domingo, 24 de abril de 2016

Javier Sanz Lejos de la orilla

Javier Sanz estrena el documental Lejos de la orilla

Javier Sanz
Aragonés de nacimiento, Javier Sanz,  lleva varios años en Barcelona. Allí fue donde originó el trabajo que presentó el pasado dos de abril en el Centro Joaquín Roncal. Se llama Lejos de la orilla y, además de cumplir con todas las expectativas aquel día; dos pases y la charla-coloquio entre aperitivos por la afluencia de gente, este largometraje mostró al público la conquista de uno mismo. La problemática de la inmigración con un toque de denuncia poética.
“Estas personas me han dado lecciones de vida”. Con esta frase concluye la entrevista Javier Sanz, hay en él un gran aprendizaje después de haber vivido esta experiencia.
Todo comenzó dos años y medio antes.  Javier Sanz y Asier Alcorta se propusieron contar la historia del pueblo saharaui a través de un documental fotográfico. Con la idea bajo el brazo llegaron a Médicos del Mundo Aragón para conseguir apoyo para su proyecto. Pero, como las cosas no siempre salen bien, lo que comenzó siendo un proyecto terminó siendo un final.
Tras valorar la idea se dieron cuenta de que una de las historias del proyecto en el Sáhara no encajaba. “Se cayó una de las historias y tuvimos que cambiar los planes”, recuerda Javier; “¡Es curiosos!, en la mayoría de las ocasiones uno empieza por el principio y sigue un orden. Pero, en nuestro caso tuvo que finalizar ese proyecto para concebir el verdadero”

Aceptaron el cambio y crearon el documental Lejos de la orilla.

Este largometraje cuenta la historia de cuatro inmigrantes, Abdoulaye, Amadou,  Mariama y Rahisy, que tras dejar su país de origen comienzan un nuevo recorrido en España que les llevará a tener que aceptar los fracasos y victorias si quieren conseguir su objetivo: tener una vida mejor.

En este proceso el director se ha visto en situaciones significativas. “Para mí, no ha sido un simple rodaje, he tenido que profundizar en la infancia de cada uno de ellos”  Javier nos afirma que el resultado no representa el valor que ha tenido el proceso ya que para comprender la actitud de los protagonistas frente a los retos tuvo que aceptar uno más grande: ir hacia atrás en el tiempo y profundizar, en muchas ocasiones, en situaciones dolorosas. “Ha sido un regalo poder conocer su historia, les estoy muy agradecido”.

Pero, no se quedó ahí y buscó los escenarios para tan grandes personajes. “Aquí jugó un papel importante Asier. Él se conoce Aragón de arriba abajo” Así que, la elección de los lugares no fue casualidad. Desiertos, cuevas o ciudades fueron evocadas entre los paisajes de La Bárdenas Reales o las Cuevas de San Julián, amenizado con un punto de mitología que el propio Javier introdujo como algo inconsciente e instintivo para el espectador.


Escena de Abdoulaye 


Abdoulaye se convirtió en Teseo en el laberinto. Como Teseo, Abdoulaye vive atrapado. Teseo en emociones y sentimientos que no le permiten ver las consecuencias de sus actos. Obsesionado con matar a su hermano Minotauro; se adentra en el sitio más peligroso, en el Laberinto de Creta. Abdoulaye  sufre  por el abandono de su padre y no quiere que sus hijos crezcan sin él, vive atrapado en su propio caos. A medida que pasa la historia, Abdoulaye va ganando confianza, coloca el pasado en su lugar y sigue adelante, construyendo su futuro; guiado por un ovillo rojo, similar al que Teseo utiliza para recordarle el camino de regreso, Abdoulaye recorre el espacio hacia una salida segura, sin olvidar el pasado.

Amadou vendiendo manualidades

Amadou recuerda a Moisés. Personaje mítico que liberó al pueblo judío de la esclavitud, representa la perseverancia por excelencia. A su espalda, Amadou, lleva una bolsa; sin más enseres, recorre solo un desierto. “Ha dejado atrás a su familia pero aun así ha podido con todo” “La perseverancia de Amadou es increíble, comenzó vendiendo en la calle y hoy tiene tres tiendas con sus manualidades”, explica Javier. Moisés llegará a la “Tierra Prometida” movido por la llamada de Dios; Amadou, movido por su propia fuerza.

Mariama no se resigna ante su circunstancia

“Mariama es Penélope”. Penélope vive la resignación como Mariama.  Una se resigna a la eterna espera de su amado, otra a vivir el maltrato de su marido. En esta ocasión, opone a dos mujeres con coyunturas parecidas pero con sentimientos distintos. “Pensaba que el público se daría cuenta”. Hay un hilo en común, en la mitología, Penélope teje una sábana mientras espera a su esposo; en cambio,  Mariama desteje una tela como símbolo de rebeldía. No va a aguantar más los maltratos y la indignidad de ser golpeada cada día. “Mariama es una leona, es la fortaleza en persona”

¿Y Rahisy?

Escena de Rahisy

“Rahisy es una mujer que siempre intenta crear un hogar”.  Cada vez que se cae en su empeño llena su maleta y se va a otro lugar, lo descarga todo y lo vuelve a intentar. Para ella, el director eligió a Hestia, la diosa del hogar.  Considerada diosa del Olimpo, durante toda su existencia cuidó del fuego sagrado del Olimpo. “Si tuviera que definir a Rahisy, diría que es una persona de superación y siempre con la mejor sonrisa”





Dos años y medio después, ha finalizado el rodaje con su primer gran éxito: el estreno en su propia tierra. Ahora llega los más difícil replantearse qué ha supuesto para él este proceso.

“Ahora los problemas se ven de manera diferente, lo que parece importante es mínimo al lado de ellos” “Si hay algo que he aprendido de estos referentes de vida es que cada vez que me caigo pienso: seguro que Mariama podría con ello”, Javier ríe ante su propio comentario. Reconoce que les tiene mucha admiración. 

Tráiler: http://vimeo.com/90441112

Entrevista de Aitana de Miguel. 

Lejos de la orilla




 Versión para impresora

LEJOS DE LA ORILLA

FAR FROM THE SHORE

Datos Técnicos / Technical Data

País de Producción / Country of Production:  ESPAÑA - SPAIN
Año Produccion / Year of Production:  2015
Duración / Running Time:  60′
Formato / Format:  HD
Pantalla / Screen Ratio:  16/9
Color / Color:  COLOR
Género / Gender:  DOCUMENTAL - DOCUMENTARY
Lugar de Rodaje / Shooting Place:  Aragón (SPAIN)
Versión Original / Original Version:  ESPAÑOL - SPANISH
Subtítulos / Subtitles:  ESPAÑOL, INGLÉS & FRANCÉS - SPANISH, ENGLISH & FRENCH

Ficha Técnica / Specification Sheet

Productora / Production Company:  JAVIER SANZ
Director / Director:  JAVIER SANZ
Guión / Screenplay:  JAVIER SANZ
Fotografía / Cinematography:  GEMA BRIONES
Dirección Artística / Art Director:  MARÍA SANZ
Música / Music:  AINA BISQUERRA
Sonido / Sound:  ALBERT RIBAS
Montaje / Editing:  PAU LUZÓN

Intérpretes / Cast

AMADOU DJIBY DIA
ISATOU GEREW
ABDOULAYE BARRI
RAHISY NUÑEZ

Sinopsis / Synopsis

Mariama, Amadou, Abdoulaye y Rahisy tienen un objetivo en la vida y buscan el camino para conseguirlo. Lejos de la orilla es un documental que muestra el viaje heroico y anónimo de personas que luchan por conseguir sus sueños y son capaces de levantarse cada vez que la vida les golpea. Una historia de superación, amor y dignidad.
Mariama, Amadou, Abdoulaye and Rahisy have an objective in life and they look for the way to get it. “Lejos de la orilla” is a documentary that shows the heroic and anonymous travel of people who struggle to achieve their dreams. They are able to stand up every time life hits them. It is a story of overcoming, love and dignity.

Biofilmografia / Biofilmography

JAVIER SANZ (Zaragoza, 07/03/1983) Se mudó a Barcelona para estudiar Dirección en la ESCAC. El último curso, junto con sus compañeros de clase codirigió el largometraje “Puzzled love” que se estreno dentro del festival de San Sebastián y tuvo estrenos en salas comerciales de Rusia y Brasil, además de varios pases en Canal +. Actualmente trabaja como director publicitario para firmas nacionales e internacionales y es profesor en la Universidad de Barcelona. También ha dirigido “Silencios” (Cortometraje, 2011) y “Desvísteme” (Cortometraje, 2012).
JAVIER SANZ (Zaragoza, SPAIN, 03/07/1983) He moved to Barcelona to study film direction at the ESCAC. Along with his fellow classmates he co-directed a feature film, “Puzzle Love”, which participated in the San Sebastián international film festival and it has been premiered in Russia an Brazil, as well as broadcast by Canal + Spain. He is a teacher script and a director advertising for fashion brands mainly. Nowadays, he has finished his first documentary feature film “Lejos de la orilla”. He also has directed “Silences” (Shortfilm, 2011) and “Undress me” (Shortfilm, 2012).

Premios / Awards

ESPIELLO - MUESTRA DE DOCUMENTAL ETNOGRÁFICO DE SOBRARBE (Spain)
PREMIO DEL PÚBLICO
AUDIENCE AWARD
FESTIVAL DE CINE DE FUENTES DE EBRO (Spain)
MEJOR DOCUMENTAL
BEST DOCUMENTARY
EXTREMA DOC - FESTIVAL DE CINE DOCUMENTAL DE EXTREMADURA (Spain)
MENCIÓN ESPECIAL DEL JURADO
SPECIAL JURY MENTION
INTERNATIONAL "GOLD PANDA" AWARDS FOR DOCUMENTARY (China, People's Republic of)
NOMINADO A LA MEJOR FOTOGRAFÍA
NOMINATED FOR THE BEST CINEMATOGRAPHY

Selecciones / Selections

FILMES DO HOMEM - FESTIVAL INTERNACIONAL DE DOCUMENTÁRIO DE MELGAÇO (Portugal)
THE NILE'S DIASPORA INTERNATIONAL FILM FESTIVAL (Uganda)
FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE SOCIAL DE CONCORDIA (Argentina)
THESSALONIKI DOCUMENTARY FESTIVAL - IMAGES OF THE 21ST CENTURY (Greece)
TERMITA INTERNATIONAL FILM FESTIVAL (Spain)
FESTIVAL CINE EN LA ISLA (Colombia)
FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE EDUCATIVO Y ESPIRITUAL (FICEE) (Spain)
PINTACANES FESTIVAL DE DOCUMENTALES DE LA PINTANA (Chile)
FESTIVAL DE CINE DE ZARAGOZA (Spain)
KO&DIGITAL - FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINEMA SOLIDARI (Spain)
FESTIVAL DEL CINEMA LATINO AMERICANO DE TRIESTE -Out of Competition- (Italy)
FESTIVAL DOCUMENTAIRE DU CINÉMA DES PEUPLES ANUU-RU ABORO (New Caledonia)
DUHOK INTERNATIONAL FILM FESTIVAL (Iraq)
TLANCHANA FEST, FESTIVAL DE CINE Y ARTE DIGITAL (Mexico)
FESTIVAL MUNDIAL DE CINE EXTREMO DE VERACRUZ (Mexico)
FESTIVAL DE CINE SOCIAL Y DE LOS DERECHOS HUMANOS CINEOTRO (Chile)
I REPRESENT INTERNATIONAL DOCUMENTARY FILM FESTIVAL (Nigeria)
ATHENS INTERNATIONAL FILM & VIDEO FESTIVAL (United States)
PRIMAVERA CINEMÍSTICA -Out of Competition- (Spain)
CATALAN FILMS FESTIVAL SCOTLAND (United Kingdom)
AFRICA WORLD DOCUMENTARY FILM FESTIVAL (United States





sábado, 23 de abril de 2016

GKubra Khademi en Gijón


Kubra Khademi los saca «de quicio»

vídeo
Kubra Khademi, vestida de semáforo ‘femenino’ por las calles gijonesas. / jorge peteiro
  • La artista afgana realizó una performance reivindicativa por las calles de Gijón. Hubo aplausos, pero también quien la increpó durante su acción, en la que recorrió las calles vestida de mujer semáforo


Que Kubra Khademi provoca algo muy profundo en quien la observa quedó ayer fuera de toda duda cuando, pasadas las ocho de la tarde, la artista afgana de 27 años apareció en la gijonesa plaza de Europa y empezó a colocarse sobre la cabeza una estructura que la convertía en un semáforo. Pero no un semáforo cualquiera:en un semáforo en el que el símbolo que indicaba a los caminantes que podían continuar la marcha o que debían detenerla era una mujer y no un hombre.
Gijón estaba ante la nueva performance de esta creadora menuda a la que le sobran arrestos, como demostró saliendo a las calles de Kabul con una armadura metálica aprisionando su cuerpo para denunciar el acoso sexual que sufren las mujeres en su país, lo que le valió insultos, agresiones, amenazas de muerte y el exilio forzado en Francia, donde reside desde 2015 y donde, a veces, siente como una losa la soledad y, por eso, camina.
Así nació ‘Kubra & Pedestrian Sign’, el título de la acción que llevó a cabo ayer. En uno de esos recorridos solitarios por París en los que también ha caminado con todas sus pertenencias encima como la refugiada que es. Desde el alba hasta el ocaso. Ocomo cuando recorrió diez kilómetros marcha atrás. Aquella vez, en Portbou, el lugar donde encontró la muerte el pensador antifascista Walter Benjamin.
Yalguien podría afirmar que poco o nada tiene que ver España con Afganistán. O,quizá, más de lo que podría pensarse en un primer momento, porque ‘Kubra & Pedestrian Sign’ suscitó aplausos, pero hubo quien también se atrevió a increparla durante un recorrido que fue improvisando sin conocer la ciudad hasta desembocar en la calle Corrida vestida con un traje negro «muy femenino» para reforzar la paradoja. Deteniéndose en cada paso de peatones para accionar mediante unos cables la muñeca roja o la verde al mismo tiempo que lo hacían los semáforos reales, que «aparentemente son neutrales pero no lo son, al igual que muchas otras cosas de la vida cotidiana». Se trataba «de cuestionar esos elementos que para los hombres pasan desapercibidos porque a ellos sí les representan».
Entre los que entendieron la reflexión sobre el género y la identidad propuesta por la artista afgana –con la que quería llamar la atención sobre «esa sensación de no sentirse representada», una percepción que «también engloba a las personas transgénero, gais o lesbianas»– estaban los artistas Daniel Franco y Ana Arango, que defendieron que se trataba de «un crítica muy sencilla y, al mismo tiempo, muy directa». Osu colega Maite Centol, que destacó «la resistencia en el arte, que necesariamente es político».
Olas Mujeres en Llucha de la CSI que, algo más alejadas del plano artístico y más centradas en el combativo, acudieron con una pancarta «contra la violencia machista» en la que recordaban que «hay munches vides en xuegu». Y Tina Ibáñez, de la Asociación Feminista de Asturias, que acudió con su hija Marina, sorprendidas las dos «por la entereza de Kubra Khademi, una mujer con una dulzura de hierro».
Hubo una pareja de chicas adolescentes que comentaron que aquello era «algo de igualdad». Pero hubo también quien no entendió nada. Como el grupo de turistas que le gritaron al cruzársela. «Vuelve a tu país», le espetó un hombre. «A ver si ahora vamos a tener que sacar todas las cosas de quicio y cambiar hasta los semáforos», le reforzó su esposa. Kubra siguió con paso firme, sin mirar atrás. Eran de Teruel.
Temas

Kubra Khademi

Kubra Khademi. El arte del cuerpo y el contexto inmediato

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Ocho minutos que han marcado la historia del arte actual. Esa es la duración de la performance “Armor” que la artista Kubra Khademi realizó en un barrio de Kabul hace un año para denunciar el acoso sexual que sufren las mujeres. 480 segundos que dieron al vuelta al mundo y que, literalmente, cambiaron su vida, ya que tuvo que exiliarse tras recibir amenazas de muerte.
La artista plástica y performer estuvo en Asturias, invitada por el Consejo de la Juventud del Principado de Asturias, en el marco del XXX aniversario de la institución. Khademi habló sobre su obra en el Museo de Bellas Artes y estuvo acompañada por Joan Casellas, performer y fotógrafo documentalista catalán que dirige los Encuentros Internacionales de Poesía de Acción y Performance La Muga Caula. La expectación por su visita fue tal, que el salón de actos del Museo se quedó pequeño para escuchar con detenimiento su itinerario artístico. La artista comenzó su intervención señalando su doble confrontación ”como cuerpo femenino y cuerpo castigado por la moral”. Desde que era pequeña y fue reprendida por su madre tras hacer unos dibujos de cuerpos femeninos desnudos en un haman, creyó que “el arte estaba relacionado con mi condición de mujer y siempre me sentí culpable”. Esa sensación cambió cuando llegó a la Universidad y comprobó que no era una cosa mala, sino que tenía que ver con el arte. Kubra, que significa “grandiosa”, empezó a tratar de ver muchas capas y elementos más profundos de Afganistán y de su propia existencia. Y decidió utilizar “mi cuerpo y el contexto inmediato, para sacar a la luz historias no contadas, revelaciones y confesiones”.
En 2013 en Lahur, Pakistán, llenó su desgastada maleta y se instaló en el medio de una avenida, con una maleta como si estuviera en su casa. Su intervención provocó grandes atascos porque los coches intentaban no atropellarla. Después de 45 minutos fue desalojada por la policía. Pretendía “denunciar la situación de la gente refugiada que tiene su hogar en la calle y descubre, en propia carne, que la vida es una sucesión de imprevistos y no sabes que te va a pasar en el próximo minuto”. La maleta también se convirtió en protagonista de otra performance, al permanecer dentro de ella durante tres horas en una galería hasta que fue rescatada por una espectadora. Un elemento recurrente porque “tengo obsesión por maletas, carreteras y coches, una extraña sensación de pérdida porque no sé lo que es tener raíces”. Algo que se ha repetido a largo de su vida porque desde pequeña se exilió en Irán y Pakistán, antes de volver a su país de origen en el año 2008 para estudiar en la Universidad. Y la historia volvió a repetirse el año pasado, porque después de su “Armadura” se ha exiliado en París, como refugiada política.
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La intervención que la ha dado a conocer mundialmente es “Armadura” una reacción al acoso que sufren las mujeres. “Me dije a mí misma que tenía que actuar, era necesario pelear y responder a los insultos que los hombres nos lanzan en la calle”. Decidió hacer esta actuación para que “los hombres entiendan el calvario que sufren las mujeres en su vida cotidiana”. Antes de su recorrido con la armadura metálica que cubría su cuerpo, pasó cuatro meses entrevistando a mujeres sobre el sexo, la sexualidad y la identidad. El recorrido con la armadura por el barrio de Kabul, en el que había sido acosada en varias ocasiones, provocó una violenta reacción de los viandantes que empezaron a rodearla, insultándola y lanzándole piedras. La artista tuvo que cortar abruptamente la intervención y salir de allí protegida por sus amigos, porque su vida peligraba. Ese acoso directo e inmediato fue seguido por las amenazas de muerte, que le llevaron a salir nuevamente del país.
Kadhemi repitió en varias ocasiones que su arte “está en todas sus acciones performáticas” y recuerdó que con “Slapping” se le cayó la piel de ambos lados de la cara. El trabajo, centrado nuevamente sobre la violencia contra las mujeres, consistió en darse bofetadas en la cara durante casi una hora, “pero no me dolió, al contrario mi cuerpo se volvió más fuerte”. Desde su exilio en Europa su producción sigue centrada en el cuerpo y en el camino. En “From sunrise to sunset in Paris”,caminó durante 15 horas por el centro de la capital francesa con la ropa que guardaba en la maleta en su cabeza. El camino también fue protagonista de la intervención que hizo en la ruta a pie en Port Bou, que todos los años se organiza para homenajear a Walter Benjamin, suicidado allí tras la huida de los nazis.
Quienes asistieron a su conferencia se fueron teniendo claro que su arte son sus performances y que ese arte representa su experiencia en la vida. También que no le gusta definirse pero que necesita sentir que es de algún sitio en el que tenga derechos fundamentales.. “Y en mi arte explico esa lucha” sentenció, justo cuando ya salía del Museo.
Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena

Artista afgana en París, ren Gijón...




Dia del libro con Masram al Nasri

martes, 19 de abril de 2016

Kubra Khademi

Kubra Khademi: "¿Qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo para una mujer en Afganistán?"

Tras ser acosada a los cinco años, soñó con lo bien que le iría llevar ropa interior de hierro. A sus 27 años, la artista afgana Kubra Khademi plasmó esa idea en una performance por el centro de Kabul que ha dado la vuelta al mundo y que le ha valido amenazas de muerte y un posterior exilio
Khademi participará en septiembre en el festival de performance La Muga Caula: "Cuando la idea me viene, la tengo que llevar a cabo tal y como es, nadie puede pararme. En este sentido soy muy valiente y completamente libre"
"Las mujeres tenemos muchas dificultades en Afganistán para decir cosas, así que cuando encuentras un lenguaje que te lo permite quieres sacarlo todo de golpe, ¿y qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo?"

Kubra Khademi durante su acción "From sunrise to sunset" en París el pasado 13 de mayo. (Foto: Soudeh Rad)
Kubra Khademi durante su acción "From sunrise to sunset" en París el pasado 13 de mayo. (Foto: Soudeh Rad)
El artista, según Kubra Khademi, debe dar rienda suelta a sus necesidades expresivas. Sin pensar en nada más. Una concepción del arte que la ha llevado a ella, una mujer de 27 años, a andar durante ocho minutos por una de las calles más transitadas de Kabul, capital de Afganistán, enfundada en una armadura de hierro que exageraba su silueta.
Khademi es la protagonista del 8 minute walk, la performance cuyo vídeo ha dado la vuelta al mundo y le ha valido a esta artista afganesa amenazas de muerte diarias y, en consecuencia, el exilio forzado de su país. "Pero no me arrepiento, porque completé el trabajo tal como quería", relata. Aunque no fue fácil. Tuvo que acelerar el paso y saltar rápidamente dentro del coche de un amigo, porque poco a poco su paseo desafiante fue encendiendo a los transeúntes, una auténtica turba que la insultó, amenazó e incluso golpeó, hasta el punto de saltar encima del coche para evitar -sin éxito- que se fuera.
"El compañero que grababa el vídeo me dijo luego que había escuchado como un niño le decía a su madre: 'mira, esta mujer no quiere que la toquen'", relata Khademi. Ese chaval captó el mensaje de Khademi. "Y todos los demás también, ¿si no por qué se enfadaron tanto? Porque les había puesto ante sus caras el espejo del acoso sexual que sufrimos las mujeres cada día", sentencia. Y es que tras la caída de los talibanes las mujeres afganesas habrán ganado en derechos sobre el papel –la ley–, pero en la práctica, según Naciones Unidas, ocho de cada diez han sido acosadas psicológica, física o sexualmente en algún momento.
Khademi se encuentra ahora en Les Escaules, una pequeña localidad ampurdanesa en la que se organiza anualmente La Muga Caula, encuentro internacional de performance y poesía de acción. Hasta ahora se encontraba en París, ciudad a la que llegó, con la ayuda del embajador francés, huyendo de un Afganistán que había estallado ante su provocación.  Despejado el cielo ampurdanés por la tramuntana, la luz entra a bocajarro a la estancia que le ceden los organizadores de La Muga Caula en esta pequeña localidad. Khademi, después de cuatro meses de periplo en los que temió por su vida -llegó a esconderse en casa de una australiana en Afganistán- reflexiona con sorprendente serenidad sobre lo ocurrido.
En esta entrevista, Khademi habla sobre su condición de artista en Afganistán, y repasa el impacto de su performance. ¿Por qué la armadura? "Cuando tenía cuatro o cinco años mi madre me mandó a comprar, y recuerdo como un hombre me tocó el culo. Me quedé helada, mentalmente muerta", recuerda, "y al cabo de un tiempo pensé: ojalá llevara ropa interior de hierro". La idea volvió a su cabeza cuando en 2008, al viajar a Afganistán tras completar sus estudios en Lahore (Pakistán), nada más pisar la calle alguien la acosó. "Me puse a gritar, claro. Y acto seguido todo el mundo se estaba metiendo conmigo: 'puta', me decían, '¿te ha gustado? ¿quieres nuestra atención?' me gritaban", relata. Fue en esa misma calle, y no en cualquier otra, cuando a mediados de marzo Khademi salió decidida a andar ante los ojos Kabul con su armadura de hierro. "Tenía que ser aquella calle, sí, aunque fuera mucho más insegura, porque el artista debe lidiar con la realidad", concluye.
Era Ai Wei Wei, una de las principales influencias de Khademi -junto con Marina Abramovic-, quien afirmaba que "si mi arte no está relacionado con el sufrimiento y el dolor de la gente, ¿qué sentido tiene?". Esta máxima se aplica Khademi, convencida además de que, cualquiera que sea la consecuencia, "si el artista quiere decir una cosa y no lo hace, su sufrimiento será peor". Así se lanzó a la calle, "para sacar afuera mi sufrimiento y mostrar cómo sufren las mujeres en mi país", detalla, y prosigue: "Cuando la idea me viene, la tengo que llevar a cabo tal y como es, nadie puede pararme. En este sentido soy muy valiente y completamente libre. Incluso a veces he pensado que si alguien me parara los pies, esto seguiría formando parte de mi acción artística", opina Khademi sobre algo que bien pudiera haber sucedido aquel día. 

Afganistán, paraíso para el artista; infierno para la mujer

Khademi podría haber desarrollado su arte en cualquier parte, pero decidió Afganistán. Nacida en Irán, de familia afganesa refugiada, estudió en la universidad de Lahore en Pakistán, pero quiso asentarse en su tierra. "Como artista creo que es crucial lidiar con la realidad, y tras escuchar cómo era mi país por boca de mi madre o de los medios de comunicación, sentí la necesidad de experimentarlo, sentirlo, tocarlo", cuenta. Así, tras esa particular  bienvenida en forma de acoso nada más pisar las calles de Kabul, se instaló en la ciudad. "Tras todo lo sucedido, sigo pensando que estoy enamorada de mi país, porque me ha hecho artista", valora, en su idea de que Afganistán le ha mostrado "la realidad más salvaje". Sin embargo, contrapone este paraíso al "infierno que puede llegar a ser el país para una mujer que quiere vivir con normalidad". 
Fue también esa opresión la que la condujo a potenciar el uso de su propio cuerpo como forma de plasmación del arte, algo que ya venía realizando con fotos y vídeo tras su paso por la facultad. "Las mujeres tenemos muchas dificultades para decir cosas, no nos está permitido, así que cuando encuentras un lenguaje que te lo permite quieres sacarlo todo de golpe, ¿y qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo?", se pregunta Khademi. Algo a lo que se entregó sin pensar en las consecuencias que, por mucho menos, han llevado al asesinato de mujeres en su país, como el caso Farkhunda, asesinada semanas después de la performance de Khademi, y a cuyo entierro acudió la joven artista. "Aquellos días se recrudecieron las amenazas de muerte contra mi, muchos decían que debería ser yo la que tendría que estar muerta", recuerda.  
Kubra Khademi recibió amenazas e insultos durante su performance.
Kubra Khademi recibió amenazas e insultos durante su performance.

La artista contra la "puta americana"

Echando la vista atrás, Khademi se muestra satisfecha por el resultado de la acción. Además, le ha abierto las puertas de Europa. "Pero me ha cerrado la puerta principal, que es la de mi país", comenta. Ella espera poder volver algún día, pero es consciente de que no podrá ser antes de varios años. "Me acusan de haber faltado al respeto a mi país ante los ojos del mundo", explica, y lamenta que desde entonces le hayan dicho de todo menos artista. "Puta, puta americana, espía americana... pero nunca artista"... Incluso algunos miembros de su familia le han dado la espalda. "Quizás pienso de manera muy simple, pero es que sencillamente como artista lo doy todo y no me importa nada más. Y a diferencia de los políticos, el artista si tiene que destrozar a alguien es a si mismo, nunca a los demás".



domingo, 17 de abril de 2016

La primera estrella de la noche




Plaza&Janés publica ‘La primera estrella de la noche’ de Nadia Ghulam y Javier Diéguez

laprimeraestrelladelanoche
Este mes llega a nuestras librerías La primera estrella de la noche de Nadia Ghulam y Javier Diéguez, una novela que nos adentra en la historia de las mujeres de la familia afgana de la autora, y en la esencia oculta de todo el sufrimiento que albergan.
La primera estrella de la noche es el testimonio novelado del sufrimiento y la esperanza de las mujeres de la familia afgana de la autora. Unas mujeres que con su lucha diaria, y la intención de romper con las convenciones, demuestran una fortaleza admirable. El regreso a su Afganistán natal, donde Nadia pretende encontrar a su prima Mersal y rendir homenaje a su difunta tía, se convertirá en el descubrimiento de la historia oculta de las mujeres de su familia, así como de sus raíces y de ella misma como mujer. Es un relato de búsquedas, de descubrimientos familiares, de preguntas que habían quedado sin respuesta y, sobre todo, una historia que narra la realidad que viven las mujeres en sociedades tan alejadas de la nuestra: cómo superan las adversidades y no se quedan de brazos cruzados ante un supuesto destino inalterable. Inolvidable, intensa, sincera y emotiva, esta es una historia con la que el lector se sumergirá instintivamente en el día a día de la sociedad afgana, en la vida y los sentimientos de estas mujeres luchadoras y valientes, y en las aventuras de la protagonista, Nadia Ghulam. Un relato que nos llena de esperanza y deja huella.
Nadia y JavierNadia Ghulam nació en Kabul, Afganistán, en 1985. Cuando tenía ocho años, durante la guerra civil, una bomba que cayó en su casa le provocó graves heridas. Cuando salió del hospital, dos años y catorce operaciones más tarde, su familia continuaba viviendo con muchas penurias. Nadia decidió que tener once años y ser chica no era un impedimento para convertirse en el hombre de la familia, así que decidió hacerse pasar por un chico e ir a trabajar para poder mantener a sus padres y sus dos hermanas pequeñas. Durante once años, Nadia fue Esmarai. Pasado el tiempo, viajó a Europa con una ONG. Hace ocho años que vive en Badalona y hace lo que siempre soñó: estudiar y formarse para poder ayudar a su país. Nadia quiso explicar su historia y lo hizo con la ayuda de la periodista Agnès Rotger en El secreto de mi turbante (Planeta, 2010). Con este libro ganaron el premio Prudenci Bertrana 2010. También ha publicado Contes que em van curar con Joan Soler i Amigó (Columna, 2014).
La primera estrella de la noche de Nadia Ghulam y Javier Diéguez. Plaza&Janés, 2016. 296 pp., 16,90 €.

MI vida como hombre

Mi vida como un hombre

A los 11 años de edad, Nadia tuvo la determinación de sobrevivir bajo la piel de un chico

Guardar
Nadia Ghulam fue un chico entre los 11 y los 16 años en el Afganistán desgarrado por la guerra y 'pacificado' por los talibanes. Sobrevivió al terror refugiada en la identidad de su hermano muerto. Hoy vive en Badalona, y sueña con volver a su país como una mujer libre
El rostro de Nadia Ghulam no tiene una edad clara. Es joven y maduro al mismo tiempo. Su juventud y el peso de las vicisitudes de su biografía se superponen en esas facciones que saben también ser impenetrables. Es como si las experiencias terribles por las que ha pasado hubieran acelerado el proceso natural de la vida y su piel guardara una memoria torturada, que asoma de pronto, en algunos gestos. Su pasaporte afgano dice que nació mujer, el 4 de junio de 1985, en Kabul, pero ella ha vivido parte de su niñez y casi toda su adolescencia enfundada en una identidad masculina. Nadia fue Zelmai, el hermano mayor asesinado en la guerra civil que dio paso a la terrible paz de los talibanes, en 1996. Y lo fue con tanta intensidad y aplicación que su identidad de mujer naufraga a veces en esa memoria que ella misma reconstruye, sentada ante una taza de té, una mañana de octubre, en una cafetería de Barcelona.
"Ahora estoy contenta de ser mujer", dice Nadia, porque puede ser independiente y libre como las occidentales
Nadia encuentra el 'niqab' incomodísimo. Cuando era un chico, insistía en que su madre usara el 'burka'
Nadia viste de pies a cabeza ropa deportiva de una marca muy popular. "Me gusta mucho, es caliente y cómoda", dice. Botas de montaña, pantalón y chaqueta negra sobre un forro polar azul intenso. La comodidad lo es todo. A ella no le interesa la moda. Y eso que nada más llegar a España, hace cuatro años, le hechizaban las tiendas. "Entraba y decía: '¿Puedo mirar?'. Y me dejaban. Mirar es la primera palabra que aprendí".
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No son las tiendas de lujo, ni los coches, ni los restauraes, ni el brillo espectacular del mundo occidental lo que le tienta, sino la libertad de las mujeres. "Al principio lloraba y le decía a la psicóloga que no quería ser mujer, porque quería ser independiente. Ella me dijo que aquí las mujeres son libres también. Y es verdad".
Ahora va y viene sola, coge el metro, el tren de cercanías, el autobús, y paladea todos los días su libertad como un manjar exquisito. "Ahora me gusta ser mujer", dice, con una voz dulce y aguda, inequívocamente femenina. Tiene rasgos grandes, piel muy oscura y unos ojos castaños que miran al mundo sin miedo. Luce una melena negrísima, rizada, de la que parece estar muy orgullosa, y todos sus gestos trasmiten determinación. "Cuando voy a Afganistán hay gente que me dice: '¿Qué te ha pasado? Tienes muchas marcas, estás muy quemada'. Y yo digo: 'Pues sí, es así".
Sin embargo, después de 14 operaciones, las últimas en una clínica de Barcelona, Barnaclínic, que la atendió gracias a la mediación de dos ONG, Asda y Cirujanos Plástikos Mundi, solo quedan en su rostro tenues huellas de las terribles heridas que sufrió.
Fue en 1993, cuando el mundo feliz de Nadia saltó por los aires. Una bomba destruyó su casa y le alcanzó a ella de lleno. Pasó seis meses en coma en un hospital de Kabul. Apenas recuperada, con el rostro deformado por las quemaduras y las heridas todavía abiertas, tuvo que dejar el hospital y ponerse a salvo, con el resto de su familia, de una guerra que hacia estragos por todas partes. No había dónde refugiarse ni qué comer. Su madre y ella peregrinaron como fantasmas por la ciudad en ruinas, mientras sus dos hermanas pequeñas quedaban a cargo de una tía. Su padre y el hermano mayor, Zelmai, estuvieron perdidos mucho tiempo en el caos infernal de Kabul. Un día, su hermano salió a la calle en busca de comida y no regresó nunca. Un amigo les dijo que había sido asesinado por uno de los señores de la guerra. Su padre enloqueció.
El triunfo de los talibanes, en 1996, fue un golpe más en una sucesión de desastres. Las mujeres vieron mutilada su identidad de personas. Se les obligó a cubrirse con el burka, se les impidió trabajar y salir a la calle sin la compañía de un hombre. Como consecuencia de estas leyes, muchas afganas murieron de hambre, solas y abandonadas.
Con el padre perturbado y el hermano muerto, no había futuro tampoco para Nadia, para su madre ni para sus hermanas. Entonces, con solo 11 años, tomó una decisión asombrosa: convertirse en un hombre. Enterrar a Nadia bajo capas de ropa masculina y convertirse en Zelmai, el hermano muerto. Lo pensó mientras convalecía de una nueva operación en el hospital de Jalalabad, atendido por médicos alemanes bajo la protección de la Media Luna Roja. Su madre opuso mucha resistencia, pero al final se rindió. Y Nadia se vistió ropas viejas de campesino y se cubrió la cabeza quemada con un turbante. Así pudo trabajar y evitar que su familia muriera de hambre.
En el Kabul destruido por la guerra y aterrorizado por los talibanes, trabajó como un campesino, cuidó del ganado, excavó pozos y recogió excrementos humanos en el vecindario para utilizar como abono. También estudió el Corán, encontró sosiego en una comunidad sufí y hasta fue ayudante fiel de un anciano mulá en una mezquita de Kabul. "Era muy conocido allí, me llamaban mulá y profesor", recuerda. "Yo fumaba hachís con los talibanes, que eran los vecinos del barrio. Pero pasaba tanto miedo que me escondía entre las plantas de maíz a llorar. Luego me decían: 'Zelmai, cuánto has fumado, tienes los ojos rojos".
Aunque esta etapa está asociada a los gritos de los ladrones a los que se aplicaba la sharia, y cuyas manos cortadas quedaban prendidas del tendido eléctrico, Nadia no comparte las críticas occidentales a los talibanes. "La gente no sabe cuánto sufrimos antes con los muyahidin. Había mucha inseguridad y violencia con ellos. Con los talibanes había leyes rigurosas, pero si las cumplías estabas seguro", dice. Excepto si eras una mujer. "Como un hombre, todo era más fácil", reconoce.
Incluso en aquella cárcel gigantesca había pequeñas fisuras, pequeñas grietas por las que se filtraba la libertad, la vida en sus facetas más inocentes. Había unos pocos cines clandestinos en los que se podían ver películas de Bollywood. Las cintas se proyectaban en viejos televisores alimentados por la batería de un camión del dueño del invento. A veces, la batería se descargaba en el mejor momento y había que esperar a que llegara otro vehículo para ver el final. Todavía hoy, las películas de Bollywood son las que más le gustan a Nadia. "Soy muy clásica, me bajo de Internet las canciones de un cantante afgano, Ahmed Zahir
[muerto a finales de los años setenta], y me gustan las películas antiguas, no las que ven aquí los jóvenes".
Nadia habla a borbotones en un castellano aceptable y apoya sus palabras con movimientos constantes de las manos. Son manos delicadas, sin huella ya de las penalidades que afrontaron mientras fue chico. El hambre y el pánico a ser descubierta estaban siempre presentes. Si sospechaban que bajo aquel turbante de tosca tela marrón había una mujer, el castigo podía ser terrible. Por eso, Nadia se afanaba en ocultar sus formas de mujer. Vestía bajo las ropas de hombre una camiseta apretada para aplastar sus pechos y usaba varias capas de ropa para dar a su cuerpo una apariencia casi informe. La ropa le hacía sudar a mares bajo el sol inclemente de Afganistán, pero no era nunca suficiente para preservarla del frío en invierno. A los 13 años se enfrentó con horror a la primera regla pensando que estaba enferma, y solo gracias a la información que le proporcionó una de sus primas superó el susto.
A los 16 años, con la derrota de los talibanes, Nadia volvió a la escuela. Aprendió a escribir, fue a clases de matemáticas y después, sin despojarse de sus ropas de hombre, a un instituto femenino. Ella era una mujer, y ese era su sitio, pero tampoco podía abandonar de golpe su identidad masculina, por eso se presentó en el centro vestida de chico. "Yo era Zelmai, y no podía ser otra persona de golpe". Y de nuevo tuvo que afrontar el rechazo de los otros. Iba mal vestida, tenía el rostro desfigurado y un aspecto inquietante para aquellas chicas, muchas de las cuales habían vivido en el exilio los años de guerra. Allí volvió a sentirse excluida. "A las chicas les asustaba verme, y yo tenía que meterme debajo de las mesas. Con los hombres, con mis amigos, no había problemas, pero las mujeres estaban muy protegidas, igual no habían vivido en Afganistán durante la guerra, eran vanidosas, muy preocupadas de estar guapas, y he sufrido eso muchísimo".
La nueva guerra desatada contra los talibanes, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cambió también la vida de Nadia. Llegaron legiones de periodistas y ONG a Afganistán. Y la historia de Zelmai/Nadia, el chico que era en realidad una chica, llegó a oídos de algunas. Nadia se vio forzada a contar su vida para conseguir algo de ayuda. "A veces me trataban como a una esclava, me exhibían como si fuera un muñeco de feria", dice. Por eso, ahora que es una mujer libre, ha escrito, con la ayuda de la periodista catalana Agnès Rotger, un libro que recoge su propia versión de esa etapa asombrosa de su vida. El secreto de mi turbante, el libro que publica ahora la editorial Planeta, contiene, además del relato estremecedor de su vida, algunas críticas a las organizaciones no gubernamentales. "Las ONG no se dan cuenta de si lo que hacen está bien o mal", cuenta. "Me ayudaron en unas cosas y me perjudicaron en otras. No quiero ser desagradecida, pero no creo que sepan tratar bien a la gente. Algunas creen que me han ayudado mucho y están muy orgullosas, pero lo que Nadia sufrió no le importó a nadie".
La vida de Nadia inspiró, incluso, una película, Osama, la historia de una niña que asume una identidad de chico para sobrevivir en Kabul. Cuando se estrenó, en 2003, el primer filme rodado en Afganistán después de los horrores de la guerra y del dominio talibán, Osama tuvo un gran eco. Recibió premios en los festivales internacionales y en Kabul causó asombro. A Nadia le costó mucho ir a verlo. Al final, tanto le insistieron algunos periodistas y miembros de ONG que no pudo negarse. "Fui al cine, pero me hizo mucho daño verlo. Cuando salió, me sentí en peligro, porque era mi historia, y no quería que me descubrieran. Mis amigos lo vieron y me lo contaban: 'Mira, es una chica que se disfraza como un chico'. Y yo me defendía. '¡Pero eso no puede ser. Si me encontrara con un chico así, yo descubriría que era una chica y la haría mi novia', les decía".
El pánico regresó. Todavía eran muchos lo que no sabían que Zelmai era, en realidad, una joven. Todavía hoy, Nadia sigue siendo un hombre para muchos de los amigos que la trataron entonces en Afganistán. Todavía hoy, cuatro años después de llegar a Cataluña para operarse de las cicatrices profundas de la guerra, tiene a veces dudas sobre sí misma. Y se siente desubicada, como los exiliados. "Sí, cuando estoy aquí me acuerdo mucho de mi familia, de mi país. Cuando voy allí me acuerdo de mis padres adoptivos y de mi vida aquí". Pero, puntualiza con mucha energía, "no soy una exiliada, yo quiero volver y ayudar a mi país. Quiero prepararme para ayudar a Afganistán. No en política, porque con la política no se ayuda". Por eso estudia sin descanso: catalán, informática, integración social y materias que tienen que ver con la calidad del trabajo de las ONG. "Y tengo muchos amigos. Mucha vida social".
Ha hecho varios viajes con su familia adoptiva, con la que vive en Badalona. Y ha ido a Italia como una turista más con una amiga iraní y otra catalana. "Uf, en Roma me pasó una cosa graciosa", dice Nadia conteniendo la risa. Estamos en un restaurante tailandés de Barcelona, que ha elegido ella misma. "Pues que estaba con mis amigas en una plaza con una fuente, y ellas fueron a comprar no sé que, y yo miro el fondo y veo que la fuente tiene dinero, muchas monedas. Y me lanzo y saco un montón de monedas de dos euros. Cuando vienen ellas y les cuento, me dicen: 'Pero Nadia, qué has hecho, ese dinero lo tira la gente, es una costumbre". Era la Fontana di Trevi.
-¿Y qué hiciste con esas monedas?
-Ah, quedármelas. Nos tomamos muchos capuchinos con ellas.
Nadia se ríe un rato, completamente relajada. Si no fuera porque en Kabul ha quedado su familia, se podría decir que es feliz. Pero en Kabul se han quedado todos. Su madre, analfabeta, prematuramente envejecida por la dureza de unas condiciones de vida que sitúan en 43 años la esperanza de vida media en Afganistán. Una mujer de hierro que luchó por la vida de Nadia con una tenacidad conmovedora. Y su padre, que perdió la razón en medio de las atrocidades de la guerra; y sus hermanas pequeñas, que la siguen viendo como el hermano represor y con las que nunca llegó a comunicarse.
Nadia reconoce que quizá fue dura, brutal, injusta, con ellas y con su madre. "Pero era mi supervivencia. Tenía que ser más valiente que los otros hombres. Me decían el loco, porque no era fuerte, pero tiraba piedras a quien me amenazaba".
Su fervor religioso la protegió de situaciones difíciles más de una vez.
-¿Es creyente todavía?
-Sí, sí, conozco el Corán a fondo, y el islam es una religión muy buena. Lo malo son los fundamentalistas. El Corán no dice que haya que pegar a las mujeres, ni encerrarlas.
A los 25 años, Nadia se siente con toda la vida por delante. ¿Piensa en los chicos?, ¿en encontrar alguno que le guste? ¿en casarse?, ¿quizá en tener hijos? "Tengo muchos proyectos, no sé, ya lo veré. Yo tengo que hacer mi vida, y con tiempo todo se arregla", responde enigmática.
De momento, su libro ha recibido el Premio Bertrana, dotado con 42.000 euros. Un regalo excelente que se han repartido las autoras, Nadia y Agnès Rotger, que le acompaña un rato en la entrevista.
"Mi ilusión es estudiar en la universidad y ayudar a mi familia, Tengo proyectos de ayudar a mi país". El libro ha sido el primer paso en la forja de ese nuevo yo. De esa identidad de mujer entregada a los suyos, a su país, a sus compatriotas. "Como mujer afgana y víctima de guerra, me ha parecido que mi historia podía servir a otras personas que luchan. En Afganistán y fuera. Sobre todo, para los jóvenes".
En los cuatro años que lleva viviendo en Badalona con su familia adoptiva ha visitado tres veces Afganistán. Ha ido en calidad de intérprete para una ONG, y también con el equipo de una productora que prepara un documental sobre su segunda vida a caballo entre España y Afganistán.
Volver a casa remueve muchas cosas en su corazón. Cuando llega a Kabul, es como una especie de Papá Noel. Y en su casa la siguen tratando con el respeto que se otorga a los hombres. "Siempre me ponen un vaso de té, y con mis hermanas sigo teniendo la relación de hermano con sus hermanas". Eso sí, también se permiten algunas críticas. Las ropas femeninas que lleva no les gustan. "Nadia, me dicen, te queda mejor la ropa de antes".
Pero volver es, todavía, claudicar. "Cuando voy, me tengo que poner un niqab para salir a la calle. Y es incomodísimo. No me imaginaba que fuera tan incómodo cuando era un chico y le obligaba a mi madre a ponerse el burka para salir. Cuando visto el niqab, me pongo triste y termino llorando".
Su yo masculino era severo, pero valora todo lo que aprendió a través de él. "El papel de hombre me enseñó muchas cosas. Estoy muy contenta de ser una mujer, pero mi experiencia de hombre ha sido muy útil". Por eso es capaz de romper una lanza a favor de los hombres de su país. "En Afganistán", dice, "tampoco los hombres tienen una vida fácil. También ellos están sometidos al poder de las familias". También son víctimas de una historia de guerras encarnizadas que han hecho ingobernable este país de poco más de 31 millones de personas con una organización social tribal. Afganistán solo superará sus problemas, de eso Nadia está segura, con mucha educación, mucho estudio.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Domingo, 31 de octubre de 2010

Nadia Ghulam entrevista

Nadia Ghulam: "Vida no tenía, así que daba igual que fuera vestida de hombre o de mujer"

  • Con 8 años una bomba la desfiguró, y de los 11 a los 21 se hizo pasar por un chico en el Afganistán de los talibanes. Ahora, cuenta su historia en un libro que ha ganado el Prudenci Bertrana
"Su vida ha sido muy dura, pero ella tiene las ideas muy claras. Y cuando la oyes hablar, cómo se expresa, cómo lo cuenta todo, aún impresiona más", advierte Agnès Rotger (Badalona, 1973) de Nadia Ghulam (Kabul, 1985) mientras la esperamos en una cafetería del Eixample. Ambas firman el último premio Prudenci Bertrana, El secret del meu turbant , que edita Columna en catalán y Planeta en castellano. Rotger, periodista, ha puesto la forma, y Ghulam aporta el fondo, su tremenda peripecia, la de una niña afgana que con ocho años fue víctima de una bomba que le provocó graves quemaduras en todo el cuerpo y la desfiguró, y que con 11, en la época de los talibanes, decidió disfrazarse de hombre para poder trabajar y alimentar a su familia. Su historia la oímos por primera vez hace cuatro años, cuando tras una década manteniendo su falsa identidad masculina, llegó a Barcelona de manos de la asociación Ashda para someterse a una serie de operaciones para reconstruirle el rostro. Un rostro que entonces mantuvo oculto, por miedo a que, difundida su foto por los medios, pudiera ser identificada por aquellos que en su país la conocían como hombre. Ahora, en cambio, ya no teme mostrar su cara. Ha decidido compartir su secreto, dice. De hecho, viene de dar una charla en un colegio. Cuando llega, pide un zumo de naranja.
El libro empieza narrando su infancia, una infancia en un país muy pobre pero que para usted es una infancia normal y feliz.
Yo hasta los 8 años no tenía ningún problema, era la reina de la casa, como todos los niños. Mi padre tenía una vida muy feliz. Trabajaba en el ministerio de salud, era farmacéutico, distribuía las medicinas. Tuve una infancia muy feliz y de pronto todo cambió.
Con la guerra y la bomba.
Cayó una bomba en casa, y me quemé entera y también se quemó la casa, todo lo que teníamos. A mi casa cuando venían visitas se pasaban horas y horas y lo miraban todo porque era como un museo. Mucha gente le pedía a mi padre venir a verla, que los invitáramos. Y todo se quemó. Mis padres me llevaron al hospital y cuando mi padre volvió a casa, le dijeron que no había quedado nada. Ni un pañuelo para mi madre. Nada.
Y después su hermano mayor muere asesinado y su padre pierde la razón. El libro describe un mundo en el que la vida no vale nada, en el que te pueden matar por cualquier cosa.
La vida cambia. Cuando no hay guerra, tú no matas ni una hormiga. Pero en la guerra, pasa por aquí una persona, la matan y no pasa nada. Durante la guerra civil, murieron más de 65.000 personas en muy poco tiempo. Murió mucha gente, y se destruyeron todas las casas.
Y las vidas de la gente, de los supervivientes.
Claro. Después de la guerra, ¿como puede vivir la gente? No es fácil. Mira, tú tienes un vaso y se te rompe y te apena porque te gustaba mucho. Así que imagínate si lo que pierdes de golpe es tu casa y todas tus cosas, y ya no tienes nada. Aquí tenemos de todo y no lo valoramos, pero cuando no tienes de nada, nada de lo que necesitas, ¿como te las apañas? No te lo puedes ni imaginar. Yo era pequeña, pero recuerdo nuestros juguetes, nuestra habitación... Es muy, muy duro.
Con 11 años, tras la muerte de su hermano, toma la decisión de adoptar su identidad porque ve que no hay otra solución para poder trabajar y sobrevivir.
Fue la primera idea que me vino a la cabeza: si no podemos trabajar, ¿qué hacemos? Yo he cogido muchas cosas de mi madre, y mi madre es una mujer muy valiente, nunca le ha gustado tener que pedir nada. Nunca. Siempre decía: ‘Si una persona quiere, puede hacer algo, ¿por qué nosotros no?’ Y cuando decidí vestirme como un hombre lo que pensé fue eso: si un hombre puede trabajar, ¿por qué yo no? ¿Por qué me voy a quedar como una víctima en casa o pedir caridad, si puedo trabajar?
Y se pasó 10 años disfrazada de hombre. ¿Se imaginaba que tendría que mantener esta identidad tanto tiempo?
La verdad es que cuando tomé la decisión no pensaba que llegaría a los 25 años, pensaba que viviría sólo unos pocos años, pero que mientras viviera, así podría hacer algo por mi madre, porque ella me ha dado mucho. Todos los niños nacen una vez, y las madres sufren en el parto. Y mi madre ha sufrido ese dolor dos veces: cuando nací y cuando me quemé, y me dio dos veces la vida. Porque nadie creía que Nadia se curaría. Y los médicos decían que si me curaba, sería una persona loca. Nadie creía que yo sería capaz un día de estudiar, o de hacer una entrevista como ésta. Porque yo estaba muy quemada, y un trozo de la bomba me abrió la cabeza. Pero mi madre sí creyó que yo saldría de ahí. Así que luego yo pensaba que la poca vida que tuviera, sería para ayudarla. Aunque me quedara poco tiempo, porque yo estaba muy cansada, y con mucho dolor. No es fácil, eh. Tú te quemas un trocito del dedo y ¿cómo quema, cómo duele? Pues imagina una persona que se quema el 50 o 60% del cuerpo. ¿Cómo puede aguantar una niña pequeña? Así que pensé: vida no tengo, así que da igual que vaya vestida de hombre o de mujer. Pero no imaginaba que llegaría un día a Barcelona, que escribiría un libro y que mi vida le podría interesar a la gente.
Cuando ya llevaba cinco años haciéndose pasar por hombre, cayeron los talibanes y se eliminó la prohibición que impedía a las mujeres trabajar, pero usted se dio cuenta de que no era tan fácil recuperar su identidad femenina de nuevo y siguió igual.
Porque en realidad los talibanes no se fueron. Los americanos vienen y se van. Pero los talibanes no eran extranjeros, no venían de fuera. Los mismos que antes eran muyahidines, después son talibanes y ahora son del régimen de Karzai. Todo es igual, son la misma gente, mis vecinos. Imagina que después de cinco años le digo a mis vecinos: ‘Mira, como tu me decías que eras talibán, yo te decía que era un hombre, y ahora cambiaremos y ya está’. No podía hacerlo.
Pero a partir de entonces hay ámbitos, la escuela, por ejemplo, en los que ya se sabe que es una mujer, y en otros no. Mantiene una doble vida.
Si no fuera por los estudios, no habría hecho esa doble vida. Pero me interesaban mucho mis estudios. Para mí, era estudiar o morir. Así que decidí volver a arriesgar mi vida.
Porque usted estaba convencida de que si la descubrían, su vida podía correr peligro.
Sí, pero es que la vida para mi significaba ser libre. Si no soy libre, estoy encerrada, como lo estaría metida en una caja en el cementerio. Si a mi me encerraban en casa sin salir, prefería la muerte. Con los talibanes, podía ser libre para trabajar y estudiar vestida de chico. Y como luego no me daban un certificado para estudiar como chico, tuve que cambiar otra vez para mantener mi libertad. Porque yo sabía que si estudiaba podría conseguir lo que yo quisiera. Así que decidí estudiar aunque me costara la vida.
Dice que encontró gente que la ayudó, pero también que muchos después esperaban algo a cambio.
Ésa es la vida de una víctima. Siempre pasa. Hay mucha gente que te ayuda, pero hay algunas de esas personas que, sin que tú lo sepas, esperan algo de ti. Y como yo no era una persona independiente, sino dependiente de otros, era muy fácil que la gente se pudiera aprovechar de mí. Yo siempre he tenido mis ideas muy claras, pero si no eres independiente, no puedes aplicarlas, ni sobre tu vida. Si yo trabajo en el campo y veo que el hijo del jefe no hace las cosas bien, no puedo decirle que no es justo que acabe de llenar un saco de patatas con piedras y luego lo venda. No puedo decírselo porque soy su empleada. Y eso mismo pasó cuando mi país cambió, cuando vinieron los occidentales. Recibía ayudas de ellos, pero a veces no podía decirles: ‘Lo que me recomiendas no me gusta, yo quiero hacer otra cosa’. Tenía que hacer siempre lo que me pedían para recibir alguna ayuda.
O hacerles creer que lo hacía, al menos.
Es que muchos extranjeros no entienden y nunca entenderán una cosa. En mi país, los invitados son sagrados, enviados de los dioses, y para mí sobre todo, porque yo soy muy creyente, y estas personas llegaban y me pedían venir a mi casa. A una persona de allí, si me pide venir a casa yo le pido que nos de algo, porque somos muy pobres, pero a los extranjeros no. Yo les pedía el taxi, los llevaba a casa, les hacía la comida y mi madre estaba todo el tiempo pendiente de ellos. A mi me han entrevistado no uno, sino 5.000 periodistas, y a ninguno que ha venido a casa le he pedido ni un euro. ¿Por qué? Porque yo era pobre, pero para mí los invitados son sagrados. Pero yo fui honesta con ellos y algunos luego se aprovecharon y no lo fueron conmigo. Ha habido gente que me ha hecho fotos diciendo que eran para ellos o para enseñárselas a sus amigos, y luego las ha vendido por dinero. Y yo de todo eso no tenía ni idea. Yo era una persona del campo, una campesina. Nosotros no tenemos contratos para todo como los que tenéis aquí. Allí te dice tu jefe que mañana te sube el sueldo y ya está. Aquí todo se hace con contratos, abogados... y allí no conocen la palabra abogado. Todo es muy simple. Así que te fiabas y ya está. Pero muchos de los que venían de fuera eran muy desconfiados, y cada palabra que les decías pensaban era una mentira para que te ayudaran.
¿Habla de los periodistas o de las ONG?
De todos los extranjeros que llegaban a mi país: periodistas, cooperantes... Y aquí también lo oigo mucho, mucha gente dice de los extranjeros: ‘Vigila mucho con éstos, porque tienen tela’. Van con mucha desconfianza, y les estás explicando algo que es verdad y no se lo creen. Eso me ha pasado muchas veces.
¿No encontró a nadie que sospechara nada en todo el tiempo que se hizo pasar por un hombre?
Bueno, yo estaba muy pendiente todo el tiempo para evitar que me descubrieran, y era fácil. Por ejemplo, si veía a un grupo hablando bajito y pensaba que podrían estar hablando de mi, o que podían sospechar algo, hacía algo para demostrar que era un hombre, algo que nunca podrían pensar que hiciera una mujer afgana. Por ejemplo, llegar y decirles: ‘Mirad, tíos, os cuento un secreto: he visto en la calle a una chica que me ha gustado mucho, y tenía muchas ganas de besarla’. Y claro, una mujer nunca haría ese comentario, en mi país eso es imposible. Además, desde que se nos quemó la casa, aunque no nos moviéramos de Kabul, cambiábamos mucho de barrio, no teníamos una residencia fija.
¿Y en el círculo de amigos que hizo con su identidad masculina, no cree que alguien podía sospechar? Porque usted explica que se enamoró de un chico, que luego falleció, y que sentía que de algún modo él le correspondía, que se sentía especialmente bien al estar con usted. ¿No cree que quizá él intuía algo?
No. Me querían, eso sí, pero no sabían que yo era una chica. En 2008, cuando yo ya estaba en Barcelona, uno de esos amigos se enteró, y lo primero que hizo fue preguntarme: ‘¿Seguro que no tenías un hermano? Es que, tío –porque aún me llama tío-, no me lo puedo creer. ¿Pero cómo lo hacías?’. Porque a veces me había pedido que lo acompañara hasta casa para no ir solo, porque le daba miedo. Y ahora me pregunta si yo no tenía miedo. Pues no. Y él me dice: ‘Pues no me puedo creer que una chica me haya tenido que acompañar porque tenía miedo. ¡Qué vergüenza!’
¿Es el único con el que ha vuelto a tener contacto de ese círculo de amigos?
Tengo contacto con todos, pero por correo electrónico. El amigo que descubrió mi secreto no lo supo por mí. En 2008, en la televisión de Afganistán sacaron fotos de víctimas de guerra, y él vio una de una chica que luego comentó con todos porque se parecía mucho a mí. Le dijeron que no podía ser, pero él me lo preguntó. La primera vez le pregunté: ‘¿Tú qué crees, que la de la foto soy yo?’. Y como me dijo que no, le dije: ‘Pues ya está’. Pero al cabo de unos días, insistió, porque decía que los ojos se parecían mucho, y al final, como tenía mucha confianza con él, le dije que sí, que era yo. No sé si la de la foto era yo, porque no la he visto y no recuerdo si me hicieron alguna, pero le conté la verdad.
¿Y se lo ha dicho a los demás?
Yo le pedí que no se lo contara a nadie, pero no sé. Pero tengo amigos que seguro que no lo saben, porque estamos en contacto y algunos comentarios que me hacen son una prueba de que no tienen ni idea de quien soy.
¿Cuando vuelve a Afganistán a visitar a su familia, vuelve como una mujer?
Sí, pero no puedo ver a mis amigos. Ahora cuando estoy en Afganistán voy muy tapada, con un niqab, y hasta me pongo gafas de sol para que no me conozcan por los ojos, y sólo tengo relación con mi familia.
¿Cada cuánto visita a su familia?
Voy cuando puedo. Hasta ahora he ido cuatro veces. A partir de ahora, creo que iré una o dos veces al año, al menos hasta que acabe mis estudios.
¿Su vida a partir de ahora estará aquí, o volverá a Afganistán?
Mi vida no sé cómo está. Hasta ahora no he sabido adónde me llevaba la vida, porque creo mucho en el destino, pero trabajaré entre esos dos mundos: mi país y Catalunya. Porque en Afganistán tengo mi familia pero aquí también, la familia que me ha acogido. Ahora tengo dos familias.
Dice que cree en el destino, pero su destino lo ha cambiado usted.
No, es que a veces aunque no quieras cambiarlo, cambia.
Pero usted ha tenido que echarle mucha voluntad para llegar hasta aquí.
No, yo no pongo voluntad. El destino me obliga a hacerlo. El destino me dice: ‘Hoy tendrás que ir a hacer una entrevista y te tomarás un zumo de naranja’. Y yo cojo corriendo un taxi para llegar.
¿La adaptación a la vida aquí ha sido muy dura desde que llegó?
Es que es otro mundo para mí. He tenido mucha suerte con mi familia de acogida, porque me han ayudado mucho, y a mi aún me cuesta mucho entender cómo funcionan muchas cosas en este mundo, pero lo estoy haciendo lo mejor que puedo para comprender. Pero claro, si tú fueras a mi país, también te costaría.
¿Ahora qué está haciendo, a qué se dedica?
Estoy estudiando un ciclo formativo de integración social, y hago algunas actividades en Casa Asia. No tengo es un trabajo fijo, pero voy haciendo cosas.
¿Qué efecto le provoca ver ahora su historia explicada en este libro?
Bueno, yo digo que hasta ahora tenía un secreto, y que ahora comparto mi secreto con todo el mundo. Así que ya no tengo nada que guardar. Todo el mundo lo sabrá. Ahora ya depende de la gente, de cómo intérprete mi secreto.
¿Qué hará con su parte de los 42.000 euros del premio?
Pues ayudar a mi familia. Y como no trabajaba, será como un sueldo.

Nadia Ghulam y Afganistán

Nadia Ghulam


Nadia Ghulam

Nadia Ghulam nació en Kabul (Afganistán) en 1985. Vivió las consecuencias de una guerra civil, el hambre, el régimen talibán, pero lo superó, gracias a su ingenio y coraje, haciéndose pasar por un chico durante diez años para poder llevar un sueldo a casa. A través de una ONG llegó a Cataluña, donde tiene su nuevo hogar y ha cumplido sus deseos: vivir en libertad y estudiar y formarse para poder ayudar a su país.
Nadia quiso contar su historia, y lo hizo con la colaboración de la periodista Agnès Rotger en El secreto de mi turbante (Ediciones 62, 2010). Este libro, ganador del Premio Prudenci Bertrana 2010, ha sido llevado al teatro con el nombre de Nadia y bajo la dirección de Carlos Fernández Guía. También ha publicado Cuentos que me curaron con Joan Soler i Amigó (Columna, 2014), una recopilación de las historias que su madre le contaba mientras estuvo hospitalizada, a consecuencia de las heridas causadas por una bomba.

Leyuad, un viaje al pozo de los versos

LEYUAD. UN VIAJE AL POZO DE LOS VERSOS (2015)

Leyuad
Victoria Eugenia Antzokia
Ver en Google Maps
Martes 19 de Abril de 2016 / 22:30
4,20 € (Venta de entradas)
República Árabe Saharaui Democrática. Dirección: Gonzalo Moure, Brahim Chagaf, Inés G. Aparicio. Producción: Nicolas F. Calvo Bernal. Guion: Gonzalo Moure, Limam Boisha. Fotografía: Inés G. Aparicio, Ahmed Mohamed Lamin. Musika / Música / Music: Gabo Flores, Fernando Blanco. Montaje: Brahim Chagaf, Inés G. Aparicio. Participantes: Limam Boisha, Abduláh Selma Brahim (Belga), Bonnana Busseid, Badi Mohamed Salem, Sidi Brahim Salama, Dida Bujteh, Mohamed Mahfud. Duración: 74 min
IDIOMA: hassanía, castellano / SUBTÍTULOS: castellano
Limam Boisha, poeta saharaui que vive en Madrid, confiesa que se ha quedado "seco del Sahara" y viaja hasta el Sahara Occidental para recuperar la inspiración para sus versos. Allí, Hamida Abdulláh le narra el viaje que hicieron junto al filósofo Belga Mohamed Salem y el poeta y erudito Bonnana Busseid hasta Leyuad, en el corazón del Tiris, la ancestral Tierra de los Hombres del Libro, la génesis de la identidad del pueblo saharaui, camino que les mostró Badi Mohamed Salem, el más grande de los poetas saharauis vivos. Un viaje duro y largo que con un plan como aquel, buscando la inspiración, el pozo de la poesía, no sería un viaje pesado por el desierto cruel, sería un viaje poético y emotivo.
En Leyuad les espera en su jaima el poeta Sidi Brahim, que les mostrará los milagros de un lugar único y les adentrará en los mitos y secretos de los genios del desierto, aquellos "a los que no se puede nombrar".
Selección: FiSahara



Estreno de la película “Leyuad, un viaje al pozo de los versos”

LEYUAD
Martes día 19 a las 22:30 en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián.
LEYUAD, UN VIAJE AL POZO DE LOS VERSOS (2015). Gonzalo Moure, Brahim Chagaf, Inés G. Aparicio. República Árabe Saharaui Democrática
Limam Boisha, poeta saharaui que vive en Madrid, confiesa que se ha quedado “seco del Sahara” y viaja hasta el Sahara Occidental para recuperar la inspiración para sus versos. Allí, Hamida Abdulláh le narra el viaje que hicieron junto al filósofo Belga Mohamed Salem y el poeta y erudito Bonnana Busseid hasta Leyuad, en el corazón del Tiris, la ancestral Tierra de los Hombres del Libro, la génesis de la identidad del pueblo saharaui, camino que les mostró Badi Mohamed Salem, el más grande de los poetas saharauis vivos. Un viaje duro y largo que con un plan como aquel, buscando la inspiración, el pozo de la poesía, no sería un viaje pesado por el desierto cruel, sería un viaje poético y emotivo. En Leyuad les espera en su jaima el poeta Sidi Brahim, que les mostrará los milagros de un lugar único y les adentrará en los mitos y secretos de los genios del desierto, aquellos “a los que no se puede nombrar”.