sábado, 18 de enero de 2014

China y su deuda con los Derechos Humanos

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China sigue en deuda con los Derechos Humanos
Desde que Pekín fue designada sede de los Juegos Olímpicos 2008, y especialmente en los últimos años, las miradas internacionales vigilan de cerca las actuaciones del gobierno chino en relación con los Derechos Humanos. Libertad de expresión, situación de la mujer, derechos laborales… China recibe siempre mala nota en los informes de las distintas asociaciones internacionales.
Eva Queralt 30/07/2008
La carta olímpica establece que “Cualquier forma de discriminación contra un país o una persona basada en consideraciones de raza, religión, política, sexo o de otro tipo es incompatible con la pertenencia al Movimiento Olímpico”. Por ello, muchos confiaban que la organización de los Juegos en Pekín y la gran apertura al mundo que este evento conlleva fomentaran un mayor respecto a los Derechos Humanos en el país. Especialmente, lo pensaban porque el mismo vicepresidente del Comité para la Candidatura de Pekín 2008, Liu Jingmin, afirmó que con la elección de esta sede se contribuiría al desarrollo de los Derechos Humanos en China.

Sin embargo, diferentes organizaciones internacionales defienden que la tendencia ha sido la opuesta: no se violan los Derechos Humanos a pesar de los Juegos sino que su organización ha promovido episodios de represión. Si se habían producido algunos signos de mejora, como una mayor libertad para los periodistas extranjeros, se vive ahora de nuevo una regresión.

El Premio Sakharov a la Libertad de Pensamiento 1996, Wei Jingsheng, en su contribución al informe anual 2007 del Observatorio para la Protección de los Defensores de los Derechos Humanos, reconoce que la represión del gobierno chino “se ha acentuado en 2007 con el fin de que ninguna voz disidente perturbe los Juegos Olímpicos de 2008”. Aunque paralelamente, añade, los grupos y movimientos populares que defienden el respeto de los derechos humanos “se han desarrollado, organizado y sistematizado”, por lo que cada vez es más difícil de evitar que las denuncias lleguen a la prensa internacional.

Wei Jingsheng pasó 18 años en prisión por pedir la democratización del país en 1978. Aunque cada vez hay más voces que se atreven a hablar, él es uno de los más conocidos defensores de la libertad de expresión, uno de los derechos más afectados por el rígido sistema político chino.

Entre las víctimas más recientes de la falta de libertad, seguramente el más popular es el activista Hu Jia, que fue recientemente condenado a tres años y medio de cárcel por “incitar a la subversión del poder del Estado”. O Yang Chunlin, que fue condenado a cinco años de prisión por ser declarado culpable de “incitar a la subversión” por haber promovido una campaña bajo el lema “No queremos Olimpiadas, queremos derechos humanos”.

La libertad de expresión y el derecho a informar son vistos como amenazas al sistema autoritario. A pesar de las reiteradas promesas por parte de las autoridades de que, ante los Juegos, los periodistas podrían acceder a quien quisieran e informar sobre lo que les pareciera, Sophie Richardson, directora adjunta para Asia de Human Rights Watch, explica a Asiared que “persisten las restricciones a los profesionales de la información”. Es más, Richardson añade que “han aumentado las tácticas usadas para evitar que los periodistas extranjeros informen de lo que no interesa, por ejemplo con la intimidación de las fuentes, lo que tiene graves consecuencias para el trabajo de los corresponsales o enviados especiales”.

La globalización y la llegada de Internet tampoco han supuesto una gran revolución en este aspecto. Según Amnistía Internacional, que ha lanzado numerosas campañas de presión a favor de los Derechos Humanos en este país, China tiene el sistema de filtro y censura de Internet más amplio del mundo y de mayor alcance.

Trabajadores menospreciados

Más allá de la libertad de expresión, hay muchos otros derechos no respetados en China y entre ellos, los laborales. Los trabajadores chinos siguen sin poder crear asociaciones ni sindicatos independientes de la oficial “Federación de Sindicatos de toda China” porque el gobierno considera que el sindicato único ya defiende a los trabajadores. Sin embargo, las tensiones y protestas laborales van en aumento. Cada vez son más los asalariados que salen a las calles o van a los tribunales a protestar contra las jornadas excesivas forzadas, impagos de sueldo o de pensiones, etc. Human Rights Watch denuncia en un informe varios casos en los que grupos armados aparentemente desconocidos han atacado, con el resultado incluso de alguna muerte, a grupos de trabajadores que se habían rebelado contra sus patrones.

Sophie Richardson critica especialmente el maltrato que reciben los trabajadores inmigrantes en Pekín y la desidia de las autoridades ante estos casos. Finalmente, los trabajadores, tan necesarios para la frenética transformación de la ciudad, reciben una doble discriminación: por parte de los contratantes por pagas pírricas y explotación, y del Estado, por la falta de servicios y apoyo legal.

Avances lentos para la mujer

Con o sin Juegos Olímpicos, las mujeres siguen siendo las que se llevan la peor parte en el respeto a los Derechos Humanos. A pesar de ello, la libertad para viajar libremente por el país y poder salir de las aldeas para trabajar en las ciudades ha abierto puertas a muchas mujeres, cuyos derechos en la China rural eran ninguneados.

La escritora y periodista china Xinran explicaba en su primer libro, “The good woman of China”, que ser una buena mujer en China significaba, hasta los años 90, cumplir unos requisitos imposibles: no salir nunca y no abrir la puerta a hombres; tener un hijo varón; estar siempre tranquila y ser condescendiente con la familia y no perder nunca el buen carácter; no cometer nunca errores con los deberes del hogar; ser buena en las relaciones sexuales con el marido y tener una buena apariencia fuera del hogar. Bajo estas premisas inalcanzables, toda mujer podía ser menospreciada.

Aunque esta situación ha mejorado especialmente en las zonas urbanas, Amnistía Internacional, en su último informe anual, denunciaba que la violencia doméstica es todavía la primera causa de suicidio entre mujeres en las áreas rurales. El informe pone de relieve además que las denuncias por malos tratos están aumentando, un dato que puede tener una doble lectura, ya que también significa que las mujeres se sienten cada vez más seguras para acudir a la policía.

Xinran, que lleva veinte años recogiendo testimonios de mujeres chinas, asegura que “la situación es mejor que hace una década”, pero que sin embargo hay elementos de la forma de vida tradicional y de las creencias en las zonas rurales que siguen teniendo una gran influencia en esta discriminación. Uno de ellos es el sistema impositivo, con el cual “si tienes un niño varón, el estado -o anteriormente el emperador- te dan un trozo más de tierra, y si tienes una niña no, una tradición que sigue vigente en la China rural”. En esta situación, explica que es muy difícil cambiar la concepción de que un hombre es más valioso que una mujer. “Es todavía un terrible problema social que hay remediar a través de la educación, no sólo de las mujeres sino sobre todo de los hombres”.

En defensa de los derechos humanos, Xinran pide al gobierno una acción más directa sobre el terreno y no desde los despachos. “Hay que ir físicamente al campo y hablar con la gente, sobre todo con los médicos y la policía, y decirles que hay que parar los abusos, que hay que detener a los maridos que maltratan a sus mujeres o hijas. Es necesario que los hombres sepan que no son inmunes y que si no respetan a las mujeres la justicia actuará”. 

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