sábado, 16 de diciembre de 2017

La libreria

'La librería': La carta de amor a la literatura que triunfa en la taquilla española

En sólo dos semanas, Isabel Coixet ha conseguido superar los 200.000 espectadores. Te contamos por qué es un éxito merecido y extraordinario frente a los grandes 'blockbusters' de la cartelera.
Mireia Mullor
Quien tiene un libro, tiene un tesoro.
Quien tiene un libro, tiene un tesoro.
En un momento en el que parecemos incapaces de entendernos o empatizar con las desgracias ajenas, los libros deberían volver a ser un balón de oxígeno entre tanta ignorancia. Deberían ser una suerte de faro que ilumina las ideas, estimula la imaginación y fomenta la tolerancia en una sociedad presionada hasta el límite por los dogmas televisivos, las tertulias fútiles y los tuits de 140 -perdón, 280- caracteres. Frente a eso, centenares de páginas se revuelven rebeldes bajo la tapa de las novelas de Ray Bradbury, Jane Austen o Virginia Woolf. Porque sus palabras no han muerto, sólo han cogido un poco de polvo al ser relegadas a las estanterías de esas bibliotecas a las que parece que sólo se va a coger 'wi-fi'. Vale, quizás todo esto ha quedado un poco apocalíptico y podemos encontrar muchas excepciones, pero si hay algo que no podemos negar es la pérdida de relevancia de estos clásicos como constructores de una sociedad más sana y autorreflexiva.
Es curioso que estas reflexiones aparezcan al ver una película ambientada en la costa norirlandesa en 1959. La cineasta Isabel Coixet consigue con 'La librería' poner sobre la mesa la necesidad de la literatura en una comunidad, en una sociedad en general, para abrir fronteras en nuestras creencias más arraigadas. Y su taquilla ha sido sorprendente: en tan sólo dos semanas, el filme ha recaudado más de 1.270.000 euros y ha superado en salas los 200.000 espectadores. Ha ido subiendo y bajando en las tablas, pero ha sido capaz de mantener un segundo puesto muy sólido frente a grandes producciones como 'Thor: Ragnarok', 'El secreto de Marrowbone' o 'Feliz día de tu muerte'. No sólo el público la ha respaldado: inauguró la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) y ganó el premio a Mejor Adaptación Literaria en la Feria del Libro de Frankfut.
Coixet ha vuelto más fuerte que nunca con esta adaptación de la novela homónima de Penelope Fitzgerald, recuperando su armoniosa sensibilidad y diciéndonos que la literatura es un arma muy poderosa que jamás deberíamos dejar de lado. Te contamos las claves del éxito inesperado de esta co-producción entre España y el Reino Unido, esperando que sus victorias sean tanto dentro como fuera de las salas de cine.
NADAR A CONTRACORRIENTE
Todo empieza con una ausencia y una ilusión. Florence Green (Emily Mortimer) decide convertir su hogar, en el que se encuentra sola, en una librería. No tiene experiencia en el negocio, ni nadie que la ayude, pero ama la literatura con todas sus fuerzas y quiere llenar de ese sentimiento al pueblo costero de Suffolk, donde las élites no están dispuestas a permitir que alguien se salga del plan que ellas han marcado. Hablamos de la noble Violet Gamart (Patricia Clarkson), que le pondrá todos los obstáculos posibles con su dinero e influencias, aunque Green no estará sola del todo: Edmund Brundish (Bill Nighy), un viejo cascarrabias que vive cual ermitaño en su casa, encuentra de nuevo las ganas de vivir y soñar en la vitalidad imparable de la mujer.
Quizás esta sinopsis pueda parecer la típica historia catalogada como 'de tacitas' (AKA etiqueta que hombres amargados han puesto a las películas de buenas intenciones protagonizadas por señoras para minimizarlas), pero toda cobra una dimensión nueva bajo la ávida mirada de Isabel Coixet, cuya sensibilidad y gusto por los detalles brilla con la intensidad de sus primeras películas. El personaje de Florence Green, creado por la mente despierta de Fitzgerald, representa una heroína de aquellas que no necesitan capa ni espada, sino sólo una voluntad indestructible. Ella nada a contracorriente entre los prejuicios y chismorreos de sus vecinos para conseguir dos cosas por el precio de una: cumplir un sueño y dotar a ese pueblo de mente estrecha una vía de entrada de nuevas historias y culturas.
"Leí la novela de Penelope Fitzgerald hace diez años, y vi en ella varios elementos que me llamaron la atención. En primer lugar, era un texto sobre el mundo de los libros, y esa temática tiene para mí siempre un gran interés. Luego, planteaba problemas de adaptación, porque era muy sutil en la narración de los estados de ánimo de los personajes. Y, finalmente, porque de lo que iba en realidad el argumento era de la maldad por la maldad, de la vanidad como motor de la actuación de la antagonista, y, por añadidura, del carácter insano de una comunidad que no permite que uno de los suyos realice un sueño", declaraba la cineasta a FOTOGRAMAS el pasado mes de octubre. Así define ella su propia película, que es una odisea de una mujer que se niega a resistirse a lo que unos pocos deciden para unos muchos.
REIVINDICAR LA LITERATURA (Y A FITZGERALD)
Efectivamente, 'La librería' es una carta abierta de amor a la literatura universal. Puede deducirse sólo conociendo un poco a Coixet, gran amante de los libros, pero es innegable que la película rezuma todo este cariño hacia las historias y su visión de éstas como puentes hacia el entendimiento. De hecho, así se forja la relación entre Green y Brundish. El introvertido personaje interpretado por Nighy le pide que le envíe libros nuevos de su tienda, y en esa correspondencia -en la que el descubrimiento de Ray Bradbury tiene una especial importancia- va naciendo una relación tan honesta y sensible que casi no hacen falta ni las palabras. La literatura une, nunca separa.
Coixet reivindica así a los autores, desde el mencionado Bradbury hasta el también importante en la trama Vladimir Nabokov, que creó controversia con su novela 'Lolita'. La historia en primera persona de un hombre enamorado de una adolescente causó auténticos revuelos en su época, pero su capacidad de empatía es tan fuerte y su narrativa tan exquisita que la protagonista no puede hacer otra cosa que pedir 200 copias y llenar su escaparate con ellas. Porque la literatura no sólo sirve para crear comunidad y abrir las mentes: también para transgredir, para entender pensamientos y realidades muy alejados de los nuestros, y demostrar el poder que tiene la palabra escrita.
De algún modo, esta película también es una reivindicación de la propia autora de la historia, Penelope Fitzgerald. No en vano es una de las escritoras inglesas más interesantes del siglo XX. Curiosamente, Fitzgerald empezó a escribir a la edad de 58 años, comenzando su camino en la literatura con una biografía del pintor Edward Burne-Jones. A partir de ahí llegaría a las novelas, hasta llegar a esta historia que enamoró a Coixet hace una década y que lleva dos semanas encandilando a la taquilla española. Sirva esta adaptación, también, para poner en su lugar a una autora poco conocida, pero increíblemente talentosa.
LA SENSIBILIDAD DE UNA MAESTRA
Desde que en la primeriza 'Cosas que nunca te dije' (1996) y la soberbia 'Mi vida sin mí' (2003) demostrase una sensibilidad fuera de lo común, hecha de caricias y silencios con la influencia palpable del mejor Wong Kar Wai, Isabel Coixet ha estado transitando en diferentes géneros y estructuras, probándose como una cineasta polifacética. Pero para quienes jamás podrán olvidar aquellos primeros films, 'La librería' se antoja como una vuelta a esa sensorialidad narrativa que de repente explota en el contacto entre dos manos, en la textura de un libro o el silencio -cómodo- de dos almas conectadas en la distancia.
En una de las escenas de la historia, los personajes de Mortimer y Nighy se encuentran frente al mar. El viento mece la hierba, la ropa y el cabello de la mujer, mientras él deambula con su mirada por el paisaje. Sólo hacen falta unas palabras y algunos silencios para crear un ambiente tan íntimo y personal que de repente, ante el contacto piel con piel, desata un aluvión de sensaciones que sólo puede conseguir una maestra de lo etéreo como es Coixet. No hacen falta aspavientos, clichés o declaraciones banales. Sólo aquello que no podemos tocar, que no podemos decir con palabras. Aquello que se escapa al entendimiento y sólo las imágenes más lúcidas -y las palabras más certeras sobre el papel- saben transmitir.

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