Imagen:Javier Lizón | EFE
Juan Goytisolo logra mantener la coherencia hasta en su muerte
El escritor cumple su promesa de no volver a España y será enterrado en Larache
Desde hace un año la vida de Juan Goytisolo se
había ido apagando hasta quedar prácticamente en penumbra. En los
últimos meses su fiel amigo Abdelhadi lo paseaba en una silla de ruedas
para que pudiese cumplir con el rito diario de visitar la plaza de Jemaa
el Fna de Marrakech. Casi desde su llegada a esta ciudad compartía
tertulia con un grupo de vecinos en el café France. Hablaban de las
cosas de la vida, sin escatimar sentido del humor. Antes de retirarse
saldaba discretamente la deuda de todas las consumiciones. Si se
terciaba, también destinaba una propina a los saltimbanquis que hacían
gala de sus piruetas. Ya de camino a casa entregaba una limosna a alguna
de las mujeres que yacían en la calle, cumpliendo de esta forma con uno
de los preceptos del Islam.
Juan Goytisolo era una persona generosa y hospitalaria. No dudaba en invitar a un té en el patio de su casa, entre las ramas del árbol, injerto de naranjo y limonero, y dos tortugas. No era amigo de acumular bienes y gustaba de deshacerse de todo lo material, incluidos los libros. «Nunca he tenido un apego directo, me gusta leer, pero no soy fetichista de los libros. A veces, cuando los leo, los regalo; lo que cuenta para mí es la gente que me rodea, vivir con quien quiero, como quiero y donde quiero», comentaba en una entrevista concedida a este diario en el 2013. Justificaba su desposesión por proceder de una familia que acumulaba bienes, lo que le produjo el efecto contrario. Tal era su sobriedad, que al acudir a la ceremonia del premio Cervantes tuvo que sacar a relucir la única corbata que tenía en el armario. Esa misma sobriedad era la que le hacía descartar honoris causa para evitar disfrazarse, como él decía.
La relación con Galicia le llegó de muy niño, a través de una nodriza. Recordaba que para asustarlos a él y a sus hermanos les decía: «¡Que viene el moro, que viene el moro!».
Sin embargo, la advertencia cayó en saco roto, ya que en 1976 se fue a Marruecos y cinco años después se había hecho con una casa en la medina de Marrakech. Entre las razones que aducía había algunas más prosaicas como el clima: «Tenía asma y aquí se me curó». Otras aludían al hecho de considerar esta ciudad como una de las más bellas del mundo. Apreciaba el sentido del humor y la tolerancia de esa sociedad.
Tras fallecer su mujer, la francesa Monique Lange, decidió establecer una relación de mutua adopción con la familia de la vivienda contigua. Los vecinos cuidarían de él y a cambio Juan Goytisolo se encargaría de financiar la educación de sus hijos, Yunes y Jalip, y de su primo Rida. Gracias a él han conseguido una formación, una tarea nada fácil por la escasez de medios.
Durante todos estos años, el escritor barcelonés (como a él le gustaba llamarse, más que escritor catalán) se erigió en un fiel defensor de la cultura árabe y del islam. Si algo le molestaba era el desconocimiento y la ligereza con la que se hablaba de estos temas. Le preocupaban, sobre todo, el racismo y la xenofobia.
Durante su última visita a Galicia, en febrero del 2004, con motivo de un acto literario en Ourense, Juan Goytisolo recordó la amistad que le unió con José Ángel Valente y elogió la obra de otro escritor de esta ciudad, José María Álvarez Chesi. Aprovechó también su visita para trasladarse a Vigo y conocer las Rías Baixas, así como para confesar uno de sus secretos mejor guardados: «No sé ni abrir un paraguas, no sé hacer nada en la vida que no sea escribir, soy de una incapacidad total práctica». Sin duda, su trabajo sedentario con la pluma le pasó factura, por mucho que trató de compensarlo con caminatas y fisioterapia.
Siempre dijo que no volvería a España y ha mantenido la coherencia hasta en su muerte. Será enterrado en un cementerio civil de Larache, donde descansa su amigo Jean Genet.
Precisamente ayer Joan Tarrida, su editor, avanzaba que todavía quedaba un tomo pendiente de publicación en el marco de estas obras «incompletas», como las llamaba el propio Goytisolo, ya que, pese a sus advertencias sobre su posible mudez literaria, sí seguía escribiendo. «Él siempre las llamaba incompletas porque seguía escribiendo. Queda un volumen y a ver qué hacemos. Serán los responsables de su legado los que vean qué se hace con el material que hay», explicó Tarrida.
Fruto de esa continuidad la agencia Carmen Balcells, que representa su obra literaria, recibió en el 2015 un nuevo volumen, según informó ayer Colpisa, con instrucciones de que solo se publique cuando hayan transcurrido diez años desde la muerte del autor. Poco se sabe de su contenido, que Goytisolo se limitó a definir como «asuntos sociales y personales».
En vida, Goytisolo polemizó, desde su independencia insobornable, con voces desde todas posiciones. En su muerte, representantes de ámbitos muy distintos -especialmente en la política- sí coincidieron en subrayar lo que supone de pérdida para la literatura y el compromiso intelectual. Desde las letras, hubo quien destacó el impacto de leerlo, como Eduardo Mendoza, o su multiplicidad de registros, como Carme Riera. Para la Unión de Escritores de Marruecos, era «un símbolo de diálogo y la unión entre civilizaciones», mientras que la Unesco subrayó su voz comprometida con la paz.
Juan Goytisolo era una persona generosa y hospitalaria. No dudaba en invitar a un té en el patio de su casa, entre las ramas del árbol, injerto de naranjo y limonero, y dos tortugas. No era amigo de acumular bienes y gustaba de deshacerse de todo lo material, incluidos los libros. «Nunca he tenido un apego directo, me gusta leer, pero no soy fetichista de los libros. A veces, cuando los leo, los regalo; lo que cuenta para mí es la gente que me rodea, vivir con quien quiero, como quiero y donde quiero», comentaba en una entrevista concedida a este diario en el 2013. Justificaba su desposesión por proceder de una familia que acumulaba bienes, lo que le produjo el efecto contrario. Tal era su sobriedad, que al acudir a la ceremonia del premio Cervantes tuvo que sacar a relucir la única corbata que tenía en el armario. Esa misma sobriedad era la que le hacía descartar honoris causa para evitar disfrazarse, como él decía.
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Sin embargo, la advertencia cayó en saco roto, ya que en 1976 se fue a Marruecos y cinco años después se había hecho con una casa en la medina de Marrakech. Entre las razones que aducía había algunas más prosaicas como el clima: «Tenía asma y aquí se me curó». Otras aludían al hecho de considerar esta ciudad como una de las más bellas del mundo. Apreciaba el sentido del humor y la tolerancia de esa sociedad.
Tras fallecer su mujer, la francesa Monique Lange, decidió establecer una relación de mutua adopción con la familia de la vivienda contigua. Los vecinos cuidarían de él y a cambio Juan Goytisolo se encargaría de financiar la educación de sus hijos, Yunes y Jalip, y de su primo Rida. Gracias a él han conseguido una formación, una tarea nada fácil por la escasez de medios.
Durante todos estos años, el escritor barcelonés (como a él le gustaba llamarse, más que escritor catalán) se erigió en un fiel defensor de la cultura árabe y del islam. Si algo le molestaba era el desconocimiento y la ligereza con la que se hablaba de estos temas. Le preocupaban, sobre todo, el racismo y la xenofobia.
Durante su última visita a Galicia, en febrero del 2004, con motivo de un acto literario en Ourense, Juan Goytisolo recordó la amistad que le unió con José Ángel Valente y elogió la obra de otro escritor de esta ciudad, José María Álvarez Chesi. Aprovechó también su visita para trasladarse a Vigo y conocer las Rías Baixas, así como para confesar uno de sus secretos mejor guardados: «No sé ni abrir un paraguas, no sé hacer nada en la vida que no sea escribir, soy de una incapacidad total práctica». Sin duda, su trabajo sedentario con la pluma le pasó factura, por mucho que trató de compensarlo con caminatas y fisioterapia.
Siempre dijo que no volvería a España y ha mantenido la coherencia hasta en su muerte. Será enterrado en un cementerio civil de Larache, donde descansa su amigo Jean Genet.
Unas obras «incompletas» a la espera de un nuevo tomo y un enigma para el 2027
Aunque Goytisolo aseguraba que ya había escrito «demasiado» en su vida y que uno solo se debía poner ante el papel si tenía algo que decir, lo cierto es que su nombre se mantuvo siempre en el panorama de la actualidad literaria. Contribuyó a ello la reunión de sus títulos a partir del año 2000 en las Obras completas que ha ido publicando Galaxia Gutenberg en varios tomos.Precisamente ayer Joan Tarrida, su editor, avanzaba que todavía quedaba un tomo pendiente de publicación en el marco de estas obras «incompletas», como las llamaba el propio Goytisolo, ya que, pese a sus advertencias sobre su posible mudez literaria, sí seguía escribiendo. «Él siempre las llamaba incompletas porque seguía escribiendo. Queda un volumen y a ver qué hacemos. Serán los responsables de su legado los que vean qué se hace con el material que hay», explicó Tarrida.
Fruto de esa continuidad la agencia Carmen Balcells, que representa su obra literaria, recibió en el 2015 un nuevo volumen, según informó ayer Colpisa, con instrucciones de que solo se publique cuando hayan transcurrido diez años desde la muerte del autor. Poco se sabe de su contenido, que Goytisolo se limitó a definir como «asuntos sociales y personales».
En vida, Goytisolo polemizó, desde su independencia insobornable, con voces desde todas posiciones. En su muerte, representantes de ámbitos muy distintos -especialmente en la política- sí coincidieron en subrayar lo que supone de pérdida para la literatura y el compromiso intelectual. Desde las letras, hubo quien destacó el impacto de leerlo, como Eduardo Mendoza, o su multiplicidad de registros, como Carme Riera. Para la Unión de Escritores de Marruecos, era «un símbolo de diálogo y la unión entre civilizaciones», mientras que la Unesco subrayó su voz comprometida con la paz.
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