Kubra Khademi: "¿Qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo para una mujer en Afganistán?"
Tras ser acosada a los cinco años, soñó con lo bien que le iría
llevar ropa interior de hierro. A sus 27 años, la artista afgana Kubra
Khademi plasmó esa idea en una performance por el centro de Kabul que ha dado la vuelta al mundo y que le ha valido amenazas de muerte y un posterior exilio
Khademi participará en septiembre en el festival de performance La Muga Caula: "Cuando la idea me viene, la tengo que llevar a cabo tal y como es, nadie puede pararme. En este sentido soy muy valiente y completamente libre"
"Las mujeres tenemos muchas dificultades en Afganistán para decir cosas, así que cuando encuentras un lenguaje que te lo permite quieres sacarlo todo de golpe, ¿y qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo?"
Khademi participará en septiembre en el festival de performance La Muga Caula: "Cuando la idea me viene, la tengo que llevar a cabo tal y como es, nadie puede pararme. En este sentido soy muy valiente y completamente libre"
"Las mujeres tenemos muchas dificultades en Afganistán para decir cosas, así que cuando encuentras un lenguaje que te lo permite quieres sacarlo todo de golpe, ¿y qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo?"
El artista, según Kubra Khademi, debe dar
rienda suelta a sus necesidades expresivas. Sin pensar en nada más.
Una concepción del arte que la ha llevado a ella, una mujer de 27 años, a
andar durante ocho minutos por una de las calles más transitadas de
Kabul, capital de Afganistán, enfundada en una armadura de hierro que
exageraba su silueta.
Khademi es la protagonista del 8 minute walk, la performance
cuyo vídeo ha dado la vuelta al mundo y le ha valido a esta artista
afganesa amenazas de muerte diarias y, en consecuencia, el exilio
forzado de su país. "Pero no me arrepiento, porque completé el trabajo
tal como quería", relata. Aunque no fue fácil. Tuvo que acelerar el paso
y saltar rápidamente dentro del coche de un amigo, porque poco a poco
su paseo desafiante fue encendiendo a los transeúntes, una auténtica
turba que la insultó, amenazó e incluso golpeó, hasta el punto de saltar
encima del coche para evitar -sin éxito- que se fuera.
"El compañero que grababa el vídeo me dijo luego que
había escuchado como un niño le decía a su madre: 'mira, esta mujer no
quiere que la toquen'", relata Khademi. Ese chaval captó el mensaje de
Khademi. "Y todos los demás también, ¿si no por qué se enfadaron tanto?
Porque les había puesto ante sus caras el espejo del acoso sexual que
sufrimos las mujeres cada día", sentencia. Y es que tras la caída de los
talibanes las mujeres afganesas habrán ganado en derechos sobre el
papel –la ley–, pero en la práctica, según Naciones Unidas, ocho de cada
diez han sido acosadas psicológica, física o sexualmente en algún
momento.
Khademi se encuentra ahora en Les Escaules, una pequeña localidad ampurdanesa en la que se organiza anualmente La Muga Caula, encuentro internacional de performance y poesía de acción.
Hasta ahora se encontraba en París, ciudad a la que llegó, con la ayuda
del embajador francés, huyendo de un Afganistán que había estallado
ante su provocación. Despejado el cielo ampurdanés
por la tramuntana, la luz entra a bocajarro a la estancia que le
ceden los organizadores de La Muga Caula en esta pequeña localidad.
Khademi, después de cuatro meses de periplo en los que temió por su vida
-llegó a esconderse en casa de una australiana en Afganistán-
reflexiona con sorprendente serenidad sobre lo ocurrido.
En esta entrevista, Khademi habla sobre su condición de artista en Afganistán, y repasa el impacto de su performance.
¿Por qué la armadura? "Cuando tenía cuatro o cinco años mi madre me
mandó a comprar, y recuerdo como un hombre me tocó el culo. Me quedé
helada, mentalmente muerta", recuerda, "y al cabo de un tiempo pensé:
ojalá llevara ropa interior de hierro". La idea volvió a su cabeza
cuando en 2008, al viajar a Afganistán tras completar sus estudios en
Lahore (Pakistán), nada más pisar la calle alguien la acosó. "Me puse a
gritar, claro. Y acto seguido todo el mundo se estaba metiendo conmigo:
'puta', me decían, '¿te ha gustado? ¿quieres nuestra atención?' me
gritaban", relata. Fue en esa misma calle, y no en cualquier otra,
cuando a mediados de marzo Khademi salió decidida a andar ante los ojos
Kabul con su armadura de hierro. "Tenía que ser aquella calle, sí,
aunque fuera mucho más insegura, porque el artista debe lidiar con la
realidad", concluye.
Era Ai Wei Wei, una de las
principales influencias de Khademi -junto con Marina Abramovic-, quien
afirmaba que "si mi arte no está relacionado con el sufrimiento y el
dolor de la gente, ¿qué sentido tiene?". Esta máxima se aplica Khademi,
convencida además de que, cualquiera que sea la consecuencia, "si el
artista quiere decir una cosa y no lo hace, su sufrimiento será peor".
Así se lanzó a la calle, "para sacar afuera mi sufrimiento y mostrar
cómo sufren las mujeres en mi país", detalla, y prosigue: "Cuando la
idea me viene, la tengo que llevar a cabo tal y como es, nadie puede
pararme. En este sentido soy muy valiente y completamente libre. Incluso
a veces he pensado que si alguien me parara los pies, esto seguiría
formando parte de mi acción artística", opina Khademi sobre algo que
bien pudiera haber sucedido aquel día.
Afganistán, paraíso para el artista; infierno para la mujer
Khademi podría haber desarrollado su arte en cualquier parte, pero
decidió Afganistán. Nacida en Irán, de familia afganesa refugiada,
estudió en la universidad de Lahore en Pakistán, pero quiso asentarse en
su tierra. "Como artista creo que es crucial lidiar con la realidad, y
tras escuchar cómo era mi país por boca de mi madre o de los medios de
comunicación, sentí la necesidad de experimentarlo, sentirlo, tocarlo",
cuenta. Así, tras esa particular bienvenida en
forma de acoso nada más pisar las calles de Kabul, se instaló en la
ciudad. "Tras todo lo sucedido, sigo pensando que estoy enamorada de mi
país, porque me ha hecho artista", valora, en su idea de que Afganistán
le ha mostrado "la realidad más salvaje". Sin embargo, contrapone este
paraíso al "infierno que puede llegar a ser el país para una mujer que
quiere vivir con normalidad".
Fue también esa
opresión la que la condujo a potenciar el uso de su propio cuerpo como
forma de plasmación del arte, algo que ya venía realizando con fotos y
vídeo tras su paso por la facultad. "Las mujeres tenemos muchas
dificultades para decir cosas, no nos está permitido, así que cuando
encuentras un lenguaje que te lo permite quieres sacarlo todo de golpe,
¿y qué puede ser más expresivo que el propio cuerpo?", se pregunta
Khademi. Algo a lo que se entregó sin pensar en las consecuencias que,
por mucho menos, han llevado al asesinato de mujeres en su país, como el caso Farkhunda,
asesinada semanas después de la performance de Khademi, y a cuyo
entierro acudió la joven artista. "Aquellos días se recrudecieron las
amenazas de muerte contra mi, muchos decían que debería ser yo la que
tendría que estar muerta", recuerda.
La artista contra la "puta americana"
Echando la vista atrás, Khademi se muestra satisfecha por el resultado
de la acción. Además, le ha abierto las puertas de Europa. "Pero me ha
cerrado la puerta principal, que es la de mi país", comenta. Ella espera
poder volver algún día, pero es consciente de que no podrá ser antes de
varios años. "Me acusan de haber faltado al respeto a mi país ante los
ojos del mundo", explica, y lamenta que desde entonces le hayan dicho de
todo menos artista. "Puta, puta americana, espía americana... pero
nunca artista"... Incluso algunos miembros de su familia le han dado la
espalda. "Quizás pienso de manera muy simple, pero es que sencillamente
como artista lo doy todo y no me importa nada más. Y a diferencia de los
políticos, el artista si tiene que destrozar a alguien es a si mismo,
nunca a los demás".
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