La insólita pasión del vendedor de lencería, de Asako Hiruta
Todos
tenemos un gran amor. Algunos tienen un par de ellos, tres o cuatro
incluso, o son tan enamoradizos que encuentran a la persona de sus
sueños cada mes. Pasa igual con los libros: los que nos atraviesan el
corazón de manera definitiva son unos pocos, que recordamos toda la vida
y a los que intentamos regresar siempre que las circunstancias lo
permiten.
Pero eso no impide que muchos, entre cada gran amor, entretengan la espera con amores pequeños, con aventuras de fin de semana que en muchos casos dejan como resultado el lunes una sonrisa en la boca y un teléfono que borrar la semana siguiente. Lo mismo con los libros, con las lecturas, más que nada porque si uno pasara la existencia leyendo los libros de su vida, entonces la estaría leyendo más que vivirla.
La insólita pasión del vendedor de lencería, de Asako Hiruta, ha sido mi rollo de fin de semana. Se lo he confesado a mi novia ya, que me lo ha perdonado, así que puedo escribirlo aquí tranquilamente. Lo he leído en ratos extraños, a las ocho de la mañana de un día de diario, a las doce de la noche de otro, mientras mi novia dormía la siesta y en Madrid comenzaba el infierno del verano. Ahora que lo he terminado sé que no sentiré ansiedad por volver a verlo, que quizá no regrese nunca a él para releer con avidez alguno de los pasajes y que lo mismo dentro de un par de años o tres ni siquiera pueda citarlo entre los libros memorables de dos mil dieciséis.
Pero eso no impide que muchos, entre cada gran amor, entretengan la espera con amores pequeños, con aventuras de fin de semana que en muchos casos dejan como resultado el lunes una sonrisa en la boca y un teléfono que borrar la semana siguiente. Lo mismo con los libros, con las lecturas, más que nada porque si uno pasara la existencia leyendo los libros de su vida, entonces la estaría leyendo más que vivirla.
La insólita pasión del vendedor de lencería, de Asako Hiruta, ha sido mi rollo de fin de semana. Se lo he confesado a mi novia ya, que me lo ha perdonado, así que puedo escribirlo aquí tranquilamente. Lo he leído en ratos extraños, a las ocho de la mañana de un día de diario, a las doce de la noche de otro, mientras mi novia dormía la siesta y en Madrid comenzaba el infierno del verano. Ahora que lo he terminado sé que no sentiré ansiedad por volver a verlo, que quizá no regrese nunca a él para releer con avidez alguno de los pasajes y que lo mismo dentro de un par de años o tres ni siquiera pueda citarlo entre los libros memorables de dos mil dieciséis.
Y sin embargo no lo recordaré con un regusto amargo, al contrario. Ha sido una historia bonita la nuestra. Fue un flechazo por mi parte, me enamoré de la portada nada más verla. Y cuando lo tuve en mis manos… qué maravilla. Vaya tacto, qué encuadernación. Estaba seguro de que si salía con él y me sentaba en un café a leerlo a solas, ligaría. No lo hice, por supuesto, pero siempre que lo sacaba en público sentía miradas de envidia hacia ese objeto con tan buen gusto que sostenía en mis manos.
Es verdad que al profundizar en nuestra relación me di cuenta rápidamente de que no estábamos hechos el uno para el otro. La insólita pasión del vendedor de lencería es una comedia romántica (bueno, eso dice el editor, yo lo veo un chick-lit de manual) y yo soy un chico serio y adusto. Asako Hiruta maneja un lenguaje correcto pero sin aristas, y el desarrollo de la trama es un poco lineal, con lo dado que soy yo a los giros inesperados y a los problemas léxicos. Aun así me vi sin darme cuenta en la página 50, y luego en la 100, y luego fui incapaz de dejarlo hasta que él me dejó a mí con un punto final. ¿Les suena eso de algo?
En cualquier género son siempre bienvenidos los soplos de aire fresco. La insólita pasión del vendedor de lencería lo es para el suyo. Acostumbrados a París, a Londres o a Nueva York, Tokio se nos ofrece como un territorio casi virgen para un libro como este. Eso, una trama desdramatizada con personajes extravagantes y cierto humor japonés lo convierten un poco en rara avis pero a la vez le dan un punto interesante.
¿Y de qué va? Tampoco quiero contar demasiado, no soy de esos que nada más ligar corren a contárselo a los amigos… Diré simplemente que el libro gira alrededor de Satsuko, que trabaja en una agencia de publicidad. Tiene 32 años, una mala edad para estar soltera en el Japón de nuestros días, todavía bastante chapado a la antigua en ese sentido (esto es algo que aprendemos en el libro). Además Satsuko tampoco se cuida demasiado, come fideos de sobre y no hace nada de ejercicio. Pero su existencia cambiará al toparse por casualidad con Tojours Ensemble, una tienda de lencería muy particular, en la que le enseñarán no solo a sacarle partido a su físico sino también a tomarse la vida con una filosofía distinta.
Entre sostenes y braguitas La insólita pasión del vendedor de lencería desliza unas cuantas lecciones sobre nuestra relación con nuestros propios cuerpos (sobre todo para las mujeres) y también nos ofrece una buena zambullida en la realidad de aquellas que parece que están obligadas a ser perfectas esposas, madres, amantes y, encima, trabajadoras.
Un libro dulce y elegante, que además, como ya he dicho, tiene una presentación muy cuidada, en tapa dura de las que merecen la pena, y algunos otros detalles destacados como la faja. Si salen por ahí de libros y al final de la noche no tienen pareja, ya saben.
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