domingo, 9 de noviembre de 2008

CAMPANARi, Campa para los amigos. Un maestro

http://campanari.net/

Nací en Chacarita, un alegre barrio a las puertas del cementerio de Buenos Aires, en el seno de una familia de origen italiano.
Crecí rodeado de sastres, modistas, cocineras y tenderos que me enseñaron a abrigar, dar de comer y atender gentilmente a las personas.Trabajé como delineante, payaso, empleado de oficina, tendero ocasional, pinche de cocina, profesor de teatro, expresión corporal y otras expresiones artísticas, ayudante de dirección, director teatral, actor y clown mudo.Después de varios años de transitar escenarios en silencio como clown mudo, en 1990 tomé la palabra para contar mis propias historias a viva voz.En 1995 subí a un avión rumbo a Colombia, más tarde otro avión me trajo a España y desde entonces no paro de viajar en todo tipo de transporte público, y otros, llevando mis historias por grandes ciudades, ciudades pequeñas, pueblos e incluso aldeas.Desde 1998 estoy afincado en Santiago de Compostela, abrigando y dando de comer a mis amigos y atendiendo gentilmente a quien quiera escuchar historias.


Pais
España

Lengua
Español

Publico
niñ@s/jóvenes/ adultos
ALGUNOS DE SUS CUENTOS

Había una vez una mujer que tenía una maceta.
Y la maceta tenía una planta.
La mujer regaba la planta todos los días.
Pero la planta no crecía.
La mujer ponía la planta al sol.
Pero la planta no crecía.
La mujer le ponía fertilizante a la planta.
Pero la planta no crecía.
Después de dos años de cuidar la planta y ver que no crecía, la mujer tiró la maceta desde la terraza.
La maceta no se rompió, porque era de plástico.
La planta también.
Había una vez una mujer que compraba todo en el supermercado los jueves a la tarde.
Un jueves a la mañana se dio cuenta que no tenía nada para el almuerzo.
Después de pensar un rato, decidió ir al almacén de Don Quique, a comprar algo para el almuerzo.
Compró una lata de tomates, un paquete de fideos, un pan lactal y una bolsita de queso rallado. - Compré cuatro cosas locas y gasté un montón de plata – dijo la mujer al salir del almacén – y gasté un montón de plata.
Cuando la mujer llegó a su casa y abrió la bolsa, la lata de tomates se creía una lata de pintura roja; los fideos de creían que eran palitos chinos; las rodajas de pan se pensaban que eran cjas de compact disc y el queso rallado estaba seguro de que era Napoleón.
Tenía razón la mujer: había comprado cuatro cosas locas.
Había una vez una mujer que no sabía qué hacer para que su hijo dejara de usar el chupete.
Lo primero que hizo fue mojarlo en un líquido asqueroso (al chupete, no al hijo).
Pero él (el hijo, no el chupete), después de hacer cara de asco, lo siguió usando. Lo segundo que hizo (la mujer, se entiende) fue esconderlo (al chupete, no al hijo).
Pero él (el hijo, no el chupete),lo encontró y lo siguió usando.
Lo tercero que hizo la mujer, fue tirar el chupete por la ventana.
Pero un señor que pasaba por la calle, se lo devolvió y su hijo (el de la mujer, no el del señor), lo siguió usando. Ese día la mujer decidió dejar que su hijo fumara.
Después de todo, él (el hijo, se entiende) ya tenía treinta y dos años.
Había una vez un hombre que tenía cinco pelos rebeldes.
Cuando se peinaba para atrás, los cinco pelos se venían para adelante.
Cuando se peinaba para el costado, los cinco pelos se iban para atrás. Cuando se peinaba para adelante, se iban para el costado.
El hombre se peinaba al agua, a la gomina o al viento.
Pero los cinco pelos rebeldes siempre hacián lo que querían.
Un día el hombre se cortó los cinco pelos rebeldes y se acabó el problema. No se tiene que peinar más.
Ahora es calvo.
Había una vez dos hombres en una biblioteca.
Uno quería leer un libro, el otro pensaba.
El que quería leer un libro, se puso las lentes de contacto.
Pero no pudo leer.
El otro pensaba.
El que quería leer un libro, se puso los anteojos de ver de cerca.
Pero no pudo leer.
El otro pensaba.
El que quería leer un libro, se puso los anteojos de ver de lejos.
Pero no pudo leer.
El otro pensaba.
Por fin, el que quería leer (un libro, se entiende) se puso los anteojos de ver de cerca sobre las lentes de contacto y los de ver de lejos sobre los de ver de cerca.
Pero no pudo leer.
-¿Por qué no tomará un libro, si lo que quiere es leer?- el otro pensaba.

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