Viajé por Mongolia hace unos cuantos años. Lo hice por el desierto del Gobi y luego por las preciosas montañas del noroeste del país para asistir en la ciudad de Olgyi al Festival del Águila Dorada.
Me encantó el país, disfruté mucho de sus espacios infinitos apenas poblados y de ese mundo nómada tan hospitalario con el forastero. Era el mes de octubre, las primeras nieves llegaron sin avisar y los campamentos turísticos ya se habían desmontado. Dormí en muchos gerz, tiendas de los nómadas, por muy pocos euros y en todos ellos fui bien recibido y mejor tratado. Prometí volver en alguna otra ocasión al muy desconocido país de Gengis Khan, a día de hoy todavía no he cumplido mi promesa.
Pero ahora, hace unos días, he regresado a Mongolia a través de las páginas de un fascinante libro, Yeruldelgger. Muertos en la estepa del francés Ian Manook, seudónimo de Patrick Manoukian y que ha sido editado por Salamandra.
No soy un gran aficionado a la novela negra y no me he sentido nunca fascinado por ese fenómeno de los thrillers policiacos desarrollados en los fríos países nórdicos. Pero cuando me enteré que este libro, de titulo no fácil de recordar, se desarrollaba en Mongolia, no lo dude, no hay demasiada literatura ambientada en ese territorio, más allá de las legendarias hazañas de sus temidos jinetes, y me lancé a leerlo. Acerté de pleno. He devorado de un tirón las casi 500 páginas del libro. No podía parar. Han sido unas horas de lectura agradablemente adictiva en las que ansiaba llegar al final para acabar con el suspense, pero que a la vez me daba pena hacerlo, estaba pasándolo tan bien.
Los acontecimientos se van entrelazando unos con otros de forma fascinante e inexplicable, aparentemente. Asesinatos sin sentido y extraños personajes que el comisario Yerudelgger intentara ir casando desde su despacho de policía en Ulan Bator. Pero en todo este abigarrado despliegue de diferentes escenarios donde se va desarrollando la trama, Mongolia es también un personaje más de la novela. Ignoro si el autor ha viajado por el país, pero que lo conoce perfectamente, no hay ninguna duda. A través de las páginas del libro nos va descubriendo muchas particularidades, geografías, costumbres y tradiciones del país que sin estar escritas se deben respetar. Por ejemplo, me entero que nunca se llama a la puerta de una yurta, tampoco se debe apoyar uno en el dintel y que no se pone el pie en el paso de la puerta. Un libro por tanto con muchas lecturas y que ha despertado en mi, las ganas de volver a viajar por este legendario y duro territorio.
Buscaros un asiento cómodo, regalaros unas cuantas horas sin tener ningún otro compromiso y disfrutar de una las mejores novedades editoriales de este año.
Por cierto ya hay segunda parte, Tiempos salvajes, sólo pido que ojalá llegue pronto a España.
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