En busca de la mujer pantera
Jordi Esteva filma a una sacerdotisa africana ‘poseída’ por el espíritu del felino
Es un mundo extraño de fuerzas misteriosas, de poderes arcanos y de secretos que no deben ser revelados. Un mundo de genios y fetiches, lejos del tranquilizador materialismo de Europa, al borde de las viejas selvas. Suenan los tambores, los acólitos invocan: “¡Oh, genio de la pantera, sal del monte, manifiéstate, acude a nosotros!”. Y la mujer pantera aparece, gruñendo y salivando. No se parece en nada a Nastassja Kinski.
La escena es de una intensidad asombrosa, hipnotizante y perturbadora. Más aún porque está rodada en blanco y negro —lo que sugiere los grandes filmes de género fantástico de Jacques Tourneur, La mujer pantera (de la que se hizo el remake con la Kinski) y Yo anduve con un zombi—. Aquí, la mujer pantera es una sacerdotisa animista de Costa de Marfil que accede a realizar ante una cámara el ritual en el que es supuestamente poseída por el espíritu del felino. Ataviada con un faldellín, cubierta de abalorios, con el cuerpo y el rostro pintados y los grandes pechos bamboleantes desnudos, la komián (sacerdotisa) Kodju Niamké, hasta entonces una mujer risueña y encantadora, entra en trance y adopta la expresión y los movimientos de una fiera salvaje, salta, camina a cuatro patas, se revuelca.
Es el momento culminante de Komián la impresionante nueva película documental del fotógrafo, cineasta y escritor de viajes catalán Jordi Esteva (Barcelona, 1951), autor de libros como Los árabes del mar (que acaba de publicarse en árabe) y Socotra, la isla de los genios, y que ya plasmó parte de sus experiencias entre los practicantes de los viejos cultos animistas africanos en su anterior filme Retorno al país de las almas.
Esteva vuelve a sumergirse en el proceloso mundo de los sacerdotes, brujos y espíritus de Costa de Marfil —cuyo sistema de creencias pertenece al mismo linaje espiritual que el culto de los orishas yoruba, el candomblé, la santería o el vudú—, esta vez para presenciar y filmar uno de los más fascinantes ritos de posesión, en el que el o la komián son poseídos —”cabalgados”— por Kuasi, el espíritu de la pantera.
En la película, Esteva aparece él mismo introduciéndose en el círculo de los creyentes (en los que ya es conocido) y tratando muy paciente y amablemente de lograr que le organicen el raro ritual. “Para mí sería un privilegio extraordinario que el espíritu de la pantera se manifestara”, le dice con dulzura a mamá Niamké, alargándole una botella de ron. La komián accede. Los preparativos son complejos e incluyen viajar a Ghana (la película tiene un punto de road movie) a buscar a unos percusionistas especializados sin los que la ceremonia no es posible.
“Hay muy pocos komián capaces de dejarse poseer por el espíritu de la pantera”, explica Esteva. Estamos en un bar bebiendo los dos cocacola pero el viajero parece haberse traído todo aquel mundo de hechiceros, cálaos, tambores y pangolines. “Es un espíritu muy poderoso, pero no maligno, protege y cura, y da fecundidad”. En la película la komián poseída por la pantera no parece molesta porque la hayan invocado solo para que Esteva la salude. “Tienes mi bendición y eres bienvenido”, le dice, afortunadamente. Luego bebe la sangre de un gallo y de una cabra.
"En Costa de Marfil quedan muy pocos leopardos, pero queda su recuerdo"
Esteva asiente cuando le señalo el aire a lo Jacques Tourneur de su película, con imágenes alucinantes (la película parece una sucesión de espléndidas fotografías) como la de los perros negros nadando entre las olas. “Lo admiro muchísimo, es una referencia para mí, era un maestro de las sombras. Capaz de crear un aura de misterio increíble. Y demostró que para hacer buen cine no hacen falta muchos medios”. Pese a la similitud de su atmósfera con la de las películas señeras del fantástico, Komián no tiene nada de ficción, aunque Esteva también se distancia de los documentales antropológicos al uso. “No soy antropólogo y no hay aquí método científico, me atren estas creencias y liturgias tan ancestrales y he querido mostrarlas, con la voluntad de ayudar a preservarlas en una época de aculturización en la que muchos las ven como mera superstición y un lastre al desarrollo”.
Para el viajero, acceder a ese mundo de los rituales ha sido “como entrar en las láminas que veía de pequeño en los libros”. En algún caso lo ha hecho literalmente, como la vez en que se intoxicó ritualmente con un pollo cocinado por una komián con hierbas secretas y tuvo un trip de aquí te espero...
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