforzada adaptación, abre un blog para volcar sus
percepciones y perplejidades, al que titula Raza o Diversas
observaciones acerca de los negros estadounidenses (antes denigrados con
otra clase de apelativos) a cargo de una negra no estadounidense. El
blog pronto explota de visitas y comentarios. En una entrada escribe:
“Muchos negros estadounidenses dicen con orgullo que tienen algo de
‘indio’. Lo cual significa: Gracias a Dios no somos negros de pura
sangre. Lo cual significa que no son demasiado morenos. (Para aclararlo,
cuando los blancos dicen ‘moreno’, se refieren a los griegos o
italianos, pero cuando los negros dicen ‘moreno’, se refieren a Grace
Jones). A los hombres negros estadounidenses les gusta que sus mujeres
negras tengan una parte exótica; por ejemplo, que sean medio chinas o
que tengan un toque de cheroki. Les gusta que sus mujeres sean claras
(…) Estas estupideces también se dan en nuestros países caribeños y
africanos. No tanto como entre los negros estadounidenses, dirán. Puede
ser. Aún así, se da. ¿Qué me dicen de los etíopes que piensan que no son
tan negros? ¿Y de los habitantes de las islas caribeñas menores
deseosos de afirmar que su ascendencia es ‘mixta’? Pero no nos perdamos
en digresiones. El caso es que la piel clara se valora mucho en la
comunidad de negros estadounidenses…” En otra entrada, se lee: “En
Estados Unidos, el tribalismo sigue vivo y muy vivo. Existen cuatro
variedades: clase, ideología, región y raza. Primero, la clase. Muy
sencillo. Ricos y pobres. Segundo, la ideología. Progresistas y
conservadores. No sólo disienten en cuestiones políticas, sino que cada
bando cree que el otro es malo. Se desaconseja el matrimonio mixto y en
las raras ocasiones en que se produce se considera un hecho atípico.
Tercero, la región. El Norte y el Sur. Los dos lados se enzarzaron en
una guerra civil, y quedan aún manchas resistentes de esa guerra. El
norte mira por encima del hombro al Sur, en tanto que el Sur guarda
rencor al Norte. Por último, la raza. Hay una jerarquía racial en
Estados Unidos. Los blancos están siempre en lo alto, concretamente los
blancos anglosajones protestantes, y los negros estadounidenses están
siempre en lo más bajo, y lo que queda en medio depende del momento y el
lugar”.
Ese es el tono de Ifemelu, que es también el tono de su creadora, quien impresionó con su primera novela, La flor púrpura , publicada en 2003. Pero fue con su segunda obra, Medio sol amarillo , sobre la Guerra de Biafra y sus secuelas, que descolló como verdadera renovación de la literatura nigeriana, muy prolífica, pero sin voces demasiado novedosas desde el fin de su última dictadura militar en 1998. Sin ser una obra autobiográfica, Adichie aprovechó buena parte de sus experiencias personales como inmigrante en los EE.UU. para escribir Americanah . Con sutileza y humor, dibuja las tensiones no sólo entre estadounidenses y nigerianos, sino entre africanos y afro-estadounidenses, entre “más claros” y “más oscuros”, entre extranjeros establecidos y extranjeros recién llegados y, también, entre lo que se espera de las mujeres en ambos países, y lo que en cualquier lugar se espera del amor. Traducida a veinticinco idiomas y ganadora del prestigioso National Book Critics Circle Award, la novela transcurre en Nigeria y los EE.UU., como la vida de Adichie, que cada año vive seis meses en Lagos y seis en Nueva York. Desde allí dialogó con Ñ.
–Por lo que se lee en “Americanah”, las experiencias de los africanos en Estados Unidos son parecidas a las experiencias de los latinoamericanos allí. ¿Existe algo así como una historia universal de la inmigración?
–No sé si tanto, pero hay similitudes en todas las historias de inmigrantes. A mí me interesa especialmente la sensación de desorientación; la manera específica en la que cada persona vive esa desorientación cuando llega a un país diferente.
–¿Sabía hacia dónde iba al empezar a escribir?
–No. Tenía una idea de lo que quería hacer, pero no sabía qué exactamente, y eso es lo que más disfruto al escribir ficción: entrar en la historia y dejarme llevar por ella. Con Americanah sabía que no solamente quería escribir acerca de mi experiencia en Estados Unidos, sino acerca de todas las maneras en las que Estados Unidos me resultó intensamente interesante. También quería escribir un libro que tratara no sólo de irse de casa, sino también de volver. Y quería escribir una historia de amor. Cuando me acercaba al desenlace y vi lo que estaba por pasar con esa historia de amor, tuve que forzar el final.
–¿Cómo es eso?]
–Tuve que intervenir y hacer que los personajes hicieran lo que yo quería que hicieran.
–¿Cómo fue recibido el libro en su país?
–Se volvió muy popular y eso me da mucha alegría. Para mí el parámetro de popularidad es la venta ambulante en el tránsito de Lagos. Los vendedores que van de auto en auto no suelen ofrecer novelas; venden biblias o libros de gestión empresarial, pero nunca literatura. Así que cada vez que me lo tratan de vender en un semáforo, me pongo muy contenta.
–¿Y en qué clave se lo ha leído mayormente? Porque puede leerse desde el desarraigo, la raza, el amor, el humor…
–Creo que muchos nigerianos lo leen de manera distinta a, por ejemplo, los estadounidenses. Los nigerianos no están muy interesados en el tema de la raza, y muchos de ellos, en especial los que nunca fueron a Estados Unidos, no entienden por qué tanto alboroto con la raza.
–Como dice Ifemelu: “no sabía que era negra hasta que fui a Estados Unidos”.
–Así es. En Nigeria muchos han leído Americanah más bien en términos de género. Algunas mujeres se enojaron porque les disgusta la idea de un personaje central que, según ellas, es una “destroza hogares”. Para mí es importante hablar de género y de las expectativas de género, y decir que mi novela no trata sobre personas que rompen matrimonios sino sobre personas que toman decisiones: la decisión de tener la vida que desean tener. En Nigeria se espera que las mujeres estén por siempre agradecidas por cosas que no esperamos que los hombres agradezcan.
–En una charla de TED habló de los peligros de “la historia única”: una visión estereotipada y falaz de la realidad. En esos términos, Africa es el continente de las guerras civiles, las hambrunas y poco más. ¿Cuál es la “historia única” que los africanos se han hecho de América Latina?
–No sé… Creo que si hay una, tendría que ver con el fútbol.
–¿América Latina como el “lugar del fútbol”?
–Sí: Maradona, Messi y fútbol.
–Usted da conferencias y charlas públicas con regularidad. ¿Cree que se la coloca en una posición de “vocera de Nigeria” o incluso de Africa?
–Sí, lo hacen. Lógicamente no puedo hablar en nombre de Nigeria, y no sólo porque muchos nigerianos no estén de acuerdo conmigo. Cuando venís de un país sobre el que no se sabe gran cosa, es fácil asumir que de alguna manera todos allí son iguales y opinan lo mismo. Yo siempre lo dejo en claro: no hablo en nombre de Nigeria, no existe forma de que pueda hacerlo. Y quienes quieren que hable en nombre de Africa..., me hace gracia; Africa es un lugar inmensamente diverso.
–Desde los años 70 se popularizó la expresión “afro-estadounidense” como reemplazo de “negro”. ¿Es corrección política o significa algo?
–Creo que sí significa algo, y creo que es una cuestión de etnicidad, no de raza. Si lo pensás, toda la población de Estados Unidos, salvo los indígenas nativos, tienen una identidad compuesta. Hay ítalo-estadounidenses, irlando-estadounidenses, etc. A los primeros negros que fueron traídos aquí se les negó esa pertenencia étnica; eran simplemente “negros”. Los afro-estadounidenses son un grupo étnico, de la misma manera en que los irlando-estadounidenses lo son. Irlandeses, italianos y escoceses son todos blancos, pero el Día de San Patricio es una festividad irlandesa, no “blanca”. Así que la denominación “afro-estadounidense” tiene sentido. El problema, desde luego, es creer que todos los negros que viven aquí son afro-estadounidenses. Ha habido mucha inmigración reciente de negros caribeños, africanos e ingleses; todos se ven parecidos, pero su historia es muy distinta.
–¿Los escritores deben tener una posición política?
–Si no tenés ninguna posición tomada, no hay nada de lo que se te pueda considerar responsable. La idea de que las artes y la política pueden escindirse no es algo en lo que esté de acuerdo. Si querés escribir sobre vidas humanas, no hay manera de que pierdas de vista que esas vidas están condicionadas por fuerzas políticas y sociales. Simular que eso no es así no me interesa en absoluto como lectora. Claro que lo contrario también ocurre: se escriben novelas demasiado ideologizadas, maniqueas, aleccionadoras. Tampoco me interesan; las encuentro extremadamente aburridas.
–¿Es cierto que usted no lee las críticas de sus libros?
–Sí.
–¿Por qué?
–Creo que son una distracción, absorben demasiada energía mental, y esto cuenta tanto para las malas críticas como para las buenas. A veces sé lo que se dice de mis libros porque la gente me lo comenta, pero me parece que es mejor no enterarse. Si alguien te elogia por algo en lo que no te considerás especialmente bueno, te vas a poner a pensar si sos bueno o no. Y si la crítica es mala, ni hablar. En fin, son una pérdida de tiempo: la vida es demasiado corta y yo quiero escribir mucho más.
–En América Latina leemos a los escritores de la región sólo cuando son publicados en España; es difícil descubrir a autores de países vecinos si no son publicados allá. ¿Cuál es la situación en Africa?
–La misma. Es triste pero no es sorprendente, teniendo en cuenta nuestra historia de colonización. En el caso de la literatura contemporánea africana, las cosas están mejorando un poco, porque han aparecido pequeñas editoriales independientes en lugares como Nigeria, Kenia, Ghana y Zimbabue. Pero es lo mismo: los africanos leen sobre todo a los escritores africanos publicados en Inglaterra.
–Salman Rushdie, Anita Desai, Tayeb Salih e infinidad de autores están catalogados dentro de la llamada literatura post-colonial. A usted también se la ha colocado allí. ¿Qué le parece?
–No me interesa para nada esa catalogación, estoy aburrida de la idea de lo post-colonial, ni siquiera sé qué significa. Es una categoría inventada por académicos y críticos. Yo no me meto en esa bolsa.
–¿La literatura sigue siendo el mejor camino para contar historias?
–Me dedico a ella así que mi opinión será parcial. Pero sí, creo que la literatura es la mejor manera que tenemos de contarnos historias, y sin duda la más importante. Hay otras, por supuesto. El cine es una, pero el problema del cine es que no necesariamente tiene esa capacidad de darle una segunda profundidad a las cosas que la literatura, por definición, tiene.
–¿Y qué opina de quienes vaticinan “el fin de la novela”?
–Que no pueden escribir una.
Ese es el tono de Ifemelu, que es también el tono de su creadora, quien impresionó con su primera novela, La flor púrpura , publicada en 2003. Pero fue con su segunda obra, Medio sol amarillo , sobre la Guerra de Biafra y sus secuelas, que descolló como verdadera renovación de la literatura nigeriana, muy prolífica, pero sin voces demasiado novedosas desde el fin de su última dictadura militar en 1998. Sin ser una obra autobiográfica, Adichie aprovechó buena parte de sus experiencias personales como inmigrante en los EE.UU. para escribir Americanah . Con sutileza y humor, dibuja las tensiones no sólo entre estadounidenses y nigerianos, sino entre africanos y afro-estadounidenses, entre “más claros” y “más oscuros”, entre extranjeros establecidos y extranjeros recién llegados y, también, entre lo que se espera de las mujeres en ambos países, y lo que en cualquier lugar se espera del amor. Traducida a veinticinco idiomas y ganadora del prestigioso National Book Critics Circle Award, la novela transcurre en Nigeria y los EE.UU., como la vida de Adichie, que cada año vive seis meses en Lagos y seis en Nueva York. Desde allí dialogó con Ñ.
–Por lo que se lee en “Americanah”, las experiencias de los africanos en Estados Unidos son parecidas a las experiencias de los latinoamericanos allí. ¿Existe algo así como una historia universal de la inmigración?
–No sé si tanto, pero hay similitudes en todas las historias de inmigrantes. A mí me interesa especialmente la sensación de desorientación; la manera específica en la que cada persona vive esa desorientación cuando llega a un país diferente.
–¿Sabía hacia dónde iba al empezar a escribir?
–No. Tenía una idea de lo que quería hacer, pero no sabía qué exactamente, y eso es lo que más disfruto al escribir ficción: entrar en la historia y dejarme llevar por ella. Con Americanah sabía que no solamente quería escribir acerca de mi experiencia en Estados Unidos, sino acerca de todas las maneras en las que Estados Unidos me resultó intensamente interesante. También quería escribir un libro que tratara no sólo de irse de casa, sino también de volver. Y quería escribir una historia de amor. Cuando me acercaba al desenlace y vi lo que estaba por pasar con esa historia de amor, tuve que forzar el final.
–¿Cómo es eso?]
–Tuve que intervenir y hacer que los personajes hicieran lo que yo quería que hicieran.
–¿Cómo fue recibido el libro en su país?
–Se volvió muy popular y eso me da mucha alegría. Para mí el parámetro de popularidad es la venta ambulante en el tránsito de Lagos. Los vendedores que van de auto en auto no suelen ofrecer novelas; venden biblias o libros de gestión empresarial, pero nunca literatura. Así que cada vez que me lo tratan de vender en un semáforo, me pongo muy contenta.
–¿Y en qué clave se lo ha leído mayormente? Porque puede leerse desde el desarraigo, la raza, el amor, el humor…
–Creo que muchos nigerianos lo leen de manera distinta a, por ejemplo, los estadounidenses. Los nigerianos no están muy interesados en el tema de la raza, y muchos de ellos, en especial los que nunca fueron a Estados Unidos, no entienden por qué tanto alboroto con la raza.
–Como dice Ifemelu: “no sabía que era negra hasta que fui a Estados Unidos”.
–Así es. En Nigeria muchos han leído Americanah más bien en términos de género. Algunas mujeres se enojaron porque les disgusta la idea de un personaje central que, según ellas, es una “destroza hogares”. Para mí es importante hablar de género y de las expectativas de género, y decir que mi novela no trata sobre personas que rompen matrimonios sino sobre personas que toman decisiones: la decisión de tener la vida que desean tener. En Nigeria se espera que las mujeres estén por siempre agradecidas por cosas que no esperamos que los hombres agradezcan.
–En una charla de TED habló de los peligros de “la historia única”: una visión estereotipada y falaz de la realidad. En esos términos, Africa es el continente de las guerras civiles, las hambrunas y poco más. ¿Cuál es la “historia única” que los africanos se han hecho de América Latina?
–No sé… Creo que si hay una, tendría que ver con el fútbol.
–¿América Latina como el “lugar del fútbol”?
–Sí: Maradona, Messi y fútbol.
–Usted da conferencias y charlas públicas con regularidad. ¿Cree que se la coloca en una posición de “vocera de Nigeria” o incluso de Africa?
–Sí, lo hacen. Lógicamente no puedo hablar en nombre de Nigeria, y no sólo porque muchos nigerianos no estén de acuerdo conmigo. Cuando venís de un país sobre el que no se sabe gran cosa, es fácil asumir que de alguna manera todos allí son iguales y opinan lo mismo. Yo siempre lo dejo en claro: no hablo en nombre de Nigeria, no existe forma de que pueda hacerlo. Y quienes quieren que hable en nombre de Africa..., me hace gracia; Africa es un lugar inmensamente diverso.
–Desde los años 70 se popularizó la expresión “afro-estadounidense” como reemplazo de “negro”. ¿Es corrección política o significa algo?
–Creo que sí significa algo, y creo que es una cuestión de etnicidad, no de raza. Si lo pensás, toda la población de Estados Unidos, salvo los indígenas nativos, tienen una identidad compuesta. Hay ítalo-estadounidenses, irlando-estadounidenses, etc. A los primeros negros que fueron traídos aquí se les negó esa pertenencia étnica; eran simplemente “negros”. Los afro-estadounidenses son un grupo étnico, de la misma manera en que los irlando-estadounidenses lo son. Irlandeses, italianos y escoceses son todos blancos, pero el Día de San Patricio es una festividad irlandesa, no “blanca”. Así que la denominación “afro-estadounidense” tiene sentido. El problema, desde luego, es creer que todos los negros que viven aquí son afro-estadounidenses. Ha habido mucha inmigración reciente de negros caribeños, africanos e ingleses; todos se ven parecidos, pero su historia es muy distinta.
–¿Los escritores deben tener una posición política?
–Si no tenés ninguna posición tomada, no hay nada de lo que se te pueda considerar responsable. La idea de que las artes y la política pueden escindirse no es algo en lo que esté de acuerdo. Si querés escribir sobre vidas humanas, no hay manera de que pierdas de vista que esas vidas están condicionadas por fuerzas políticas y sociales. Simular que eso no es así no me interesa en absoluto como lectora. Claro que lo contrario también ocurre: se escriben novelas demasiado ideologizadas, maniqueas, aleccionadoras. Tampoco me interesan; las encuentro extremadamente aburridas.
–¿Es cierto que usted no lee las críticas de sus libros?
–Sí.
–¿Por qué?
–Creo que son una distracción, absorben demasiada energía mental, y esto cuenta tanto para las malas críticas como para las buenas. A veces sé lo que se dice de mis libros porque la gente me lo comenta, pero me parece que es mejor no enterarse. Si alguien te elogia por algo en lo que no te considerás especialmente bueno, te vas a poner a pensar si sos bueno o no. Y si la crítica es mala, ni hablar. En fin, son una pérdida de tiempo: la vida es demasiado corta y yo quiero escribir mucho más.
–En América Latina leemos a los escritores de la región sólo cuando son publicados en España; es difícil descubrir a autores de países vecinos si no son publicados allá. ¿Cuál es la situación en Africa?
–La misma. Es triste pero no es sorprendente, teniendo en cuenta nuestra historia de colonización. En el caso de la literatura contemporánea africana, las cosas están mejorando un poco, porque han aparecido pequeñas editoriales independientes en lugares como Nigeria, Kenia, Ghana y Zimbabue. Pero es lo mismo: los africanos leen sobre todo a los escritores africanos publicados en Inglaterra.
–Salman Rushdie, Anita Desai, Tayeb Salih e infinidad de autores están catalogados dentro de la llamada literatura post-colonial. A usted también se la ha colocado allí. ¿Qué le parece?
–No me interesa para nada esa catalogación, estoy aburrida de la idea de lo post-colonial, ni siquiera sé qué significa. Es una categoría inventada por académicos y críticos. Yo no me meto en esa bolsa.
–¿La literatura sigue siendo el mejor camino para contar historias?
–Me dedico a ella así que mi opinión será parcial. Pero sí, creo que la literatura es la mejor manera que tenemos de contarnos historias, y sin duda la más importante. Hay otras, por supuesto. El cine es una, pero el problema del cine es que no necesariamente tiene esa capacidad de darle una segunda profundidad a las cosas que la literatura, por definición, tiene.
–¿Y qué opina de quienes vaticinan “el fin de la novela”?
–Que no pueden escribir una.
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