Nélida Piñon: “La familia es lo único que mata”
La autora brasileña escribe sobre amor y poder en su nuevo libro. En la familia, dice, cabe el mundo entero
PREGUNTA. Hay un personaje de uno de los cuentos que dice que…
RESPUESTA. Pero yo no soy los personajes, ellos tienen autonomía propia.
P. Por eso le pregunto, para saber si está de acuerdo con ese personaje que dice: “La familia es así: nos da alegrías, pero también nos mata”.
R. Es lo único que mata. Quién más dolor nos da es el amor y la familia. A un amor lo vamos sustituyendo por otro. Pero la familia es insustituible.
Brasilia, donde está el Gobierno y los
ministerios, es un castillo, con un puente levadizo que siempre está
levantado. Tenemos que derribar ese castillo
R. La familia es un microcosmos. El mundo entero cabe ahí. Y el padre, por lo menos en mi mundo, no estaba ligado al afecto. No era de buen tono tratar a los hijos con amor. Me acuerdo de que cuando era joven, yo les decía a los hombres de mi casa: “Quítese esa corbata y ese traje, esa camisa, y póngase el bebé en el pecho. Va a experimentar una alegría extraordinaria”. Pero nadie lo hizo nunca.
P. Y a qué estaba ligado ¿Al poder?
R. Sí, él amaba, pero tenía que ejercer el poder, según los cánones, y criar un sucesor.
P. Pero en sus cuentos lo único que crean es seres desgraciados…
R. ¿Cree usted que la sociedad es feliz? ¿Cuántas guerras tenemos ahora? Vaya a comprobarlo, usted que es periodista. ¿Y cuántas vamos a tener en el futuro próximo? Y cuántos millones de refugiados, de desterrados que no saben lo que hacer, cuántos náufragos, cuántos seres que creen que es mejor morir en el mar… Esto tiene que ver con la literatura, porque tiene un compromiso ético que no debe aparecer en el texto, pero que existe. El libro castiga la ausencia de ética.
P. Pero el compromiso, sobre todo, es con la literatura: usted misma ha asegurado que no piensa nunca en el lector cuando escribe.
R. ¿En quién voy a pensar? ¿En un profesor de Harvard? ¿De Salamanca? ¿Y dónde se quedan los brasileños? A mí me gusta pensar en un indio del Amazonas, que me pueda leer dentro de 40 años. Me gustaría pensar que el pobre de hoy, el que no tiene acceso a nada, descubra dentro de unos años a una brasileñita que amaba Brasil y la literatura. No sé cuál es el destino de lo que escribo.
P. En el cuento ‘Dulcinea’ se atrevió a cambiar el final del Quijote. Ella se va con Sancho y Don Quijote a recorrer mundo.
R. Me atrevo siempre, aunque lo hago con respeto. No soy una iconoclasta gratuita. Pero me atreví porque pensé que no había otra salida. La historia me lo pedía. Ella se va a vivir la odisea de esos otros dos locos extraordinarios. Lo hace porque lleva una vida horrible, había sido violada, estaba reducida a nada, y entonces ahí vienen esos dos que le proponen un mundo rico sin dinero, sin comida, eterno en un corto tiempo de vida. Algo así pasó en la Guerra de Canudos con António Conselheiro: él recorría las zonas más pobres del Sertão (zona rural del Nordeste de Brasil), seguido por muchas personas, porque con su palabra prometía el cielo.
R. Esos no son predicadores, ni profetas, son millonarios. Tenemos un déficit de profecía.
P. ¿Y la profecía no es peligrosa?
R: Más peligrosa es la banalidad. Eche un vistazo a La Biblia, sus profetas son fascinantes. Y eso no quiere decir que yo quiera que me gobiernen profetas. Pero Brasil, por ejemplo, está carente de líderes, de seres ejemplares, necesitamos ejemplos.
P. En sus cuentos hay, precisamente, mucho de mitos bíblicos, de mundos arcaicos, rurales, de personajes violentos…
R. Sí, yo soy muy visceral. A mí no me gusta mucho el mundo urbano. El mundo urbano no creó todavía grandes mitos. Las historias que sobreviven lo hacen porque están impregnadas de un halo que viene del mundo arcaico. Echo de menos el campo, como si hubiese sido campesina toda la vida.
P. ¿Lo fue alguna vez?
R: Sí, durante dos años, cuando viví en una aldea en España llamada Cotobade, la aldea de mi padre. Yo tenía diez años. Ahí fui feliz como nunca en la vida. Esos dos años fueron esenciales para mi literatura.
P. ¿Comenzó a escribir entonces?
R. Empecé a los siete. Siempre quise ser escritora. Cuando de niña iba con mi padre de viaje y dormíamos en un hotel, y teníamos que rellenar unas fichas, yo ponía: “escritora”. Estoy muy orgullosa de todos los libros que he escrito. Porque todos significaron un gran esfuerzo, una creencia en la literatura, en la lengua portuguesa, en la fidelidad a una vocación. A pesar de tantas dificultades encontradas por el hecho de ser mujer, lo conseguí, seguí adelante, sin resentimientos. No creo que haya una manera masculina o femenina de escribir. Pero sí hay una sensibilidad digamos femenina de quien sufrió alguna represión, de quien a veces se queda al margen y tiene que inventar para entender. Aunque, bueno, ahí tiene Flaubert, que escribió Madame Bovary.
Brasil está carente de líderes, de seres ejemplares, necesitamos ejemplos.
R: Comienza así: "Eulália comenzó a morir el martes", y después sigue toda la historia. Cubre más o menos dos siglos de la historia de Brasil y cuenta la historia de la inmigración española. Los gallegos dicen que ese libro es la obra épica de Galicia. Es un libro en el que utilicé unas técnicas narrativas muy acentuadas para que la historia no tuviera tres volúmenes. Hice ocho versiones, con una maquinita de escribir Hermes. Durante dos años trabajé catorce o diceséis horas diarias. Hay estudiosos que sostienen que el libro es un gran trabajo de investigación sobre Brasil. Pero yo, la única cosa que investigué fue el nombre de un barco amaericano que los estadounidenses prestan a la Marina Brasileña. Sólo eso. Los errores son deliberados. Y los prejuicios. Yo quería que aparecieran. En la novela caben los prejuicios, la intolerancia, cabe todo.
P. ¿Cómo ve Brasil ahora?
R: Atravesamos un momento tormentoso, en el que vamos a definir nuestro futuro. Es una oportunidad histórica. Creo que nuestra conciencia necesita despertar, porque estaba acomodada. Y esto también debe servir para revalorizarnos: Brasil es un país magnífico, con una geografía poderosa que hemos sabido preservar. Vale la pena ser brasileña.
P. ¿Siempre fue así, no?
R. Sí, pero ahora más que nunca.
P. ¿Por qué?
R. Para no caer en esa trampa de la desesperación y la depresión nacional. Mires dónde mires, ves un descalabro. Tenemos que fijarnos en donde está lo mejor de Brasil.
P. ¿Y dónde está?
R. En cada uno de nosotros, no está en otro lugar, ni en el extranjero, ni en los políticos. A la política le cuesta crear estadistas, no le gustan. Antes había. Ahora no tanto. Y Brasilia, donde está el Gobierno y los ministerios, es un castillo, con un puente levadizo que siempre está levantado, ese puente nunca baja para que los demás podamos entrar. Tenemos que derribar ese castillo y ese puente y hacer una pavimentación normal para que nos podamos vigilar.
P. ¿Y considera que la presidenta Dilma Rousseff…
R. De eso no voy a decir nada. Ella será juzgada por el pueblo y responderá. Ella es la presidenta de mi país, y mi deber es respetarla.•
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